sábado, noviembre 28, 2020

Apuntes sobre la muerte de un ídolo



1

La muerte de Maradona es inevitablemente irreal, imposible. La idiosincrasia argentina post Malvinas pende del genio de Maradona. De alguna manera, el mito de Maradona resultó un bálsamo para la autoestima nacional. Es difícil predecir qué pasará con esa celda de la identidad argentina, con esa acumulación de pixeles estelares que queda vacante. Incluso los que rechazaban a Maradona por su origen de clase o sus inclinaciones políticas, dialogaban con él. Maradona era un espejo en el cual el pueblo podía hablarse, insultarse o representarse. Probablemente ese espejo quede intacto, y la imagen siga replicándose y atrayendo fragmentos analógicos para componer el último cuarto del siglo XX. 

2
Maradona fue el último gran jugador pre play station, pre globalización. En este punto, su modo de jugar era totalmente atípico, antiproductivo y por momento estéticamente ocioso. La antítesis de Messi y Rondaldo. El jugador que más se le asemejó espiritualmente, pero sin explosión en el pique corto y en la gambeta, fue Riquelme. Su antecedor, del cual Maradona aprendió todo, fue Ricardo Bochini, que tenía en la cancha el misma actitud combativa y el mismo genio. 
Si uno se detiene a ver un partido entero, descubre que Maradona perdía pelotas, muchas veces pasaba la pelota hacia atrás innecesariamente –esto algo que detestaba mi abuelo de Maradona-, muchas veces apostaba a que lo bajaran cerca del área en vez de terminar la jugada. Era un jugador que podía darse el lujo de derrochar y especular. 
Cuando la combinación de factores se daba, definía un partido. Y eso sucedía en algún momento de los 90 minutos en los que estaba en la cancha –casi nunca era reemplazado hasta el último minuto-. Tener a Maradona no significa solamente tener al mejor jugador del mundo, sino más bien tener un comodín infinito, vidas extra. 

3
Algún desarrollador tecnológico debería patentar una aplicación para hablar con Maradona en cualquier lugar a cualquier hora,  una suerte de holograma privado, una app que mantenga viva la imagen del astro para que, por un lado, sus devotos puedan seguir reflejándose en su oráculo, y para que por otro lado en los argentinos mayores de cuarenta, digamos, nacidos antes del año 80, no sobrevenga una crisis de identidad. A partir de un algoritmo, imaginemos, un milenial crea una aplicación para mantener viva el alma de Maradona en el pueblo y por ende todo eso que cada invididuo vivió mientras Maradona se volvía Dios. Cada persona al despertar, entra a la aplicación y puede sentir que Maradona sin cuerpo lo interpela. 
  

4
Me viene a la memoria el apodo con el que mi abuelo, escéptico hincha de Racing, denostaba a Maradona frente a la televisión, durante el mundial del 86: “taponcito”. Afirmaba sin vacilar que Maradona era puro humo, que hacía espamento, que andaba por el suelo siempre llorando. “Un espamentoso ese gordito”. Yo, con once años, con la necesidad de un ídolo, me enojaba y trataba de demostrarle a mi abuelo que a Maradona no lo dejaban jugar, que le pegaban. Según mi abuelo, él no quería jugar, era ineficaz, prefería que le pegaran para tirarse y hacer tiempo. En la vereda opuesta, mi padre veneraba esa supuesta ineficacia y afirmaba que Maradona era el mejor jugador que había visto jugar en su vida: capaz de sacarse un jugador de encima en una baldosas y dar un pase aéreo de gol de 50 metros. Medían con distintas varas al mismo jugador: la eficacia versus la calidad. La calidad de Maradona sin duda nunca fue superada por Messi. Pero Messi, con los años, ganó eficacia, como si fuera un jugador destinado a satisfacer estadísticas. Quizás porque el fútbol cambió y cada jugada pasó a analizarse en un marco de supereficiencia, como en la NBA. Por otra parte lo golpearon mucho menos. Fue protegido y por eso nunca sufrió una lesión como la de Maradona en el Barcelona.    


5
Cuando un ídolo propio muere, lo que revive en el cuadrilátero de la nostalgia es la infancia y la juventud. Por eso también , cuando un ídolo propio muere, observar a un niño es sumamente conmovedor. Es ver a alguien que va hacia el futuro sin esa muerte. En  el camino, encontrará sus propios ídolos vivos. Pienso en mi hijo, para quien Maradona no significa nada. 

6
Maradona después de su retiro enfrentó un primer final: ya sin vida creativa, se prestó a la publicidad política, a la contienda mediática y al carnaval de la farándula. Maradona vivió de su figura con la complicidad social, hasta que encontró de nuevo en el fútbol –en la dirección técnica- una salida transitoria para la reinvención. Pero para esa reinvención debía restablecer un vinculo horizontal con los otros, dejar de ser Dios, abandonar la celada que después de que le cortaron las piernas había sido cuidadosamente construido por distintos actores sociales. Más que reinventarse, debía renacer.  

7
En el medio, después del retiro, habría que analizar qué hizo Maradona con su cuerpo . No en busca de la decadencia, sino siguiendo una mutación que el nombre propio no siguió. En los últimos veinte años, Maradona tuvo varias varias apariencias, varios rostros, varias descendencias, y sin embargo el significante siguió intacto. He aquí un problema, una resistencia, que es difícil que en una persona no genere vacío y más vacío. Tener que responder a ese significante sin ser ese Maradona, y sin poder ser a la vez otro hombre, o simplemente Diego, alguien más en el mundo.      



sábado, mayo 02, 2020

Notas de cuarentena 9


La perspectiva de que la cuarentena termine es cada vez más lejana, aunque adquiere rasgos flexibles para las empresas. Pero para un trabajador independiente, la cuarentena tal vez sea eterna. Ya nos hacemos la idea de pasar el invierno lejos de Buenos Aires, en un exilio imprevisto. Casi podríamos decir que la duración de la cuarentena nos fue convenciendo de la futilidad del Virus. A la distancia, las noticias hablan de una ciudad encajada en formas de ciencia ficción y de gente que se dispara para todos lados, desesperada por salir de sus casas.
Si volvemos, tememos no poder salir de Buenos Aires nunca más. La ciudad se nos representa como una trampa con libertades impracticables. Por momentos los gobiernos locales han olvidado que la finalidad de la cuarentena en países subdesarrollados era frenar los contagios y preparar el sistema de salud. Ahora noto una tendencia automática a la hora de confinar a la población. Y no hay forma de resistir la autoridad, porque es la autoridad abstracta de un Virus que se ha ganado incluso el alma de los más incrédulos y conspiranoicos. He aquí una nueva normalidad:  vivir en cuarentena. Vivir al filo. Vivir en la escasez. Después de un mes y medio la anomalía pasó a ser caminar, socializar, conversar con alguien sin que medie el espanto o la mirada parapolicial. La socialización quizás quede en el pasado. Como una forma excéntrica de relacionarse del humano sobre la tierra, un modo que antecedió a un cambio de paradigma en el siglo XXI. Quizás el siglo XXI haya comenzado recién ahora.
A la vez, no sólo el mundo sino el capitalismo no volverá a ser el mismo, porque el uso del tiempo se verá radicalmente modificado. La médula del capitalismo reside en el empleo del tiempo.  Si esa médula se ve afectada –o enferma- el capitalismo funciona como una máquina averiada. No se si recuperará simbólicamente de la deficiencia que señaló, todavía más que una revolución, el coronavirus.   

viernes, abril 24, 2020

Notas de cuarentena 8


Otro día
A falta de rutinas nuevas, abandoné este diario y me dediqué a fotografiar las anomalías rurales -las paradojas de su paisaje, árboles fálicos, rincones de chatarra, lagunas que sin el hombre son oasis-. No obstante, sigo a la distancia todo lo que sucede en Buenos Aires. Solo que desde Lobos, pareciera estar en otro país, la cuarentena creo microespacios divisibles a su vez en microespacios que terminan en un premisa: la única patria segura ahora es el hogar. En Lobos el asilamiento obligatorio es un rumor que algunos aprehenden e imitan, y que otros sutilmente parodian. Es como si en el pueblo no hubieran cambiado los modos de socialización y se viviera un simulacro de cuarentena. En el fondo de las casas se teje otra versión del aislamiento. Para los parroquianos lo importante en verdad no es el aislamiento personal, si no el aislamiento colectivo. Todos parecen atentos a que no entre nadie de afuera. Una vez, por alguna razón, se coló en Salvador María un auto que nadie conocía. La memoria de los comerciantes  es infalible acá. “Ese auto no es de acá. No sé como lo dejaron pasar. Si alguien baja y pregunta dónde hay una carnicería, esa persona no es de acá, hay que denunciarla”.

El principal suceso de estos días es la tentativa fracasada del gobierno de Rodríguez Larreta de discriminar a la población de riesgo –o mejor dicho, la población deficitaria para el neoliberalismo- y ahogarla en prohibiciones y trámites para controlar su circulación y quizás aniquilarla espiritualmente: un atentado a la poca libertad que les restaba a los ancianos. 

Las noticias que llegan de Buenos Aires por momentos son alentantadoras –ya hay gente, con sus correspondientes barbijos, que puede retomar sus quehaceres-  y por momentos desalentadoras –la proliferación de gente aceleró brotes de odio y paranoia-.  El cocktail de miedo y paranoia, para el argentino medio, vuelve sospechosos a toda los que circulan sin una razón comprobable a primera vista -y genera en la vida acuaretenada una nueva expectativa, un nuevo horizonte cotidiano: la denuncia. Agarrar in fraganti al infractor y entregarlo a las fauces de la ley.  

Imagino que los barrios, en especial Boedo, deben tener una vida de feriado, ese tipo de vitalidad ambigua, y a la hora de las compras deben formarse tumultos de gente, colas infames que remiten al pasado, todo tipo de obstáculos para sobrevivir en la cadena de trámites burocráticos cotidianos: pagar cuentas, comprar alimento, sacar al perro. Rutas imposibles frente al totalitarismo de la pandemia. Ayer leí una nota cómica de Vargas Llosa, donde no perdía oportunidad de rotular a gobiernos como el de Argentina y España de autoritarios por las medidas de control que habían tomado. Desnaturalizaba causas, traspapelaba hechos, metía en la sopa su condimento predilecto: el populismo. Pero en la cocción los argumentos se evaporaban y quedaba un concentrado demagógico con gusto a nada. Se veían a la legua las hilachas de los argumentos de Don Mario. Sobre todo porque regimenes neoliberales que se vieron obligados a tomar las mismas medidas, ni siquiera eran considerados en la nota. La pandemia en definitiva inoculó un tipo de autoritarismo que no proviene del discurso político estrictamente tal como la conocemos, sino de la ciencia y los medios -agentes del miedo-. La ciencia médica, como recurso humano último para frenar al coronavirus, ahora reduce la política al sanitarismo.      

Los que se llevan la parte en esta cuarentena, naturalmente, son los niños. Jamás se contempló el daño que podía generar una interrupción tajante en la sociabilidad y los centenares de horas de encierro, frente a pantallas adictivas y paredes que de pronto empiezan a hablar y muñecos que se animan y susurran cosas. Si el estado natural de la infancia es el encantamiento,  ese mundo encantado, entre cuatro paredes, termina siendo un universo de pesadillas, anquilosamiento e histeria, que a la vez monstruifica a  padres agotados. Emergeremos de esta cuarentena con treinta años más, desorbitados, listos para sumarnos a los grupos de riesgo en la próxima pandemia. 

jueves, abril 16, 2020

Notas de cuarentena 7


Otro día

Con el COVID19 –el nombre ya resuena como mítica nave espacial que eyectó a la humanidad de la tierra-, las ideologías claudican, o se quedan sin fuente. La extrema derecha armada de EEUU, el ejército de voluntarios rednecks, coincide con la postura del anarquismo europeo. Hay que terminar con el lockdown. La extrema derecha califica al COVID19 de gripecita mata viejos y cree que debe predominar la ley del fuerte y una selección natural parece en este punto razonable para que no se detenga el show del capitalismo. Los anarquistas creen en teorías conspirativas y afirman que el Estado y los medios han aprovechado el coronavirus como un negocio para ejercer una suerte de control biopolítico, justo cuando las democracias estaban totalmente desacreditadas y aumentaban movimientos de protesta al estilo chileno. Algo de esto esboza Agamben en una intervención que el paso del tiemo volvió obsoleta. Imagino que cuando esta cuarentena total se levante, la mitad de las cosas que formaban parte de nuestro mundo van a estar fuera de cuajo, como los árboles después de un tornado.    

sábado, abril 11, 2020

Notas de cuarentena 6


Otro día

Camino al supermercado, me detengo en un cementerio de chatarra que hay en la entrada a la laguna. Es tan visible y lúgubre que siempre evité mirarlo. No son restos de autos, sino hierros exprimidos por la fatalidad: un museo de la tragedia vial bonaerense. Siempre chocan de frente entre el kilómetro 109 y 112 de la ruta 205. En general un camión con auto cargado de gente.  Hoy no pude evitar detenerme y filmar y hacer un par de fotos, pensando que el paisaje podía metamorfosearse y volverse una instalación del presente. 
 
Bien temprano me desperté abatido y convencido de dos cosas: el aislamiento social obligatorio terminará siendo  el complemento involuntario de la masacre económico social perpetrada por Mauricio Macri; Alberto Fernández pasará a ser el presidente que no pudo desarrollarse por estos dos estragos ajenos a su gestión. (No deja de apenarme que a un tipo así,  uno de los pocos políticos que uno puede sentarse a escuchar, haya tenido tanta mala suerte).

Después de comprar artículos de limpieza para que nuestro ecosistema familiar no se derrumbe, quedé obnubilado por la presencia oblicua de un Ford Taunus. Caminamos con Remo hasta ahí. De pronto apareció el dueño y empezó a hablar del auto como si fuera un perro hallado al costado de la ruta. Lo había rescatado, estaba en recuperación, su anterior dueño era un borracho que lo había vendido por chirolas, en un año o dos mejoraría la chapa y la pintura, estaba entero. “Te voy a mostrar el motor”, me dijo. “El motor no”, vociferó Remo, pero cuando le expliqué que no iba a ponerlo en marcha y que en realidad iba a acceder a un laberinto nunca visto, asintió fascinado. Al rato terminó casi adentro.  “2.3, motor potenciado que salió en el año 79 nada más”, no paraba de repetir el hombre. “Un motor para toda la vida”.       

Volamos hacia Salvador María, antes de que cierre todo. "¿Y el chocolate, y el chocolate?". Tengo estudiado todos los rubros y en el autoservicio de Salvador María cualquier vino cuesta un tercio menos que en la laguna. El lavadero de autos que está junto a la vieja estación de tren hoy estaba abierto. Me acerqué a investigar. Trabaja sólo una persona, en el medio de la nada. Me comentó que cada vez que intentaba abrir en las últimas semanas, venía la patrulla . Hoy el hombre le dijo a la policía que tenía que trabajar porque no tenía de qué vivir y que prefería que lo llevaran preso de una vez. La patrulla entonces reculó: “abrí pero un rato, no se lo digas a nadie”.  Así funciona la cuarenta por acá, entre los trazos de miedo, chusmerío y necesidad. 

jueves, abril 09, 2020

Notas de cuarentena 5


Otro día

Días sin escribir en este diario. Me dediqué a organizar el blog del taller y un Instagram para volcar los espejismos de campo. Siempre son espejismos en relación a lo humano. No hay paisajismo, creo, en las imágenes. El del taller no es cualquier blog, sino una bitácora específica, de microcuentos, para encauzar la toxicidad de la cuarentena. La producción de los participantes es pletórica y me parece que funciona como memoria colectiva de esta época. Escriben más libres que nunca, con un mirada ácida y desencantada, capaz de digerir las noticias más absurdas.

Se acerca el fin de la cuarentena y la definición de la siguiente etapa, que seguramente sea otra cuarentena y así sucesivamente hasta dividir el país en territorios con microcuarentenas, donde el vecino será siempre un peligroso vehículo de infección: el extranjero, al estilo Dogville. 

Hay otro modo de pensar la situación. Me la figuro de esta manera: un ejército ataca una ciudad amurallada. Los ciudadanos resisten detrás de las murallas con los víveres acopiados antes de la invasión. El ritmo de la ciudad, ante el asedio, se paraliza. Se expande el terror, porque en algún momento los bárbaros van a entrar y sacrificar a parte de la población. En un comité de sabios, se debate la posibilidad de salir. “¿Cuánto tiempo podemos resistir adentro, si sabemos que en algún momento entrará el ejército?” "¿Si encontráramos un modo de salir sin ser vistos y dejar la ciudad vacía a merced los bárbaros?” “¿Tenemos una salida secreta?”.

Me acostumbré a la idea de no poder volver a retomar mis rutinas en Buenos Aires y entregarme a una nueva vida en Lobos, lejos de mi pasado, casi como un exiliado pero con familia. Los amigos parecen estar lejos, muy lejos, enterrados en el sarcófago de sus casas. Más allá de que no estemos en Buenos Aires, tengo la impresión de que en la ciudad todos experimentan lo mismo respecto a sus seres queridos: un aislamiento insalvable que está a punto de volverse impresión de clandestinidad. ¿Cuál es nuestra salida de emergencia, antes de que implosione socialmente el país? Debería ser una salida secreta, ajena al sentido común del Estado. 


sábado, abril 04, 2020

Notas de cuarentena 4



Otro día

Pasan los días y la cuarentena se vuelve una forma de vida impensada. Hoy en Página 12 leí una entrevista a una bióloga uruguaya, Silvia Ribeiro, que arriesga una Hipótesis verosímil, nada conspirativa, para explicar el origen mutante y feroz de este Virus. El COVID19 es el resultado, en resumidas cuentas, de lo que el hombre ha hecho con los animales, con la cría industrializada a gran escala de cerdos y pollos y la modificación de los hábitats naturales de las especies y la desforestación. Es el Virus que retorna de esta suerte de salvaje omnisciencia humana. Si la tierra tuviera un genoma, podríamos decir que el hombre ha terminado de romper la cadena en varios pedazos.

Me doy cuenta de que me acostumbré tanto a esta nueva rutina en el aislamiento, que me parece normal no escribir al respecto. No escribo sobre mi ropa, sobre el color de mis anteojos, por qué voy a decir que escribo por las tardes, o que mientras Valentina ensaya a la mañana, con mi hijo Remo hacemos siempre lo mismo. No por repetida esta rutina es monótona. Temprano, mientras preparo el desayuno y Valentina todavía duerme, Remo juega con algunos animales a través de los cuales recrea escenas del jardín de infantes -a esta altura abolido- e introduce frases que escuchó alguna vez, en su prehistoria en Buenos Aires. El juego es una cámara de resonancias que reúne frases de todos los tiempos. “Te dije que no le pegaras. No se le pega a los amigos. Lucas devolvele el juguete, devolvele el juguete. Ojo te vi bruja mala, portate bien Víctor”.  Una vez que está el desayuno, casi siempre interrumpido porque mi hijo se pelea con alguna prenda de ropa que le queda ligeramente torcida,  itineramos entre el comedor y su cuarto de juego, limpiamos la pelela, alimentamos a la perra, y yo lucho por liberar la atención un minuto y hacerme café o ir al baño. Mi desayuno suele componerse de las sobras de frutas y huevo que deja mi hijo y panes milagrosos que encuentro en la mesada de la cocina.
Después de eso estamos listos para salir afuera a jugar al básquet en un balde, o al fútbol en un arco hecho con troncos, o a una hamaca que hace unos días logré colgar de la rama de un árbol y por momentos suple el espejismo social que vivíamos en la plaza. Cerca de las once, cuando practicamos todos los deportes posibles y avistamos todo tipo de aves, subimos al auto para hacer las compras en el pueblo. Al principio dejaba a Remo en el auto dos minutos en la sillita, ya que según las reglas de la cuarentena, las compras deben hacerse de a uno. Alguna vez Remo se enchinchó y tuvimos que bajar los dos y ahí empezó la mala cara de la gente, sobre todo de los comerciantes, que a mis espaldas murmuraban “que no toque nada”, como si las góndolas en realidad fueran un museo de virus. Pasados Sin embargo hubo un punto de inflexión: un día me vieron entrar con esa hermosura de casi tres años y quince kilos colgando en la mochila y se apiadaron. A partir de entonces pasé a ser el padre abnegado que protege a su hijo de la amenaza y me reciben con los brazos abiertos. No sé si habré sentado tendencia, luego encontré otros padres y madres que concurrían acompañados de sus hijos. Lo seguro es que muchos, igual que yo, no tienen otra oportunidad de interrumpir la alienación de sus hijos, eligen que vean otras caras por unos minutos, para crear un antes y un después, una temporalidad que en la reclusión social se aplana y se encarna en la peor de las formas para un niño: el aburrimiento.
Hoy, después de más de quince días de cuarentena y de largas colas de jubilados apelmazados en los bancos de las principales ciudades del país, los comerciantes han dejado de lado las precauciones, ya no cuentan cuántas personas entran al mismo tiempo en el lugar, ya no usan guantes de látex, y constantemente están hablando por teléfono para que los proveedores no fallen. En el pueblo, casi todos los rubros parecen exceptuados de la cuarentena. Y el que no está exceptuado, como la librería, abre igual con la aprobación popular: hay que comprar plasticola, lápices para los chicos confinados, cuadernos.

Antes, durante y después de las compras, con Remo escuchamos música. Siempre cuando subimos me dice: los Beatles papá. No sé cuántas veces los habrá escuchado. Probablemente cien. Al principio yo obedecía a su pedido, pero con el tiempo me di cuenta de que para él los Beatles eran sinónimo de música. En estos días hice varios descubrimientos de psicodelia norteamericana de fines de los sesena y mientras volvemos haciendo tiempo y recorriendo caminos rurales para ver vacas, caballos y ovejas, reproduzco alguno en el auto: The search party –un gótico psicodélico tenebroso que no le gustó nada-, Stone Harbour –cuyos temas más melódicos merecen su aprobación-, The amboy dukes –que tiene una agradable reminiscencia de The byrds y The  Zombies pero que en cierto momento despertaron en él una demanda con forma de queja: “no canta, que cante ya”.


Cuando al costado del camino vemos vacas, ovejas o caballos, nos detenemos, y naturalmente cortamos la música, para iniciar una suerte de conexión telepática con los animales. Se que no durarán cerca nuestro más de dos minutos. Aunque no nos movamos, exudamos algo de la civilización apestada y siempre se alejan en sentido opuesto. En esos dos minutos de gracia que nos dan, Remo baja del auto, se presenta con la capa amarilla que Valentina le hizo, arranca un poco de pasto y se acerca al alambrado a alimentar a los animales que todavía no huyeron. Recién hoy la tentativa fue exitosa, porque aconsejados por Valentina, en vez arrancar barbas insulsas de pasto, trajimos zanahorias. Todo el recelo de los caballos se despejó. Uno, en particular, entró en confianza y traspuso el alambrado con su hocico. Por fin el sueño de Remo de alimentar a los animales del campo se vio concretado, aunque en el mismo momento en que el caballo movió las fauces pastosas para darle un mordisco a la zanahoria, Remo la arrojó y dijo: “Pero tiene dientes!!!”

Recuerdo ahora, mientras cae el sol, la entrevista a Silvia Ribeiro. Vuelvo a pensar en la salvaje omnisciencia humana y de pronto noto que algo sobrenatural de esta cuarentena es que esta zona específica de Lobos parece a salvo de la crueldad del hombre.  
   

viernes, abril 03, 2020

Notas cuarentena 3

Otro día

De golpe me pregunto si los crecientes casos de trastornos psicológicos durante la pandemia, se deberán menos al aislamiento obligatorio que a la suspensión del capitalismo. Para muchos es como si les hubieran corrido el piso.Esto no estaba en las reglas de juego. Se trabaja, se descansa, se trabaja, se consume , se descansa, se trabaja, se consume, , y si la plusvalía se vuelve ahorro, se vacaciona: esta es la propedéutica del capitalismo. Pero ante la cuarentena, que no obedece a ninguno de los ciclos, quedamos en un limbo, a la espera. Para sobrevivir sin piso, hay que tener una subjetividad asentada, que sirva de apoyo. Con la cuarentena todos los suplementos libidinales e imposturas quedan suspendidos y el sujeto cautivo está obligado a revisarse en el tedio de las horas. El encuentro con uno mismo puede ser tan mortífero como el encuentro con un virus. Pienso en el aislamiento social en ciudades como Tokio y Seúl. Recién, grabándome, me di cuenta de que lo más parecido a una cuarentena que viví fue mi experiencia en las residencias de escritores de Corea. Respecto al extranjero, en oriente hay una doble distancia. La social, que ellos tienen entre sí por naturaleza, y la cultural. Creo que por momentos sufrí aquella estadía como un aislamiento obligado, sin nada propio. Mis salidas tenían siempre la misma motivación: abastecimiento de víveres.
Me llegan de Buenos Aires noticias medianamente alentadoras. Ya no hay tanta policía hostigando a los transeúntes. Parecen más abocados ahora a un quehacer más redituable: inspeccionar vehículos, incautarlos, multar si no cumple con los requisitos de la libre circulación. Se intensifica mi preocupación. Que la policía se tome esta injerencia como un derecho ganado. 
Me pongo otra vez a pensar números, estadísticas. Me doy cuenta de que lo que no me cierra de la cuarentena en realidad proviene de lo que no cierra de la definición de pandemia. Me pregunto si con las gripes anteriores, con la cantidad de infectados (10% de la población anual se pesca algún tipo de virus gripal, es decir 600 millones) y con la cantidad de muertos (3% de ese 10%, es decir, 18 millones tienen complicaciones respiratorios) los peritos de la OMS no podrían haber generado una alarma mundial equivalente al del COVID19 y los diarios no podrían haber captado la atención de los lectores cronometrando la muerte en los distintos países al final del día . Desde hace tiempo, creo, los virus en la tierra son más mortíferos. Y este llego como el rey de los Virus. El Hiper Virus. Porque de alguna manera podría, él solo, si circula libremente, tener la expansión  que tienen todas los virus juntos.
Creo que el COVID19 llegó en un momento indicado para un mundo cansando de sí, histérico, que necesitaba otro tipo de guerra para reciclar el capitalismo. Y los peritos, junto a un cortejo de medios de comunicación en banca rota,  estaban ahí, en el momento justo, atentos al surgimiento de un nuevo tipo de virus feroz que, sin duda, puede exponenciar al infinito las víctimas que de por sí cada invierno trae a la Argentina.

miércoles, abril 01, 2020

Notas de cuarentena 2


Otro día
Un amigo me cuenta que después de dos semanas de encierro, bajó a la calle para hacer unas compras. Respiró en la ciudad un clima de post guerra y paranoia, algo sólo imaginable en novelas distópicas. Caminó en una ciudad extraña. Imagino. Una ciudad onírica.
Cuando dejamos Buenos Aires, la ciudad empezaba a volverse otra. El elemento paranoico presente en los que salen a la calle –son especies de sobrevivientes- no está presente en el decorado pampeano. En Salvador María, salvo por las medidas de precaución que toman en el almacén, el ritmo de vida no ha cambiado mucho. La cuarentena en realidad sumió al pueblo en una era de siesta perpetua. En las calles a veces se ven dos personas caminando juntas. En los almacenes, donde permiten entrar más de tres personas al mismo tiempo,  se forman en la puerta colas desordenadas donde es imposible entrenar la charla. En la primera etapa de la cuarenta había una patrulla que cada tanto se desplazaba por la zona, sobre todo para apercibir a los trabajadores que querían seguir con sus rutinas. Ahora no hay patrullas, como si la policía no pudiera tomarse en serio en el pueblo la segunda parte de esta cuarentena y hubiera dejado la zona liberada a modo de protesta.   

Cuando algún lejano se levante la cuarentena, creo que extrañaré esta vida por fuera del capitalismo. Las ciudades, en especial Buenos Aires, ya se han transformado en motores averiados y recalentados del capitalismo. Un motor con un millón de kilómetros, que sigue funcionando a la fuerza, después de haber sido rectificado decenas de veces. No sé cuánta gente, después de la cuarentena, querrá volver a circular por ese engranaje recalentado. Imagino jóvenes y abuelos migrando hacia el campo o los pueblos fantasmas, con el NO al capitalismo pegado en la luneta trasera. Recolonizando la pampa. Migrando hacia el espejismo del autocultivo.

Lo seguro es que después de este enfriamiento, el planeta va a estar mejor. Hace años venía pidiendo una tregua.


martes, marzo 31, 2020

Notas de la cuaretena 1



Un día
Con el coronavirus, cualquier ficción queda indefinida. Un poco desapropia al escritor –al menos al tipo de escritor que soy- de la necesidad de ficcionalizar. De alguna manera, pareciera que siempre estuve por escribir acerca de esto que estaba a punto de pasar. Y sucedió: un ensayo del apocalipsis. Eso es el corona virus que impuso la agenda mediática y cooptó gobiernos que temen colapsar y ser reflejos de Italia. Las cuarentenas sospecho martirizan psicológica y económicamente a una buena parte de la población. Esta por verse el alcance de ese daño en contraste con el alcance de la pandemia, que según Pablo Goldschimidt, está sobredimensionado. 

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Otro día 
Este virus anticapitalista que todo lo tiene suspendido, ha conseguido la alianza de dos poderes moribundos a través de una fijación psicótica. El mediático desprestigiado y el poder político. De alguna manera, el virus nos retrotrajo y devolvió la figura del soberano al centro. Aquel capaz de defender al pueblo del enemigo. No hay guerra, pero hay virus. Y como en la guerra, en las epidemias alguien sale ganando. Al menos simbólicamente. Por un lado el soberano, y por otro los medios de comunicación, que ocupan un lugar mesiánico.  La expansión del virus alcanza la velocidad de expansión mediática y casi da la sensación de que se contagia a través de las noticias. Es consecuencia de la interacción completa que hemos alcanzado a nivel mundial. A la vez, a contramarcha de esta velocidad informativa, las economías entran en un estancamiento que será el único régimen de producción a largo plazo, consecuencia de lo cual la sociedad de consumo, quedará suspendida. Quizás de ahí nazca una nueva sociedad, post consumo, post espectáculo.

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Otro día 
El virus que retorna y retorna como información sin centro, nos aleja de la infalibilidad. Y de golpe el capitalismo yace herido. Por un virus. Trump, destinado a perpetuarse, podría perder las elecciones. Ese hombrecito autoritario y sin miedo –por su propia locura-, parece dispuesto a sacrificar a una parte de la población ociosa en un tiempo corto de tiempo, el tiempo que antecede a las primarias.
Sobre las imágenes apocalípticas de la pandemia, podría decirse que sirven a las necesidades ideológicas de la extrema derecha. Y son el puntapié de una forma de  biopolítica explícita.  La cuarentena deja en evidencia en el primer mundo, sobre todo en Asia, que el Estado para sobrevivir a la crisis debe aferrarse a la figura de un estado tecnototalitario.  Es el Estado autoritario que aparece en momentos excepcionales, como la guerra o una pandemia.

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Otro día 
Recibo noticias de Buenos Aires: la policía está cada vez más implacable. La gente simula pasear  sus perros para tomar aire y mirar otros cuerpos a la distancia. Leo diarios: centenares de detenidos por violar la cuarentena. No deja de incomodarme profundamente una cuarentena militarizada y el miedo duplicado: miedo al virus que llega a través de los medios, miedo a la policía. Que aparezcan los militares o la policía, como en los setenta, para garantizar el orden y hacer cumplir un decreto de necesidad y urgencia. ¿Habrá una guerra silenciosa entre fuerzas de seguridad y personas de escasos recursos que necesitan ir a trabajar y no pueden sobrevivir con la ayuda modesta del Estado?
Una cuarentena debe aplicarse y el Estado debe confiar en que los sujetos a los que está dirigida responderán favorablemente si pueden. Las palabras del presidente deberían alcanzar y dejar espacio de decisión y responsabilidad civil. Suena ingenuo o idílico. Pero sino la identidad colectiva, la posibilidad de una idiosincrasia, habrá fracasado. Con la injerencia militar, puede aparecer un Estado que reactiva en la Argentina un imaginario truculento. El rol del Estado que los grupos más conservadores le asignan: ordenar la patria. Por otra parte, otorgarle a las fuerzas armadas poder tiene un doble filo. No olvidemos que las fuerzas de seguridad fueron históricamente monos con navaja. Y no le va a resultar gratuito a Alberto haber recurrido a las fuerzas armadas: ahora tienen un lugar y son los árbitros de la realidad. Lo que siempre han estado esperando: parados en las esquinas, piden documentos, son los portavoces del orden y la salud pública. Viven un gran momento de realización personal. Pero cuándo esto pase, ¿cómo haremos para retirarles ese lugar y bajarlos del caballo? ¿No se aferrarán con uñas y dientes a la "autoridad moral ganada" durante la pandemia?
En las villas hasta hace poco quien distribuían ayuda y alimentos era la militancia. Hoy son los militares. El totalitarismo de cualquier manera habría asomado bajo forma de big data como en China y aplicaciones en tiempo real para demarcar zonas afectadas. Estaríamos hablando del control abstracto de un Estado/Dios que califica la buena conducta de sus ciudadanos y de a poco los disciplina. Por ende, cualquier decisión activa del Estado frente a la pandemia habría implicado algún tipo de autoritarismo. Paradójicamente, los Estados pasivos, que coinciden con las derechas obtusas del mundo, son los que en este punto han quedado a la izquierda. Salvo el caso de México, que podemos decir es un Estado pasivo por decisión y no por negligencia. 

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Otro día 
En esta cuarentena total, donde por condiciones psíquicas o económicas para algunos no es posible mantener la cuarentena, debemos admitir que las condiciones históricas y socio económicas actuales no permiten, como en Europa –que no tuvo dictaduras recientes ni a Macri-,  permanecer en cautiverio. Así como Alberto Fernández privilegia la salud por sobre la economía, la mayoría de las capas bajas va a privilegiar la economía personal por sobre la supuesta salud colectiva, ya que sin economía los problemas en cualquier familia implican no sólo mala salud, sino desvida.
El segundero de las estadísticas del terrorismo mediático, sin embargo, no estará incorporando los efectos mortales de esta cuarentena que, como se escucha en las calles de Salvador María, se va a contar más vidas por las consecuencias que va a tener en el día a día en más de la mitad de la población que por el virus en sí. Es cierto que sin cuarentena, esas muertes se multiplicarían por el desborde de un sistema de salud precario y en estado de pánico. Sospecho que la posibilidad de contacto social mínimo, como en Alemania, fortalecería el sistema inmunológico de toda la población. Sobre todo en los niños, que ahora tienen que acostumbrarse a un mundo sin pares o a un mundo virtual.
Estamos en un cuello de botella: con cuarentena va haber víctimas de la economía. Sin cuarentena, víctimas de la pandemia. El panorama no podía ser peor para Alberto Fernández después de los cuatro años de desmantelamiento macrista. El mejor presidente posible en el peor momento de la historia.  La única alternativa es empezar a trazar un camino intermedio, con tests masivos, porque una cuarentena conduce a otra y así sucesivamente, como los pasillos de El lugar de Levrero que comunican cuartos que proliferan cada vez que se cierra una puerta detrás.  
Y hay una cuestión más, que tal vez ataña conscientemente a una pequeña parte de la población, e inconscientemente a gran parte. La vida humana no es sólo un organismo biológico. Es social: implica lazos con el otro. Y el aislamiento social obligatorio tal vez termine matando algo de cada uno. En principio, anoto una obviedad: la imposibilidad de trabajar mata espiritualmente. Esa pasividad obligada mata también físicamente. Las consecuencias sociales van a sentirse como una pandemia sólo cuantificable por el vademecum de los psiquiatras.
En definitiva, el aislamiento priva de subjetividad y por eso la única respuesta, en mi caso, es escribir. En Argentina, además, las condiciones para que este aislamiento suceda, han tenido un costo simbólico enorme. Otra vez policías y militares en el centro de la escena. Nadie lo habría elegido y sucedió así. El tejido social, entonces, por efecto del aislamiento obligatorio, ha quedado perforado y reconstruirlo va a llevar más tiempo del que se cree.  Algunos grupos podrán recuperarse económicamente a corto plazo, otros a mediano plazo, otros a largo plazo y el resto nunca, ¿pero la reconstrucción psíquica?

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Otro día
Entramos en la segunda etapa de cuarenta. El día de ayer no escribí en este diario, golpeado por la decisión del presidente. De alguna manera, fue un día duelo. Esperaba una extensión de la cuarentena, pero no de esta magnitud.
Todas las entradas anteriores fueron escritas bajo el pánico de que la cuarentena se extendiera y nunca pudiéramos retomar nuestra rutina en Buenos Aires. Así sucedió y después de un día de resignación vivir en cuarentena empezó a ser normal. De acá en adelante podría vivir en cuarentena semanas. Valentina encontró una rutina de ensayos, yo encontré una rutina de escritura a la tarde, y sobre todo porque nuestro hijo empezó a crear rutinas y terminó resignándose –o aprendiendo- a jugar solo y a hablar con amigos imaginarios. Terminó aceptando –también hizo su duelo- que el jardín está cerrado, que no puede ver a sus amigos de plaza, que está solo con nosotros y tiene que esperar a que esta transformación del mundo –porque el virus es el vehículo de esa transformación-, termine .

Tal vez el tiempo demuestre que la cuarentena ayudó a preparar al sistema de salud nacional frente a la catástrofe. Leí que el presidente utilizó una metáfora futbolera para graficar su decisión. El teorema de Gorosito: haciendo las cosas bien es más probablemente que los resultados sean buenos. Suena lógico, como la apuesta de Pascal. El presidente se refería al modo de jugar de Argentinos Juniors -equipo del que también soy hincha-, bajo la dirección de Gorosito, en contraste con el juego especulativo de Argentinos bajo la dirección de Caruso Lombardi, que tenía un juego especulativo y feo. La diferencia es que Argentinos con Caruso luchaba para no descender y con Gorosito por salir campeón. El que especula en realidad quiere asegurarse que las cosas no le salgan mal. Van por poco y nada: salvarse. El que llevar adelante la receta del bien hacer, en realidad no pierde nada, porque si las cosas no salen no hay fatalidad. Nosotros coyunturalmente estamos más cerca del Argentinos de Caruso que del Gorosito. Si las cosas salen mal, descendemos. Si salen bien, a lo sumo quedamos en zona de riesgo para el campeonato que viene.(continuará…)