martes, julio 08, 2008

Detectives salvajes *

El síndrome de Rasputín, Ricardo Romero, Negro absoluto, 220 pgs.


Tres hombres, tres tics para habitar el mundo en conjunto. Y una ciudad gótica, con sus túneles –subtes abandonados que el pueblo ha adaptado a su gusto y necesidad– y sus ritos de miseria, que dos seres entrañables, Muishkin y Maglier, transitan en busca de un asesino. Estas son las partículas elementales que Ricardo Romero conjuga en la Argentina del Bicentario, en una Buenos Aires con dos obeliscos, veda de celulares, tras un gran incendio que ha arrasado buena parte de Constitución. Hay distopías de la ciencia ficción e ilusiones ópticas del policial, pero afortunadamente Romero no se ciñe a las reglas de ningún género, y en la ciudad y en la fábula de una amistad –en el fondo El síndrome… es un ensayo subterráneo sobre las formas del afecto– modula escenarios cómicos y grotescos que viran hacia la visión poética y hacia un decidido dramatismo de historieta cuando Muishkin y Maglier, y el postrado Abelev, culpable de un crimen nunca cometido, se entregan a las fuerzas del destino y buscan, por altruismo amoroso, resolver las circunstancias del crimen que ha terminado con Abelev hecho trizas en el hospital.

Muishkin y Maglier, pesquisas bífidos, cuentan con la complicidad de un portero y con el amparo de sus respectivos síndromes de Taurette. Son, quizás, los dos héroes más queribles que ha dado la reciente literatura argentina. Parecen protagonistas reencarnados de un viejo folletín de aventuras, en donde dos polos, el bien y el mal, acá siempre duplicados, libran una batalla cuando se ha roto la legalidad y la anarquía embellece el paisaje urbano.

Así se ven liados en un argumento desencajado donde abundan gemelos, asesinos a sueldo, pornógrafos, cambios de identidades, y un alma rusa, Ragojine, que perfila, como en un teatro de sombras chinas, una gigantesca reminiscencia arltliana: la conspiración de apellidos y la geométrica melancolía de historieta –incluso las discos en los subtes abandonados y los cabarutes subterráneos exudan la melancolía de lo que ha sobrevivido en un orden mudo o enrarecido– que enaltecen todo el libro.


* Reseña publicada en la revista Inrockuptibles de julio.