miércoles, diciembre 28, 2005

En la vía

En general las navidades pulverizan los riesgos de la fascinación. Uno desaparece, se hunde en sí antes de que lo extraño mimetice y ausente las figuras en la claridad de una forma o de un estilo. Pero la última navidad no fue, felizmente. Fue un día más y tanto el paisaje como Alguien impusieron una marca de estilo por sobre el peso de las figuras y de las concentraciones absurdas de sentido. Al amanecer, de regreso, él percibe en las vías del tren pliegues de una memoria extraña: restos de otra ciudad en el centro de Buenos Aires, restos de otro hombre en el ojo propio. Los colores son excedentes del mundo, y las zonas laterales reservas, disimulados cementerios que ciernen su dominio en susurros mientras el tren no pasa. Él supone que por ese infinito cerrado cursan los recuerdos. Sabe que las fases del paisaje se acentúan por la presencia de Alguien que lo acompaña. Está seguro de que podrían quedarse ahí y el tren no pasaría nunca. Aunque la ciudad al amanecer siempre es espacio nutrido para un ojo anónimo, él intuye que caminando a solas la ciudad sería fragmentación de situaciones temporales -pasarían trenes- y no, como en ese momento, un absoluto atemporal: una ruina cronológica que afirma la escritura dispersa de lo eterno -de una imagen femenina y de ese negativo que retrata el estilo de un cuerpo fuera del cuerpo- donde avanza la fascinación. Mirar, como escribir poesía, es someter la lengua a las causas del brillo y solucionar su defecto retirando del tiempo astillas, objetos y escenas.

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy interesante el blog. Felicidades.