martes, abril 12, 2005

Mujeres que sueñan mujeres

Quién desee encontrar en este nuevo Bafici un cine totalizador, sin diálogos y con un lenguaje narrativo desvinculado de ese nuevo cine argentino maquillado para festivales europeos, Samoa es la opción. El director es Ernesto Baca, cuyo primer largometraje, atípico tanto en el montaje como en las fulguraciones narrativas, fue mirado con desconfianza hasta que Cozarinsky lo presentó generosamente en Centro Cultural Rojas.
Ernesto hasta hace poco le alquilaba un cuarto a un amigo, en parque Lezama, y consciente de las políticas culturalosas que había tenido anteriormente el festival en la selección de competencia, no tenía muchas expectativas respecto a su nuevo largo. Samoa no tiene guión; a partir de una idea de Ernesto, un pequeño equipo capturó imágenes imposibles que, sospecho, sólo un genio puede detectar y desviar hacia zonas visionarias. Luego Ernesto, en su cuarto -aunque parezca inverosímil, esto todavía se hace cuando el presupuesto es cero- cortó pacientemente los negativos y fue moldeando el film en la moviola durante meses. Cuando un día trasladó el cañón al comedor de mi amigo, proyectó la mitad de la película para tres personas y comentó que unos conocidos estaban componiendo una música bastante experimental. La historia mínima -todo el argumento necesario para un director de una sensibilidad excepcional- era la siguiente: una mujer soñando a otra mujer. O una mujer soñando su otra mitad... La mitad proyectada duraba alrededor de cuarenta minutos. La segunda mitad, ya que se trata de dos mujeres -la soñante y la soñada- era la inversión de la primera mitad. La palabra Samoa portaba el exotismo justo para la película, para sus espacios sobrenaturales, por lo cual así quedó bautizado el segundo largometraje de Ernesto Baca.
Estoy seguro que la totalidad del film, su estrucutra espejada, deparan un gran trip para devotos del arte contemporáneo y un gran tedio para cinéfilos profesionales. La estética del film era preciocista y veloz, con una gramática fronteriza con el cine fantasmagórico Stan Brakhage y, en alguna medida, en el modo de costear y borrar los espacios reales, con los primeros cortometrajes de Jonas Mekas.
Lo cierto es que dos meses después de esta proyección, le llegó la gran noticia. Los nuevos organizadores del festival querían pasar la película a fílmico. Poco después, le confirmaron que entraba no en la competencia nacional, si no en la internacional. En buena hora...

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