jueves, octubre 16, 2008

Terra nostra

Sobre "El día de la Lechuza", Leonardo Sciascia, Tusquets, 2008, 148 páginas.

Hay algo desalentador en las novelas que siguen a rajatablas las leyes de un género literario. En general, en los policiales el detective es un personaje estereotipado. Los recursos de la prosa también son estereotipados y nunca se pierden en descripciones o atmósferas que corroan los cimientos del policial clásico. Los diálogos suelen ser cansinos y los crímenes presentan una inocencia condescendiente: no salpican al lector, porque la realidad es mucho peor. Sin embargo, cada tanto, aparece un innovador que rompe con todas las convenciones. Leonardo Sciascia (1921-1989), autor de El caballero y la muerte, Todo modo y El contexto, entre otras novelas, corroe los cimientos con agudas percepciones políticas, con el armado argumental, y con la combinación hábil de varios puntos de vista.
El día de la lechuza está construida como una novela coral, caleidoscópica, donde distintas voces, diferentes eslabones del poder político, funcionan capas testimoniales y trazan la silueta de un enigma silenciado. El misterio del crimen con el que comienza la novela tiene una naturaleza política. Al amanecer, Salvatore Colasberna, a punto de subir al bus, es asesinado por un sicario. Todos los testigos se esfuman. El pequeño pueblo siciliano se transforma en una tumba. De un momento a otro, toda la población se mimetiza con la aridez del paisaje. En medio de esto, el septentrional capitán Bellodi, a cargo del caso, aunque da con pistas y reconstruye las causas del hecho, no puede deshacer la trama de influencias, intereses económicos, y dejar en suspenso esa alienación idiosincrásica, esa legalidad paralela, que en Sicilia involucra linajes y negocios sucios. Bellodi es un capitán con su propia ética, y en su confinamiento y sobre todo en su desorbitada subordinación al bien, recuerda al inolvidable protagonista de El desierto de los tártaros, Giovanni Drogo. El caso Colasberna, ficticio pero a la vez verídico, no es sólo la exploración de una trama mafiosa, sino la excusa para facetar un paisaje social donde el funcionamiento de clanes se confunde con algo todavía más primitivo y literario: una celosa servidumbre a la tierra.

lunes, septiembre 29, 2008

Quinta Jornada Cultural Nación Apache

Octubre 01 – 2008 / 19 hs. Sala Meyer Dubrovsky.

Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini

Av. Corrientes 1543 - Buenos Aires

El futuro como ficción miserable

Imaginaciones múltiples / Destinos post industriales y Destinos individuales / El sujeto del futuro / Aires de libertad, ilusiones / Imaginar a veinte años, no más / Estados sin estadistas / Tecnología y fantasmas / El borde sudamericano / Valoraciones y escepticismo / ¿Los valores simbólicos entorpecen la conformación de una cultura pluralista argentina?

Panelistas: Oliverio Coelho / Gustavo Nielsen / Humberto Acciarressi / Julio Zoppi

Moderador: Omar Genovese

domingo, septiembre 28, 2008

Vidas perpendiculares

¿Cree en las vidas pasadas?

–Por supuesto que no. Ni en las vidas pasadas, ni en la salvación del alma, ni en el psicoanálisis, ni en la lucha de clases, ni en Elena Poniatowska, ni en nada.

¿Es que usted no guarda recuerdos de la felicidad?

–Por supuesto, pero la felicidad no es valor literario. Como Jefferson, yo aspiro a la felicidad, pero la novela es heredera de la épica y la tragedia; no hay espacio ahí para el contento. Por otro lado, Vidas perpendiculares tiene final feliz para que veas que no soy ningún azotado.

Hoy, Álvaro Enrigue, en la tapa de Radar Libros.

jueves, agosto 14, 2008

martes, julio 08, 2008

Detectives salvajes *

El síndrome de Rasputín, Ricardo Romero, Negro absoluto, 220 pgs.


Tres hombres, tres tics para habitar el mundo en conjunto. Y una ciudad gótica, con sus túneles –subtes abandonados que el pueblo ha adaptado a su gusto y necesidad– y sus ritos de miseria, que dos seres entrañables, Muishkin y Maglier, transitan en busca de un asesino. Estas son las partículas elementales que Ricardo Romero conjuga en la Argentina del Bicentario, en una Buenos Aires con dos obeliscos, veda de celulares, tras un gran incendio que ha arrasado buena parte de Constitución. Hay distopías de la ciencia ficción e ilusiones ópticas del policial, pero afortunadamente Romero no se ciñe a las reglas de ningún género, y en la ciudad y en la fábula de una amistad –en el fondo El síndrome… es un ensayo subterráneo sobre las formas del afecto– modula escenarios cómicos y grotescos que viran hacia la visión poética y hacia un decidido dramatismo de historieta cuando Muishkin y Maglier, y el postrado Abelev, culpable de un crimen nunca cometido, se entregan a las fuerzas del destino y buscan, por altruismo amoroso, resolver las circunstancias del crimen que ha terminado con Abelev hecho trizas en el hospital.

Muishkin y Maglier, pesquisas bífidos, cuentan con la complicidad de un portero y con el amparo de sus respectivos síndromes de Taurette. Son, quizás, los dos héroes más queribles que ha dado la reciente literatura argentina. Parecen protagonistas reencarnados de un viejo folletín de aventuras, en donde dos polos, el bien y el mal, acá siempre duplicados, libran una batalla cuando se ha roto la legalidad y la anarquía embellece el paisaje urbano.

Así se ven liados en un argumento desencajado donde abundan gemelos, asesinos a sueldo, pornógrafos, cambios de identidades, y un alma rusa, Ragojine, que perfila, como en un teatro de sombras chinas, una gigantesca reminiscencia arltliana: la conspiración de apellidos y la geométrica melancolía de historieta –incluso las discos en los subtes abandonados y los cabarutes subterráneos exudan la melancolía de lo que ha sobrevivido en un orden mudo o enrarecido– que enaltecen todo el libro.


* Reseña publicada en la revista Inrockuptibles de julio.

jueves, junio 12, 2008

Orgullo y prejuicio *

Una novela real, por Minae Mizumura, 607 páginas. Adriana Hidalgo Editora. Traducción: Mónica Kogiso


La tradición literaria de Japón, desde Natsume Soseki a Kenzaburo Oe, pasando por Junichiro Tanizaki, quizás confluya en Una novela real, y Mizumura seguramente sea considerada, con el tiempo, una de esas escritoras que, fantasmales o raras en su época, se transforman en mitos literarios cuando la naturaleza del estilo se aquieta y completa con el paso de generaciones de lectores. En el panorama actual de las letras japonesas, Mizumura es una de las escritoras más peculiares. A los diez años se mudó a Nueva York con sus padres, estudió literatura francesa en Yale, conservó intacta su lengua materna, y volvió a Tokio más de dos décadas después.

En Una novela real, la tercera novela de Mizumura, agrega una torsión más a sus dos novelas previas, definidas por la crítica japonesa como “experimentales”. Se trata de un melodrama que reelabora el conflicto de uno de los grandes clásicos occidentales, Cumbres borrascosas, y le suma capas –una novela en la novela– y un notable y poético tono para referir los cambios en el Japón de la posguerra sin recaer en análisis sociológicos ni simplificaciones históricas. Quizás uno de los tantos logros de Mizumura resida en hacer foco en toda una época y en toda una clase social –la aristocracia en decadencia– para terminar amplificando la historia sentimental de un humilde huérfano, Taro Azuma. Este ha vivido en días de posguerra un amor prohibido con Yoko, una joven que pertenece a una clase social más alta y que, por prejuicios de época, se ve obligada a optar por un joven de su misma clase.

El mismo Taro Azuma, años después, es quien aparece en el centro del relato al comienzo de la novela. La narradora –cuya coincidencias biográficas con Mizumura son más de una– refiere el ascenso de ese joven misterioso y bello que llega a Estados Unidos, donde ella reside, y empezando como chofer se transforma primero en mito vivo en la comunidad japonesa y luego, con el boom económico, en uno de sus millonarios más importantes. La narradora lo conoció a través de su padre, y además de bucear en recuerdos de infancia y retratar una comunidad que intentaba asimilarse e imitar las costumbres occidentales, reconstruye, a través de testimonios, ese mito llamado Taro Azuma. Claro que la reconstrucción es sutil, está montada en un típico recurso metaliterario: alguien que conoció a Taro, Yosuke, se le presenta a la narradora, en Los Ángeles, después de una clase, y le refiere el relato –que a la vez le fue referido por Fumiko, una criada de viejos tiempos– y se plasma así el núcleo de la novela de la novela: de la posguerra al presente, con contrastantes estilos de vida, la relación melodramática de Taro y Yoko dura como una maldición eterna. Una maldición que enlaza dos épocas, dos culturas, dos sexos, dos clases, y en el misterio de una vida excepcional y casi heroica encarna, como contadas novelas hoy en día, una indagación sobre la condición humana.

* Reseña publicada en Los inrockuptibles junio.


viernes, junio 06, 2008

Perpendiculares

"Desde hace años, cuando se habla de literatura latinoamericana, se busca encontrar a los herederos serviciales y auténticos del Boom. En cada país, el servicio estético ideológico –especie de fofo acoplamiento literario– adopta diferentes formas (...)" * (sigue en Nación Apache)

* Columna publicada en Inrockuptibles de junio.

miércoles, abril 16, 2008

Ballard

"En la actualidad hay una lógica que atribuye más valor a la fama cuanto menos acompañada esté de logros reales. No creo que en este momento sea posible llegar a la imaginación de la gente por medios estéticos. La cama de Emin, la oveja de Hirst, los Goyas desfigurados de Chapman, son provocaciones psicológicas, pruebas mentales en las que los elementos estéticos no son más que un contexto. Es interesante que las cosas sean así. Asumo que se debe a que ahora el medio, que es ante todo un entorno mediático, está sobresaturado de elementos estetizantes (comerciales televisivos, packaging, diseño y presentación, etc.) pero empobrecido y entumecido en lo que respecta a la profundidad psicológica. Los artistas (pero no los escritores, lamentablemente) tienden a desplazarse a los lugares en que la batalla es más enconada. En el mundo acutal todo es objeto de diseño y packaging, y Emin y Hirst tratan de decir que esto es una cama, que esto es la muerte, que esto es un cuerpo. Tratan de redefinir los elementos básicos de la realidad, de recuperarlos de manos de los publicistas que secuestraron nuestro mundo."

"Dudo mucho que Internet o alguna otra maravilla tecnológica puedan detener la caída en el aburrimiento y el conformismo. Sospecho que la especie humana avanzará como un sonámbulo hacia ese vasto recurso que vaciló en abordar: su propia psicopatía. Ese patio de juegos del alma nos espera con las puertas abiertas de par en par, y la entrada es gratis. En resumen, una psicopatía electiva vendrá en nuestra ayuda, como lo hizo muchas veces en el pasado: la Alemania nazi, la Rusia stalinista, todas esas pesadillas constituyen buena parte de la historia humana. (...) A nuestra pasividad se suma que estamos ingresando en una etapa profundamente masoquista. Todo el mundo es una víctima, ya sea de los padres, de los médicos, de los laboratorios farmacéuticos, hasta del amor. !Y cómo lo disfrutamos!"


* Fragmentos de una entrevista Publicada en la Revista Ñ, el 12/04

martes, febrero 05, 2008

El banquete de las utopías *

Que la literatura tenga posibilidades de predicción hoy no importa mucho. Aunque el utilitarismo profético de la ciencia ficción ha sido desbordado por la historia, por suerte el género conserva, como la filosofía, la posibilidad de formar sistemas de conocimiento. Sus cultores más audaces y salvajes, Arno Schmidt, Mervyn Peake, Angela Carter y, por qué no, la reciente Nobel Doris Lessing, combinaron pesadillas de la civilización con un lenguaje excéntrico. Esas pesadillas, en general vinculadas a distopías y a mutaciones sutiles en las conductas sociales, en realidad no fueron más que páginas en blanco para desarrollar y acelerar una reflexión sobre la condición humana. Como advierte Capanna, “en la ciencia ficción madura, el futuro no es más que un expediente para extrapolar ciertas conclusiones que surgen de una problemática actual.”

En este punto, no hay predicciones cumplidas o incumplidas, sino ambiciones y ampliaciones estéticas que se vuelven actuales si alcanzan a un individuo. Podría pensarse que los infiernos desérticos de J.G. Ballard en El día de la creación, o las punzantes visiones amorosas M. John Harrrison en El curso del corazón, funcionan como problemáticas sumergidas que el lector debe despejar en sí mismo. La experiencia de un solo lector desvía de por sí el sentido predeterminado de cualquier ficción, volviéndola una instancia real de azar, es decir, una promesa de la literatura cumplida en el caso de una vida.

Hoy en día el fantasy ha sido fagocitado por la industria del entretenimiento visual y por el mismo futuro que la ciencia ficción anticipaba en sus orígenes. Así, la experiencia de un lector de género, al igual que la de cualquier lector apasionado, es la de un Stalker, esa clase de místico contrariado que, en el inolvidable film de Andrei Tarkovski, accede a una zona fenoménica: una zona trascendental en la cual es posible cumplir los deseos más íntimos. El fantasy hoy parece estar más cerca de una encrucijada estética que del pulp, más cerca de la crítica social que de la exaltación cientificista, y puede inducir en el lector insomne una expansión de la conciencia parecida a la de esos psicotrópicos que inspiraron la Interzona de El almuerzo desnudo.

A veces ese lector hace de la experiencia una situación de inspiración. Deleuze escribiendo sobre William Burroughs, por ejemplo. Capanna sobre Andreí Tarkovski, o, en Ciencia Ficción. Utupía y mercado, analizando la prehistoria y la historia de este género y sus relaciones con los cambios de paradigma y los vaivenes políticos del siglo XX. El ensayo de Capanna cumple con una doble ambición: en sí parece una singular enciclopedia borgeana que reinventa y cronometra, con una erudición implacable, la mitología de un género repleto de precursores; así se empareja con su objeto de estudio y se vuelve un eslabón fundamental en el banquete incomprendido del pensamiento utópico. Por otro lado, se despega de sus referentes al actualizar los alcances del género y plantear nuevos dilemas que son, menos de un género en especial, que de la literatura en general. La tensión entre cultura de masas y alta literatura, hoy en día, está más allá de géneros y subgéneros. Si el público de la ciencia ficción, como señala Capanna, en un principio estuvo mayormente formado por científicos, y más adelante por una masa heterogénea que buscaba entretenimiento y evasión de la realidad, hoy en día, cuando los géneros no son utilitarios ni contraculturales, ese “encuentro del espacio interior con el espacio exterior que auspiciaba Ballard” parece sólo probable fuera de las convenciones y las modas, en el campo minado de las elecciones estéticas.


* Columna publicada en la Revista Ñ el sábado 2 de febrero.

lunes, enero 28, 2008

Barranca abajo *

En muchos escritores la especulación con el fracaso suele desencadenar, o bien una serie de libertades paradójicamente estructuradas, o bien el fin de la escritura. A partir de un doble fracaso, o mejor dicho, gracias la convergencia de la catástrofe amorosa y la conciencia de un destino literario que nunca será debidamente valorado, Daniel Guebel teje un monólogo que se presenta, en principio, casi como el diario de una separación, y que termina aniquilando lo que la literatura le restó a la vida. (Sigue en Nación Apache)


* Nota publicada en el número de enero de Los Inrockuptibles.