
Ahora me acuerdo el bus que me llevó de Kochi a Mysore. Es una de las pocas zonas sin ferrocarriles y la única alternativa es el bus. No había mucho para elegir: sin o con asiento reclinable. Ambos prehistóricos. A mi lado un borracho -figurita dificil en la India- excitadísmo por mi presencia, cada tanto intentaba sentarse sobre mis rodillas y formulaba la misma pregunta, ¿are you marrried? El hombre parecía incómodo en su pellejo y escupía hacia cualquier dirección y cuando yo le pedía que apuntara hacia el pasillo contestaba meciendo la cabeza, como todos en Tamil Nadu y Kerala: "Yes, sir"... Para enseguida hacer lo contrario y ampliar la compasión y la sonrisa de los demás pasajeros, que también escupían, pero siempre hacia el suelo. Como en el bus Buenos Aires-Patagones, aunque sin pruritos y sin sordina, los pasajeros soltaban sus pedos a piacere, pero la ausencia de vidrios en las ventas mezclaba esas ociosas pestilencias con olores arraigados en la noche. En el bus argentino las ventanillas están lacradas y el aire acondicionado expande y estiliza las flatulencias que el viajante argentino acordona en su vientre. En cierto momento, cuando el rechinante autobús atravesaba una selvática boca de lobo, el borracho reconoció su zona por alguna marca misteriosa en el paisaje, se levantó, se bajó y despareció en medio de la noche. El viaje duró unas ocho horas más y yo dormí una eternidad que si no excribiera invadiría el presente.