Dos de la mañana. Bar El santo. Boedo e Independencia. Hombres solos y anchos toman cerveza y de una mesa a otra intercambian balbuceos. Tienen algo obsceno. La mayoría ha encanecido y extraña la presencia de una mujer. Como si repararan la incansable falta, se atusan la vegetación de algún orificio. "Conocí a un hombre que ordeñó a su perra". "¿Ah sí?, yo conocí a alguien que ordeñó un travestí". El lugar es angosto y decrépito. La pantalla de una televisión sombrea las caras fláccidas y ojerosas. Arriba, los baños hieden; al acercarse al mingitorio uno oye, del otro lado, ahí donde yace la inmemorial letrina, una cadena de resoplidos. En Buenos Aires el infierno tan temido todavía es real.
1 comentario:
Casi las diez de la noche: yo conocí a un hombre que ordeña vacas. Sí, vacas.
Lo ví hacerlo y fue algo tan extraño, pero era así.
Hay gente que tiene el eje bien alineado.
Envidio mucho a esa gente.
Envidio mucho más a los ordeñadores de vacas que a los grandes escritores del futuro.
¡Ojo! No es crítica a tu texto (me gusta mucho casi todo lo que escribís) Es casi una autocrítica.
¿Se entenderá?
Supongo que no. Como casi siempre.
Lo que quería decir: estoy cansada de esa cosa tan original.
Espero se entienda.
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