lunes, noviembre 28, 2005

La eternidad

En el bus Buenos Aires-Carmen de Patagones no deja de molestarme el confort. El bus cama, como toda sofisticación que excede una utilidad racional, impide el sueño; lo de "cama" es un eufemismo, no existe modo de estirar las piernas en esa especie de tablita de planchar que se retira del asiento de adelante. A causa de ese artefacto inútil, rodillas y tobillos se resienten. Por la noche, mientras detrás del vidrio pasan franjas mullidas de campo y el cielo relampaguea, me doy cuenta de que hace casi tres años de mi viaje a la India. Desde entonces, cada vez que me muevo en bus por Argentina, me remonto a escenas de aquel viaje. Como si mi memoria se hubiera cristalizado ahí y no pudiera volver al presente, la experiencia de viajar funciona por contraste o falsifica un escuálido déjà vu. Siempre lamenté no haber llevado un diario exhaustivo en la India y a eso atribuyo la duración y la precisión de mis recuerdos. Y sin embargo, como un lento exorcismo, la escritura de ese diario imposible ocurre fragmentadamente, en los buses o en los trenes, años después, cuando alguna situación me remite a otra cuya profundidad y color parece parte de un sueño que retrata el pasado y releva la identidad en ese efecto de reconstrucción sin tiempo que hace a la nostalgia.
Ahora me acuerdo el bus que me llevó de Kochi a Mysore. Es una de las pocas zonas sin ferrocarriles y la única alternativa es el bus. No había mucho para elegir: sin o con asiento reclinable. Ambos prehistóricos. A mi lado un borracho -figurita dificil en la India- excitadísmo por mi presencia, cada tanto intentaba sentarse sobre mis rodillas y formulaba la misma pregunta, ¿are you marrried? El hombre parecía incómodo en su pellejo y escupía hacia cualquier dirección y cuando yo le pedía que apuntara hacia el pasillo contestaba meciendo la cabeza, como todos en Tamil Nadu y Kerala: "Yes, sir"... Para enseguida hacer lo contrario y ampliar la compasión y la sonrisa de los demás pasajeros, que también escupían, pero siempre hacia el suelo. Como en el bus Buenos Aires-Patagones, aunque sin pruritos y sin sordina, los pasajeros soltaban sus pedos a piacere, pero la ausencia de vidrios en las ventas mezclaba esas ociosas pestilencias con olores arraigados en la noche. En el bus argentino las ventanillas están lacradas y el aire acondicionado expande y estiliza las flatulencias que el viajante argentino acordona en su vientre. En cierto momento, cuando el rechinante autobús atravesaba una selvática boca de lobo, el borracho reconoció su zona por alguna marca misteriosa en el paisaje, se levantó, se bajó y despareció en medio de la noche. El viaje duró unas ocho horas más y yo dormí una eternidad que si no excribiera invadiría el presente.

domingo, noviembre 27, 2005

Clásico y moderno

El director, Gustavo Ferreyra, Losada, Buenos Aires, 419 pgs.

Si se determinara la calidad de un novelista por la ambición de articular en sucesivos libros un universo sin fisuras, Gustavo Ferreyra podría ser considerado por excelencia el narrador argentino contemporáneo que más lejos ha llevado tal tentativa. Desde su primera novela, El amparo (1994), ha construido una suma narrativa que tiene rasgos de la novela decimonónica y a la vez recupera, gracias a un repertorio de personajes ligados por pintorescas obsesiones y raptos de paranoia, atmósferas de la mejor novela psicológica moderna.
En Vértice, la novela anterior del autor, tres historias rotaban en el espacio hasta confluir en un punto de fuga. En El director Ferreyra retoma una de estas tres historias y la amplifica, pero trabajando la fragmentación temporal de la anécdota y privilegiando el montaje narrativo: el vértice ahora es la conciencia atormentada del protagonista, el director de un colegio primario. El autor intercala con total libertad monólogos interiores fechados en distintas épocas: desde la década del sesenta, pasando por la última dictadura militar, el mundial del ochenta y seis, la década del noventa, los cacerolazos del dos mil uno, hasta llegar al año dos mil nueve. Al igual que cualquier relato lindante con el diario íntimo, el monólogo acá es, por un lado, un salto cualitativo hacia el olvido, y por el otro un ejercicio de afinación literaria que ofrece, tangencialmente, una panorámica de los últimos cuarenta años de política en la Argentina.
Más que disputarse con el lector la memoria del relato, Ferreyra propone una forma de amnesia narrativa en la que causas y efectos se funden en un tono uniforme. La espiral de monólogos -en la que incluso el futuro y el pasado tienen voz propia- contienen tópicos de toda clase: la experiencia pedagógica del protagonista, su divorcio, el fracaso de sus aventuras amorosas posteriores, su cáncer y la inesperada cura, la vida al lado de su madre tras el divorcio. Sin embargo el eje del libro descansa en los fragmentos de una novela que el director ha escrito a hurtadillas tras su separación.
A medida que la narración rota de forma impredecible, esta segunda historia se transforma en el corazón del libro. Se trata de la trascripción parcial de la novela incestuosa que el director escribió y creyó perdida durante años. En el juego magistral de disuasiones que recorre El director, el recurso de la novela dentro la novela está tan logrado que incluye al lector y al protagonista devenido escritor en el mismo círculo enrarecido de felicidad. Así, Gustavo Ferreyra se afirma como uno de los pocos escritores argentinos que en cada nuevo libro mueve piezas, amplía un proyecto de alcances insospechados y desafía la naturaleza entera del realismo.

(Perfil, Suplemento Oh!)

Cruces

En la columna de Breves del suplemento Oh! leo algo auspicioso, algo en lo que hacía unos días venía pensando y que no entendía cómo los grupos editoriales, aprovechando su estructura, y a fin de comunicar a sus autores con comunidades de lectores de distintos paises, no improvisaban más seguido : "La editorial Alfaguara estrena en diciembre el proyecto que dio en llamar Puente literario, y que consiste en un intercambio de autores entre diversos paises de habla hispana del sello, con la finalidad de promover y difundir su obra. Esta idea, que promete ser global (abarcará el mundo hispanoparlante aunque con eje en la Argentina, España y México) arranca con el primer cruce literario entre nuestros país y Uruguay. En el auditorio del MALBA, entonces, y durante tres días, visitarán Buenos Aires los escritores Hugo Burel, Marisa Silva Schultze y Henry Trujillo)."

Percepciones claras

(...)"Cineasta de guiones complejos, de originales mecanismos, Bielinsky no parece haber advertido que la abigarrada homogeneidad de su primera película dejó paso aquí a una mera acumulación de elementos (la epilepsia, la taxidermia, el maltrato a las mujeres, la sordidez acentuada) que, lejos de complementarse con la trama principal, funcionan como adornos del mismo modo que lo hacen una fotografía demasiado lustrosa y una serie de ralentis tan vistosos como innecesarios. Creo que Bielinsky se ha deslizado hacia un cine académico, más ampuloso que profundo y al que la muerte no le sienta bien"(...)

Quintín

(Hoy en Perfil, Contratapa Suplemento Oh!)

viernes, noviembre 25, 2005

¿Berretines orientales?

Por fin el pueblo amante recupera viejos habitos burgueses de la China Imperial y garantiza la actividad de los políticos y los filisteos. Aunque sea puro marketing asentado en la abstracción de estadísticas y de casos aislados, no deja de resultar simpática la tipología exótica de esta noticia.

(Clarin)

viernes, noviembre 18, 2005

Más sobre La joven guardia

Minucioso y muy lector, Quintín a esta altura ha desarrollado sobre La joven guardia un encomiable tratado crítico. No sólo vierte luz sobre los textos recogidos en la antología, sino que interpela a muchos de los libros editados por cada uno de los escritores tomados en ésta, la segunda parte del trabajo.

(Los trabajos prácticos)

jueves, noviembre 17, 2005

Luz cámara acción

Un par de zapatos en una vidriera. Cuando los mira una mujer parecen colgar, como si el espacio se invirtiera en función de los pies. Cuando ellas se retiran, pesan insolados en el escaparate.

miércoles, noviembre 16, 2005

Acusado

Acusado de ser Aníbal Ibarra. Hay que SALVAR EL ILUMINISMO. Con este post, y este otro, Roland Garron confirma que ha alcanzado otra vez el pico de su inconfundible estilo.

lunes, noviembre 14, 2005

Vientos de cambio

En general me entero del rumbo incansable de la antología de La joven guardia tarde a través del blog de Maxi Tomas. Sin embargo ayer me escribió un miembro de Zona Moebius, un sitio que no conocía y que tiene un precioso diseño, inteligentes contenidos, y está dedicado al cine, a la literatura, y a algunas cuestiones de actualidad. Me comentaba que en el sitio habían subido recientemente una reseña sobre la antología. Y súbitamente me vi ante la posibilidad de tener al respecto una pequeña primicia.

viernes, noviembre 11, 2005

Rapado

En la peluquería del barrio veo a un hombre que en lugar de envejecer se ha desviado en el tiempo y según el gesto puede aparentar treinta años menos de los que tiene. Esta vez es él, y no su joven empleado, el que me corta el pelo, y la infinitud de cortes previos, la cantidad de variantes arracimadas en cada tijeretazo que ha dado a lo largo de su vida, parecen suspenderlo en la decisión y pesar en el espejo como si lo físico del oficio escondiera la pasión inorgánica de un asesino. El hombre, con setenta años, parece dudar, y me hace preguntas. Tengo la impresión de que mira hacia el espejo más que yo, como si buscara indicios. Sé que duda porque está olvidando, y al preguntar canta su miedo a la muerte. Nunca sentí que raparme fuera tan complicado y exigiera tanta voluntad, tantas respuestas. Hasta hoy pensaba que el beneficio de la calvicie prematura consistía en entrar a la peluquería, sentarse en el sillón, expresar en una sola palabra "el deseo" y entregarse a una operación lineal sin hablar. Pero en el trance de ese corte simplísimo el peluquero apuesta algo -el tiempo lo atraviesa, la infancia merodea en el espejo y él retorna o va hacia esa zona previa a cualquier experiencia-, y cuando finaliza me acaricia la cabeza, verifica con sus uñas el diámetro de una alucinación muy propia. Recuerda al tacto y me despide para volver a la inercia de los mundos barriales.

domingo, noviembre 06, 2005

20

Acaba de salir El interpretador número 20, ahora matizado con preciosa música para muñecas mecánicas que lloran y se duermen online.

viernes, noviembre 04, 2005

W

Me senté a mirar la película uruguaya Whisky sin muchas expectativas, y me encontré con un film que contenía un entramado precioso de detalles y un tempo narrativo pocas veces logrado desde un lenguaje cinematográfico tan resignadamente personal. Nada en Whisky parece escapar a cierta opacidad latente en relaciones donde todos los recursos humanos están al servicio de deseos postergados y ocultos. Lo queda oculto para personajes que son realmente encarnaciones -no pareciera que ninguno estuviera actuando, un mérito mayor si se tiene en cuenta que la actuación entre nosotros se toca peligrosamente con la parodia- es aquello que el espectador, un poco a pesar suyo, en un devaneo algo incómodo, va descubriendo. Whisky es una película genuina que, con los recursos justos, sin recaer en clisés bizarros, parodias involuntarias o guiños fatuos como los que trasuntan El aura o El abrazo partido, a la vez que a primera vista pone en pantalla un objeto en bruto, ofrece luz propia para descifrar una geometría preciosista. La contrapongo a El aura y El abrazo porque éstas últimas dos están inscriptas en la senda -esteticamente- bienintencionada de la industria nacional y, Whisky, quizás con una cierta ingenuidad y una cierta melancolía que es fortaleza onettiana, articula una estética para volcar una mirada profana sobre asuntos de familia y trabajo. Podrá decirse que tal estética es deudora del aire de Montevideo, pero justamente la ciudad aparece como un no lugar que separa a los personajes de sus propias miserias y sitúa al sujeto del dolor en una inercia de mundos donde la intimidad ha sido silenciada, desterrada de la conciencia.

martes, noviembre 01, 2005

Norte

Camino por Barrio Norte. A pesar del malestar que me genera el teatro de operaciones consumista, trato de observar y sacar alguna constante: lo que caracteriza a la zona es la superpoblación de salones de belleza y spas... A razón de tres por cuadra. Un sociólogo sacaría la conclusión obvia de que la proliferación de spas en determinadas zonas de la ciudad se debe al poder adquisitivo de los moradores. Quizás agregaría que debido a la configuración de un deseo postergado, los moradores/ras imitan a modelos que ven en las revistas, en los programas de chimentos y en los desfiles de moda... Por lo cual todo salón de belleza sería en el fondo un salón mimesis y apuntalamiento existencial, un espacio contractual en el que, más que cumplir con las expectativas escatológicas del cliente -la apariencia y el valor de uso nunca se alcanzan, ya que provienen de esferas virtuales como la del espectáculo, y es esa su condición de supervivencia-, se alienta y se legitima la naturaleza de la apariencia como propiedad privada -la cosa exhibida pero separada de sí misma-; como mercancía que, aunque consumible, o precisamente por eso, es imposible de usar: imposible de ser humanizada ahí dónde la expresión de lo bello se cruza con la apariencia de lo neutro.