viernes, julio 14, 2006

Brando por sí mismo

"De algún modo, hemos sustituido el arte por la artesanía, y la artesanía por el ingenio. No hay artistas. Somos hombres de negocios. Somos comerciantes. No hay arte. Picasso fue el último a quien llamaría artista. Es cierto que si firmaba un cheque por menos de setenta y cinco dólares, valía más la pena vender el cheque por la firma que cobrarlo. Pero pienso que es un chiste muy bueno. Es de una inteligencia enorme. Porque hace un comentario sobre la obscenidad de nuestras normas. El sabía que era una porquería absoluta, una mierda, pero es como una etiqueta de Gucci. No más que una etiqueta: la etiqueta Picasso".
"En una corrida de toros, me gustaría ser el toro pero con mi cerebro. Primero, me enfrento al picador. Y luego persigo al matador. No, camino hacia él hasta que se cague en los pantalones. Después le clavo un cuerno en medio del culo y lo hago desfilar por todo el ruedo". (Sigue acá)

(Radar, Pagina 12)

martes, julio 11, 2006

Money talks

El hombrecito de tiradores y barba mal afeitada ad hoc ésta vez hizo de chirolita de Fontevecchia. Cuando el domingo leí su carta en Perfil, pensé que alguien tenía que ponerle los puntos. Ésta respuesta de alguien de la redacción desanda algunas falacias. Uno quiere que a Perfil le vaya bien por todos los jóvenes periodistas, por todos los escritores talentosos que trabajan ahí, por los columnistas del Cultura y por los colaboradores de este mismo suplemento ecléctico y desprejuiciado (y no porque crea en el cuento chino del periodismo independiente o puro; el periodismo, como la vieja política, es un negocio y según intereses económicos se es opositor u oficialista y luego se busca una moralina y un discurso adecuado para maquillarse ante un público al que de antemano se subestima), pero con semejantes argumentos y semejante explotación, dan ganas de que el barco se hunda, que Fontevecchia trabaje de lustrabotas nueve horas por día y el hombrecito de los tiradores -y ya que estamos, Nelson Castro también- terminé en la recepción de un telo, escuchando, como el personaje de Buenos Aires viceversa, las espigas del gemido ajeno.

viernes, julio 07, 2006

Lo inhumano

Es difícil separar el sentido de lo inhumano de sus acepciones cotidianas, ligadas a la crueldad y a la pobreza. Sin embargo, si trasladamos el concepto de lo inhumano al imaginario de la literatura, no podemos dejar de remitirnos a lo monstruoso, a su genealogía, que probablemente comience con los relatos orales (sigue acá) .

lunes, julio 03, 2006

Paraisos perdidos *

Sobre Siberia Blues, de Néstor Sánchez, Paradiso, 2006, Buenos Aires.

La literatura producida en la década del sesenta, se ha vuelto, con el tiempo, terreno fértil para ciertas paradojas. Puesta sobre el blanco de la improvisación extrema, la prosa de Néstor Sánchez, en su fraseo alucinado, muestra obstinadamente una grieta ritual. En ese ritual se omite la tradición y la historia. Siberia blues, como sucede con las master sessions del mejor free jazz, es el registro de la improvisación en estado puro, esto es, de un pasado sin historia, proyectado en un futuro imperfecto. El presente del texto deviene tiempo pretérito en las posibilidades de un relato que, entre tanta ida y vuelta de los modos condicionales a los potenciales, es ante todo el registro de un narrador ausente o, lo que es lo mismo, en trance. Por momentos la novela parece una composición montada sobre la memoria de un oído amnésico, ansioso de una identidad y, sobre todo, de pasado.
En Siberia Blues, tanto como en El amhor, los orsinis y la muerte, las posibilidades del relato, diseminadas en una combinatoria de acciones improbables, hablan de un discurso repleto de sí, de una suerte de lenguaje coloquial que frasea, carraspea poesía y en la longitud de sus asociaciones libres conspira contra una eventual narración: interrumpe cualquier serie de acontecimientos para que un oído dentado monologue y mastique restos sonoros.
Todo es condicional y posible en un presente narrativo que intercala a discreción la primera persona y la segunda. Pero la anécdota de Siberia blues es mínima y se ilumina en los recuerdos fragmentados de la infancia, en el mito de una zona y de una barra, la de Tomasol. Ahí se origina la novela: en el último descampado de Villa Urquiza, la Siberia, una quinta en la que transcurre una juventud que en el recuerdo es clandestina y paradisíaca. A partir de ese momento, las mujeres, las carreras de caballos, el escolaso, un robo frustrado, la cárcel, la amistad con un joven de la barra apodado el Obispo, rondan el texto como partes de un relato que nunca llega. Algunos fragmentos, perneados por el desorden de los sentidos y la sintaxis machacada, presentan el único tono sostenido del libro: la melancolía del tiempo perdido.
Pero menos que un blues, Néstor Sánchez compone una suerte de acelerado cadáver exquisito que, en el campo artístico de su época, tiene medio hermanos en Ornette Coleman y en el cineasta norteamericano Stan Brakhage. Si éste último rescata imágenes del fondo de la mente e interviene el contenido de los negativos en busca de un lenguaje ácido y primitivo, algo similar improvisa Sánchez con las voces que flotan en el recuerdo: las retira de la conciencia y las inhuma en una suerte de ritual burroughsiano que involucra, ante todo, la experiencia del escritor.
Los rasgos extremos de experimentación literaria, los tópicos barriales y el empleo original del lunfardo, aunque hacen de Néstor Sánchez un escritor menos vetusto y aparatoso que el Cortázar novelista, alimentan esa temible paradoja también aplicable a algunas novelas sesentistas innovadoras por su técnica, como Los albañiles de Vicente Leñero, Conversación en la catedral de Vargas Llosa y la misma Rayuela. Cada uno de estos libros fue una pieza esencial en la historia de la literatura latinoamericana, pero mucho tiempo después, sin la bonanza del Boom, por esa misma particularidad que retrataba las travesías estéticas de una época, son obras que en el presente quedaron fuera de foco.


* Los Inrockuptibles, julio de 2006