miércoles, mayo 25, 2005
Una ama de casa
A la buena cena y caminata que el lunes compartí con Cecilia y Germán, y a la felicidad histriónica de ver en flor el primer capullo de mi rosa china, a la mañana siguiente se opuso el temido flagelo. Los ladridos no amainaron, y a riesgo de incurrir en el hábito de meterme tapones en los oídos, tomé la Causa en mis manos. De pronto, poseido por mis lecturas abusivas de La carne de René, pensé que la situación era tan intolerable que la carnalidad de esas criaturas capaces de ladrar hasta el degüello, tomaba dimensiones metafísicas peligrosas. La flor de la rosa china no podía convivir con los ladridos: el estorbo sonoro impedía una simultaneidad entre el ojo y la talla de su objeto. Me puse las pantuflas y el jogging y a las nueve de la mañana me aventuré al PH del frente. Rastreé y olfateé. Ahí estaba el origen del quartz sonoro. Presionè el timbre varias veces. Después de un rato, una vecina obesa, que rimaba muy bien con su animalito de cejas canosas y pelaje vacuno, se asomó aterrada a la ventana. Lucía descompensada: pàrpados morados, sudor, escapulario en el pecho rosado, lamporones en los codos y en las rodillas. Enseguida me recordó a un personaje de Felisberto Hernández en La casa inundada. Me habló de lo que ocurría arriba, del naufragio. Gente que caminaba, acababan de demoler un techo sobre su techo. En fin... Me hizo pasar y me convenció de que los ladridos venían del cielo. Una mujer fantasmal habitaba la planta superior y durante años se había obstinado en crear filtraciones que habían malogrado el palacio que su marido se había esforzado durante años en remendar, para que las costuras del paraìso no se rocen con las del purgatorio. Para peor los perros "negros" de arriba -también enanos, de patas cortas y cabezas descomunales- amedrentaban a sus angelicales mascotas: Pitu y Ramona. Imperceptiblemente se columpió en el vocablo "negros" y pasó a hablar de los cartoneros: otro elemento fantasmal en su vida. Hacía tiempo que no transponía el umbral de su propia casa; el peligro que se erguía afuera -y arriba, ya que presentía que el balcón de la vecina en cualquier momento se caería- la atormentaba. A esa altura mi resignación era infinita, y empecé a preparar los pasos de la huida para volver a la catrera después de haber experimentado la condición fallida de la aventura.
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2 comentarios:
O sea que los perros son las puntas de un iceberg. Detrás de ellos nos debe estar esperando el fin de nuestra civilización.
Transcribo aquí una recopilación de las respuestas más comunes de los dueños de perros ladradores ante el reclamo de vecinos (en general empiezan con las primeras respuestas, y ante la repetición de los reclamos van probando con las subsiguientes):
-No puede ser, no tengo perro.
-No puede ser, este perro no ladra.
-¿Y qué querés? Los perros ladran.
-Agradecé que no vienen ladrones (ladrido / ladrón / ladrillo?)
-Ya te lo hago callar (y lo hace callar durante 2 minutos).
-Yo tampoco lo aguanto más, no te preocupes que la semana que viene lo regalo (y así durante 4 años).
-¿Qué me decís a mí si enfrente hay otro que ladra peor?
-¿Y qué querés? Vivimos en la ciudad, si no es mi perro siempre va a haber un ruido que te moleste.
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