Chats Perchés es otra de las inclasificables películas de Chris Marker. Especie de documental en la que se ficcionaliza la realidad de la ficción -la presencia repentina de una imagen, un gato extensil que aparece en el metro, en una azotea, en un árbol a orillas del Sena, y poco a poco toma París-. El film, desde la ficción de un ojo ominisciente -a través de la repetición gatuna el sentido de la ficción se transporta hacia la serenidad conceptual de un documental-, atraviesa acontecimiento políticos que movilizaron a la sociedad parisina. No por casualidad, la mayor parte de las imágenes fuereon obetenidas en manifestaciones en contra de la discriminación, en contra de Le Pen, en contra de la guerra... Marker es un increíble cazador de imágenes urbanas. En collages atípicos, con un humor agrio, retrata con recursos mínimos el momento en el que una sociedad halla su simbiosis simbólica. En este caso, esa simbiosis es imaginaria, contrario a lo que postulaba en uno de sus primeros documentales sobre el Japón teconologizado, y acá reside la originalidad burlesca de su "documental": en postular la imagen de un gato voyeur como símbolo de ascesis en una sociedad que ha perdido orientación en el consumismo.
Candy Mountain de Robert Frank no dejó de resultarme una película simpática, atractiva y esteticamente demode. Ligado a los beatnicks, y sobre todo a Jack Kerouac, Frank logra quizás una de las road movies menos convencionales que he visto. Mucho más literaria y grotesca que Thelma and Louis, el film se arriesga a invertir el mito americano. A medida que avanza en su camino, el protagonista, que busca, por encargo de un famoso músico -protagonizado por Tom Waits- a Elmore Silk -un mítico fabricante de guitarras que eligió el anonimato en vez de la fortuna-, se enfrenta a todo tipo de escollos kafkianos. La América de Frank se parece más a la de Kafka que a la de las libertades republicanas. La América profunda es un reino opresivo y demencial, poblado de pequeños estafadores, desocupados, tullidos que maltratan a sus mujeres, padres e hijos que conviven en pueblos fantasmas y se consideran jueces, todo tipo de bebedores y fracasados que son, en el fondo, como en Faulkner, cuerpos dañados por una historia olvidada detrás de la unión de estados . El protagonista, un joven algo estúpido, termina en Canadá, y a esa altura del film, desfigurado por tantas pesadillas terrenales, doblegado el pathos por ese país oculto, se parece más el agrimensor de El castillo que al chico bonito que intenta abrirse camino en el mundo de la música. En el confín de Canadá, en medio de lagos y paisajes espectrales, da con Elmore Silk. Pero llega tarde. La selecta industria japonesa se le ha adelantado y ha tentado a Elmore. Como es de suponer, Elmore, que no ha querido pactar con el capitalismo yanqui pero sí con el más distinguido mercano nipón, se ha transformado en un mujeriego y en un bebedor empedernido: uno de esos hombres a los que el secreto perfecto de su arte los ha arruinado y los ha confinado en la sabiduría incomunicable que da el bourbon y las mujeres.
1 comentario:
También es muy excéntricamente bella su película sobre Rusia.
Allí también toma un momento histórico de cambio, la industrialización del agro. En esta hay un oso en vez de gatos...
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