miércoles, febrero 23, 2005

Exorcismos

Por inexplicables razones, en mil novescientos noventa y ocho me encontraba en Londres. En Buenos Aires intentábamos sacar con unos amigos una revista literaria -naturalmente el proyecto no prosperó- y con esa magra excusa me dispuse a entrevistar a Cabrera Infante. El momento más feliz de mi estadía fue esa entrevista. Cabrera Infante, por teléfono, aceptó el convite de una voz adolescente aun sin ver la "revista" a la que yo decía pertenecer. Estuve en su casa a lo hora señalada, y contra lo que suponía, Cabrera Infante y su mujer, Myriam -otrara preciosa actriz de cine, como no podía ser otra manera-, me recibieron con una simpatía asombrosa. Supongo que al verme tan imberbe descubrieron el truco. Empezaron a festejar las piruetas que la gata, siempre huraña con las visitas, hacía sobre mis rodillas. En Cabrera Infante no había ningún tipo de impostación o afectación. Seguía siendo el mismo escritor cubano genial e insumiso de Tres tristes tigres. Parecía ajeno a la fama y a los premios. Desconfiaba de cualquier sistema de jerarquías político y literario. Admiraba y conocía muy bien los secretos de la ciudad en la que vivía, pero admitía que si Fidel Castro moría era capaz de volver a Cuba -intimamente yo creía que le sobreviviría a Fidel por obstinación, sólo para recuperar su Habana.

Años después la atrevida visita me produjo tanta vergüenza que nunca me animé -y con justicia- a enviarle un libro mío. Aquella revista nunca salió, y la larga y precaria entrevista que formaba parte del anecdotario de un viajero se transformó en una entrevista más corta y compacta que más tarde fue subida por mis amigos de Flatus Vocis a su página.

1 comentario:

Diego dijo...

Muy buena entrevista. Podrías colgar aquí mismo la versión completa si es que aún la conservás.

Saludos.

Diego