Tantos comienzos... Como en una película, todos los comienzos son posibles: la imagen soporta el núcleo perceptivo de un público ansioso. Por eso en el cine los comienzos siempre se olvidan. Pensamos que hablar del amor, en principio, consiste en descifrar o transferir la pasión de otro humano. Pensamos que para hablar del amor necesitamos la primera persona del plural. Pensamos en un final. Si la literatura se hiciera desoyendo el imperativo de un final, todo sería distinto, y este sería el comienzo de una novela. Pero hablar del amor es el problema mayor de la literatura: en cuanto es nombrado, se esfuman sus cualidades.
Entonces la alternativa es hablar de los hombres y alejarse de las experiencias propias.
Un pareja memoriza formas al mirarse. Percibir al otro los obliga a aceptar una lengua cubista, una geometría en la cual líneas y claroscuros se fugan hacia adentro.
Algunos libros suplen la fantasía de la libertad. Mopi decide amar a otra mujer recién cuando acepta la posibilidad de volverse niño a través de ella. A la vez, esa posibilidad lo aturde: descubre las aristas del monstruo. Ya que cuando lee prefiere personajes abandonados -traicionados menos por una mujer que por la memoria- como los que habitan las novelas de Juan José Becerra, sabe cuál es su futuro. Santo, Rosales, Castellanos...
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