jueves, mayo 12, 2005

Onanismo profesional

Ahora las perspectivas que ofrecía el día, el ruido que llegaba de calles cercanas, justificaban sus ilusiones. Caminaba observando el asfalto y veía a lo lejos contornos borrosos. Una figura humana se acercaba. Se preparó... Era una mujer miope, hinchada, de pechos vibrantres como si llevara gatos remolones dentro del corpiño. Vestìa una remera desteñida y una pollera floreada que dejaba a la vista zapatillas deportivas y tobillos amoratados, sin calcetines. Empujaba un changuito y mecía la cabeza, como asintiendo, los ojos semiabiertos entre el pompón de las orejas. Severino calculó y ajustó en su imaginación el movimiento de la mano izquierda. Luego acercó la mano al sobretodo y mientras se lo desabrochaba apreció el contorno redondeado de cada botón. Aminoró el paso, introdujo la mano entre los bordes del sobretodo ya desprendido, y la acomodó puntillosamente en el vértice de las piernas. Observó el gesto orgulloso de la mujer; arrastraba un changuito vacío cuyas ruiedas repetían contra el suelo un sonido esclerótico de mar y acantilados. Cuando la tuvo cerca le chistó. La mujer volvió la cabeza y de inmediato Severino abrió su sobretodo, extendió hacia ella la mirada plena de ansiedad e incomprensión ante el mundo y ante la posesión misteriosa de un cuerpo. En la cara de la mujer se recortó un gesto lacio de incertidumbre. De inmediato, ante el descubrimiento del pito expuesto como una presa de caza sobre la mano del malviviente, masticó un gritó. Èl sintió una plenitud férrea, desde hacía días pospuesta, que exacerbaba su cuerpo, la presencia soslayada, la parte ausente. La observó con màs saña y soltó el sexo para llevar ràpido la mano hacia la manga de su brazo manco y descubrir el extremo que formaba una suerte de ombligo invertido. La mujer emitió una exclamación ahogada, de animal malherido, y el changuito rebotó contra el cordón de la vereda. Severino sintió de nuevo una plenitud excesiva, cerró los ojos, meneó con su única mano, y una corriente abrigadora de sensaciones le recorrió el cuerpo ahora comprimido por una capa intolerable de deseos suficientes. La mujer ya había recogido su changuito y se había retirado sin volver la cabeza.

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