jueves, enero 13, 2005

Apariciones

Rosita está sentada en el centro del patio; alrededor, los bártulos de la mudanza. A ella la hace extrañamente feliz que yo sea el próximo habitante de la casa; no parece importarle dejar el lugar en el que vivió treinta años, la mitad de su vida. Del cuchitril de arriba baja alguien que estaba durmiendo la siesta. Una figura joven... Para pedir presupuestos en lo que ya anticipo como una demencial lucha con plomeros, gasistas y electricistas, visité varias veces la casa y siempre, en algún ambiente, aparecían jóvenes dormitando. Son mis amigos, respondía Rosita cuando le preguntaba si alguno era su hijo.

Esta vez la aparición supera mis expectativas. Al principio la veo de espaldas y detecto su salpicada perfección lumbar, la suavidad de la postura, la manera de moverse como si se deslizara en relación a otro cuerpo. Cuando ella gira, encuentro lo que preveía: la cara de una bailarina. Su expresión desafía. Sonríe, como si supiera... No tiene la higiene expresiva de las bailarinas clásicas; ha llevado una vida agitada; las pasiones paralelas la transportaron a la danza contemporánea, al teatro de la metamorfosis y las marcas. Ha amado, ha sido amada más de la cuenta. Quizás de niña cuando empezó con las clases en un estudio de Boedo, no previó -por suerte- lo que le deparaba un cuerpo que combinó una belleza tan particular -llamativamente, no tiene esa apostura artificial que sí se percibe en muchas bailarinas profesionales- con la decisión femenina de entregarse a todo aquel que sepa descrifrar su tesoro.

Busco palabras. ¿Cómo dirigirse a una mujer que podría ser un fantasma? Ella mira, sabe y sonríe por encima de mi indecisión hasta que enciende un tuca, pita y se la pasa a Rosita, que hace lo mismo. Vos si que sabes vivir, Rosita. Yo miro el techo del patio, hay que sacar el toldo de chapa lo antes posible, y enseguida pienso, en cuanto llegue el primer plomero, ella se va. Entonces digo Vos sos bailarina. Ella, como si hubiera sentido acariciado su tesoro, descarga una sonrisa serena: hoyuelos, labios carnosos, dentadura pálida y equilibrada... Y vos sos músico, responde. Bueno, no tanto, repongo, y enseguida pienso que, considerando mi incapacidad para hacerme pasar por escritor hasta en los papeles de migración, debiera haber contestado que sí, además cuando estoy solo todavía toco el bajo. Pero alguien que improvisa solo no es un músico, es un escritor tratando de hacer música. Ella parece desorientada por haber errado en la predicción. Suena el timbre, los plomeros siempre llegan tarde, pero justo hoy... Nos levantamos, Rosita sale a abrir. Ya me voy, dice ella, y dirigiéndome otra vez los ojos vivaces y la sonrisa sobrenatural, me abraza, por un instante me trasmite todo el peso de su cuerpo -un cuerpo que pesa en relación a un cuerpo paralelo, el que baila y se apasiona-, y me dice al oído: te llamo para que vengas a verme a una exhibición. Desaparece rápido por el pasillo, detrás del plomero y Rosita que ya vienen. ¿A dónde va a llamarme? Te dormiste mal, Oli. Pero enseguida noto que en un par de días esa casa con su juventud encerrada y su pasado va a ser mía...

Al final del día, después de haber parloteado con plomeros, gasistas y electricistas, me siento en el mismo lugar del patio. Le pregunto a Rosita por qué siempre hay tantos jóvenes en su casa. Me gustan los jóvenes, para no estar sola, ellos viven acá. Saben que pueden quedarse. La chica de hoy hace un tiempo vivió acá. Todos me visitan, se quedan, se van, vuelven. No me gusta estar sola con fantasmas. La conversación se extiende, hay confianza y doy rienda al hábito de extraer anécdotas que al final nunca uso en mis novelitas. Me entero de que su hijo, de chico, fue una especie de barón rampante que vivía en las terrazas de la manzana. Hace unos años murió y todos los que de una u otra manera lo conocieron, pasaron etapas de su vida en la casa de Rosita. En esa casa ella perdió temprano a su madre, a su esposo y a su hijo. Durante los últimos años vivió rodeada de jóvenes que aparecían. Terminó su duelo y ahora ha decidido sellar fantasmas y no demorar el olvido. El nuevo habitante heredará un tesoro.

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