Quisiera escribir sobre una ciudad realmente nueva. Una ciudad
invisible, como las Italo Calvino, y dejar atrás en el recuerdo esa Ciudad
Matriz, La Habana ,
que tiene ramificaciones inesperadas en rincones de todo el mundo: Montevideo,
Buenos Aires, el Callao, Potosí, Pekín, Nápoles, Madrid, etc… Ciertos encuentros podrían anular esa dimensión
pasada y espléndida - una dimensión polaroid- de la Ciudad Matriz en decadencia.
Pareciera que en La Habana
es posible vivir el anhelo de una vida anterior, exactamente el tipo de vida
que me figuro tenían mis padres en la década del sesenta o setenta. De ahí,
creo, proviene su encanto.
Podría enumerar al infinito momentos que nunca podrían transcurrir en la Ciudad Matriz. Diría que en
general son momentos irrepetibles de la vida contemporánea. En Ciudad de
México, sobre la Avenida
Álvaro Obregón llegando a Insurgentes Sur, existe una disquería denominada La Roma Records , en
honor a la Colonia
en que se encuentra ubicada. La épica de las disquerías siempre me resultó más
amigable y auténtica que la de las librerías. Las disquerías hoy se han vuelto
sumamente íntimas y secretas, en general están diseminadas en galerías, o en
pequeños locales donde a lo sumo hay un empleado, como en La Roma Records , y visitantes
sonámbulos. Esas disquerías, a mi modo de ver, son limbos ideales para escuchar
música, para ejercer un tipo voyeurismo que el formato tangible de los resucitados
vinilos facilita, y para incurrir en hábitos, como tomar cerveza, café o fumar,
que el formato deshumanizado y eficiente de los locales comerciales ha
desterrado. Entrar a uno de estos locales equivale a acceder a otra dimensión:
ni pasada ni futura. Una nueva acepción del presente que tarde o temprano va a
llegar a las librerías –La
Internacional argentina y Lilith, en este sentido, son
precursoras y no sobrevivientes-.
Hace unos quince años vi un film de Stephen Frears, Alta fidelidad. No podría decir si la película es buena o no; a
priori los films de Frears, como los de Ken Loach, me gustan y los disfruto de
cualquier manera, aunque la crítica no se canse de mencionar altibajos en el
caso de ambos. En Alta fidelidad el
protagonista, Rob, tiene una de esas disquerías que ahora abundan en la Colonia Roma , pero también en nuestra
calle Corrientes y casi en cualquier lugar salvo en La Habana : un sitio con algo de
depósito y un cierto desorden en el mostrador que me recuerda el escritorio de
los editores que leían manuscritos. En el film los clientes suelen ser
coleccionistas que hurgan bateas y huelen los discos. Frears filma
anticipadamente el renacimiento del vinilo y retrata un tipo de tienda barrial
y un tipo de cliente –más maníaco que nostálgico, más fetichista que consumista-,
que incorpora la rutina del ocio y la charla como elemento central y que
excluye patrones de eficacia y orden propios de un supermercado. De hecho la
adquisición de un objeto parece una transferencia más que una transacción. En
la disquería del film de Frears, todo parece valer más de lo que cuesta. Es
decir, en ese ámbito encantado, como en las librerías de usados, flota el
espejismo de que la ley del mercado ha dejado de funcionar o ha aplacado la
inflación de productos, y por fin se ha hecho justicia con la vida de los
objetos duraderos y su influencia interminable en la vida privada.
- Publicada en Perfil Cultura el 18/05/14
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