martes, mayo 10, 2005

Ferreteando

Entre los albures pigliescos de mi nuevo barrio, está el siguiente: sin darme cuenta, de tanto a acudir a ferreterías, terminé volviéndome un entomólogo de esas criaturas que detrás del mostrador, entre miles de cajoncitos, extraen siempre el clavo justo, previo desciframiento de mi dialecto joven en las cuestiones técnicas de la casa. Súbitamente, he descubierto que necesito invertir a diario una pequeña suma de dinero en la ferretería y estar en contacto con algunos de esos dependientes -aunque en generales son los mismos dueños los que atienden- tan extraños e impredecibles. Estimo que no sienten a las herramientas como objetos, y cada cosa, cada clavo, es un resto ingrato. Quiero decir, todo lo que los rodea es materia inanimada, y ninguna suma subjetiva que no sea la que el cliente en cuestión pone en acto con su pequeño deseo doméstico, humaniza lo que los rodea. Ergo, una ferretería es una especie de cementerio en miniatura -¡eso es universo en miniatura, Piglia, no es necesario remedar a Borges!-. Y en un ferretero, al igual que un sepulturero, es una variante del monstruo.
Desde luego, para sostener mi deseo pequeño burgués y sentir esa insignificante plenitud que implica pedir tarugos de seis, tirafondo, removedor, viruta, lija de tela para metal, una mecha de cinco para pared, tornillos planos, tinta color cedro, tiner, me he armado un itinerario, y así como algunos escritores cambian de café según los días, yo cambio de ferretería. Tengo por lo menos seis ferreterías que pueden satisfacer mis demandas y mi curiosidad, y que roto según antojos? Los que atienden en general tardan en entrar en confianza, y a veces, tímidamente, cuando no entienden lo que pido, preguntan qué es lo que ?necesito hacer?. Naturalmente, tengo preferencias, y eso varia según la arquitectura del local (la de Independencia entre Boedo y Colombres es la ferretería soñada, amplia, con techos altos, remotísima luz de neón, mostrador rústico, y una indescriptible esencia de metales que parecen extraídos de la Historia) o las características de quién atiende: en una un joven muy pero muy calvo y amargo, ojeroso, casi no habla, como si el timbre de la voz también se le hubiera pelado; en otra, un poco abusivo en sus precios, un hombre de Teherán, que sonríe a lo persa y habla un perfecto castellano técnico y siempre intenta referirme algo de su vida, atiende en Boedo y Agrelo y es mi preferido, aunque a veces se le va la mano cuando, para compensar el beneficio transparente del diálogo, redondea las sumas para arriba y encima, como alguna vez le comenté que mi primera novela trascurre en Turquía y varios personajes son iraníes trastornados/exiliados tras la caída del Shah Pahlevi, me exige que le regale un ejemplar para él y otro para su mujer...

5 comentarios:

Diaz de Vivar dijo...

cuando voy a la ferretería (a veces voy a la ferretería) lo que se me ocurre pensar es si habrá tantas palabras para nombrar todas las cosas que ahí se venden. por lo general me veo en problemas porque nunca tengo claro qué es lo que necesito, o más bien, sé qué necesito pero no sé cómo se llama. la palabra "coso" o "cosito", termina haciendo las veces de comodín.

oliverio coelho dijo...

Pûede ser, puede ser que mi juventud distorsione todo... Pero creo que en este caso he sido benèvolo, esa precisión aparente es afectación, fluida afectación de quién ya no sabe, por los golpes de la vida, dónde mora su estilo...Creo que Pablo, abajo, dio en la tecla al traer a colación las fantasías juveniles de Dolina. Todo escritor alcanza su ruina literaria y la hace pública sin darse cuenta: en general tienen una vida util de diez o quince años; cumplido dicho ciclo debieran ser enviados a una isla semejante a la de Arno Schmidt en la república de los sabios. Supugono que Piglia se leerá como se lee ahora a Sábato. Queda por saber, entonces, cómo se leerá a Sábato cuando cruce el aqueronte...

Diego dijo...

"El Tunel", novela publicada por primera vez hace 65, se lee mejor que muchas páginas escritas por personas que hoy en día podrían correr 100 metros en 11 segundos casi sin transpirar.
Sábato es un gran escritor; habrá que ver cómo se lo lee una vez que esos muchachos que pensaban que en la década del ´70 en la Argentina se podía revolucionar algo mientras los cines se llenaban para ver películas de Porcel y Olmedo pierdan el peso específico que hoy tienen en el campo cultural. Se les hace insoportable que Sábato en la década del ´30, a la vuelta de Rusia, haya dicho que eso de la revolución socialista era un caza bobos.
Y todos nosotros (que muy valientes no somos, digamos la verdad)tenemos mucho miedo a la lista negra que nos vede por tiempo indeterminado las columnas de los suplementos y las jarras con agua fresca.
En otros lados, a Sábato se lo lee muy bien. El problema es este mundillo comandado por revolucionarios con sueldos estatales y con amistades bancarias.

oliverio coelho dijo...

Que yo sepa Aira comparò Respiración artificial con Sobre héroes y tumbas... Pero no dijo que Piglia sería leído como Sábato -lo cual, a esta altura, para Piglia no sería un mal destino-... En realidad, menos que por sus textos, tanto Sábato como Piglia, por su relación con las instituciones (por el modo en que, en momentos en que debieran haber sido tra+sportados a la isla, en vez de escribir se prestaron a inmensas manipulaciones) quedaron por debajo de su obra: terminaron en la caricatura... Recién cuando los fragmentos vuelvan a su imán y las líneas a asentarse en esos rostros -pasarà mucho tiempo- podrá releerselos y valorarlos, para bien o para mal... En cambio sí es fàcil predecir cómo se lo leerá a Aira: siempre me inquietò notar que su narrativa, no sus ensayos, envejecerìan mucho más rápido de lo que se supone si èl deja de publicar... El continuo de novelitas realimenta el sentido de su escritura, pero si la maquinaria -que contiene una especie de germen retroactivo- se detiene, creo que pasará a ocupar un lugar en la Historia: el escritor que tendió en torno a la literatura argentina como nadie un cerco conceptual, que impuso sus propios paràmetros de lectura, e hizo de la literatura una instalación sobrenatural... Ergo, cabe preguntarse que pasarà cuando Aira ya no escriba -¿serà posible una lectura de su obra si esa lectura justamente es hoy una lectura del acto, y en definitiva, una lectura plástica-, y la generaciòn que ahora lo sigue haya envejecido, y las generaciones siguientes se encuentren en otro escritor.

Pablo Toledo dijo...

Concuerdo con el diagnóstico del Aira después de Aira. Aira se pone de acuerdo con Oliverio en un artículo donde dice que las vanguardias del siglo XX reemplazan a la obra por las instrucciones para construir una obra - si importa el método, los libros que se escriben en el camino significan en cuanto piezas del rompecabezas, y pierden valor individual.
A mi leer y entender, las novelas de Aira son más interesantes como comentario("¿viste al tipo ese que publica quince libros por mes?") que en sí (difícil decir "qué bueno que está cada uno de esos quince libros", Aira mismo estaría en desacuerdo). Lo que construye Aira es, justamente, a Aira.
Pero esa elección la toma Aira, que se ubica exactamente donde se quiere ubicar. No me imagino de acá a 200 años la edición de la Pleiade de las Obras Completas de César Aira en 58 volúmenes papel biblia, es más fácil imaginar el comentario de dos líneas en la edición 2100 de la "Historia de la Literatura Argentina" o el recuerdo emocionado de algún docente universitario de ese entonces.