miércoles, abril 07, 2010

Historia del pelo


Podría decirse a esta altura que la prosa de Alan Pauls va duplicando su apuesta en cada libro. En serie con Historia del llanto, Historia del pelo calibra una prosa expansiva para reinventar el presente –después de Butor y Saer, creíamos que no quedaba nada por hacer con ese tiempo terminal–. El presente de Historia del pelo no es descriptivo ni testimonial, no compacta capas de narración sobre un único plano, ni ahoga objetos en un volumen insalubre de realismo mimético, sino que asocia y sutura escenas en el tiempo, les escurre una gama asombrosa de matices, y produce un tipo de narración inusual, donde distintas líneas anecdóticas confluyen y recomponen un tejido –la amistad– o una manía apolínea –el pelo–, sin ceder al imperativo de contar una historia cronológicamente. Lo que se historiza en Pauls es ese pathos instantáneo y frívolo, que parece reflejarse en un atributo excepcional: una cualidad que es puro síntoma.

El pelo, desde la década del setenta, cuando comienza a crecer el relato, hasta la actualidad, en que el relato se desmaleza, preocupa y atormenta al protagonista –él– como un órgano que podría enfermar y cada mes exige tratamiento especializado. Su crecimiento parece una evidencia insaciable de mortalidad. La década del setenta no amerge como una época historizable moralmente. Ni en Historia del llanto ni en Historia del pelo existe una época ilustrada y guionada, sino restos que se deslizan hacia un ahora: momentos y cuestiones políticas atravesadas y problematizadas en la memoria y en personajes –el peluquero todo poderoso Celso y su par, el “veterano de guerra” hijo de un célebre militante desaparecido– diseccionados en la narración como mariposas coleccionables. El pelo –o en su defecto una peluca–, igual que el llanto en la anterior entrega de esta trilogía, entonces parece una reserva de potencia, es decir, un foco de vulnerabilidad. Para “él”, el pelo funciona como una máquina de producir identidades en cada intersticio de la realidad: ahí es donde el narrador apuntala su memoria, donde la política empieza a hacer combustión, y donde en definitiva el cuerpo caleidoscópico de la novela gana por varias cabezas.



* Columana publicada en Inrockuptibles marzo.