jueves, diciembre 22, 2005

Olivia

En el año dos mil dos, recorriendo el norte de Argentina, me encuentro en un bar de la Ciudad de Salta con Leopoldo "Teuco" Castilla. Está con alguien, no recuerdo quién, los vasos de whisky están muy llenos y cuando le cuento que voy hacia Iruya, me recomienda olvidarme de Salta, de Jujuy, de la Argentina. El paisaje real, me dice, está más allá de la frontera. Claro, siempre es así, le contesto. Pero él no está poetizando; me recomienda cruzar a Bolivia, no me voy a arrepentir; me apuesta una botella de JB: habiendo recorrido la mitad del mundo jamás percibió pueblos y tierras y músicas tan auténticas como las del altiplano boliviano. Teuco, hijo de Manuel Castilla, sabe más por viejo que por diablo, recorrió la India, varios países del África negra, el sudeste asiático, Indonesia, se radicó en España y volvió, y todavía sigue siendo uno de los salteños más inconmovibles que conocí en mi vida: uno de los poetas que todavía no han sido valorados en relación a su calidad, y una de esas personas tan involuntariamente misteriosas que, de algún modo, llegan a intimidar como un padre extraño que vuelve después de años.
El viaje por Bolivia, el carnaval de Oruro, las travesías por el salar de Uyuni y los oasis colorados a cinco mil metros de altura, la retahíla de mochileros drogones que alucinaban en el altiplano parajes del Tíbet, deletrearon la sintaxis de lo que en la vida de un joven significa "lo inolvidable". Como en la mayor parte de Bolivia -exceptuando Santa Cruz- no se hablaba castellano sino Quechua o Aymará, según uno se desplazara de oeste a este, y mantenían sus vestimentas tradicionales. Recuerdo que en Potosí, otro lugar memorable, un concejal del MAS me aseguró que tarde o temprano Evo Morales llegaría al poder. Si ningún dirigente indígena hasta ahora había accedido a la presidencia -aún cuando el partido comunista hubiera gobernado esporádicamente, entre interminables revoluciones y golpes de estado-, se debía por un lado a fraudes institucionalizados, y por otro a que muchísimos indígenas -el noventa por ciento de la población- no estaban documentados. Bastaba una lenta campaña de documentación -que está en marcha pero sigue incompleta- para que ese noventa por ciento le encontrara solución a una historia de sobreexplotación de recursos naturales y humanos, fraudes y corrupción por parte de sucesivos gobiernos que, elegidos por minorías, atendían intereses administrativos de grandes transnacionales. El momento de la representación llegó y la Historia, con su mal decir, dirá si Evo Morales fue la figura tardía que Bolivia necesitó en el siglo XX, o si simplemente devino, al igual que Toledo en Perú o Lucio Gutiérrez en Ecuador, dirigente político transformista que, como indicaría la inmanencia capitalista, escenifica la ezquizofrenia de la sociedad mediática.

1 comentario:

le mutante dijo...

capaz que sin gobiernos, sin esa organización montada para destruir se estaría mucho mejor. pero bien, que sea lo que más se acerque a "algo mejor" para la mayor parte y que es mayor parte se convienta cada vez más en un 100%


esa foto que subiste es hermosa, creo que haría un viaje escapando de esa organización...