jueves, mayo 10, 2007

El imperio (del sentido)

Escribir largo sobre la última película de David Lynch sería tan ingenuo como improductivo. Los adjetivos que le cabrían -asombroso, alucinante, desmesurado- desmerecen en realidad los nudos espaciales devenidos, como en los sueños, laberintos temporales. Podría decirse que la película es un archipiélago de apariciones y figuraciones que no se domestican en secuencias narrativas. Durante tres horas espectros de amantes, marcas transpuestas, escaleras enquistadas de teatros blandos, muertes lejanas y románticas y cine que mira al cine edificando el reflejo de una maldición -un laberinto que es una máquina desquiciada de reproducir identidades-, se diseminan en espirales que van incluyendo las películas anteriores de Lynch, y que redefinen el sentido del séptimo arte en cuestión. Por eso mejor anillarse en la vigilia, soñar despierto en vez de escribir.

jueves, mayo 03, 2007

Sobre Igor, de Fererico Levin, Gárgola, colección Laura Palmer no ha muerto, 2007.

A primera vista el personaje que da título al libro podría ser un maniquí de Bruno Schulz, trasladado a una historia que obedece más a un experimento literario que a las manualidades rutinarias de la novela. Una constelación de capítulos y anécdotas secundarias se combinan con una prosa seca y a la vez expansiva.
Pareciera que lo que ampara el ralato, a fin de que la acción no sea representación de un hecho sino de una pérdida –Igor es en última instancia una novela en torno a un amor fallido-, es la distancia de un narrador que juega con el tiempo, como si tomara al azar capítulos breves de un indefinido conjunto mayor y describiera a contraluz contenidos espectrales. Esa distancia produce un efecto de extrañamiento en el que la amada de Igor, Natschenka, aparece y desaparece, en un ida y vuelta del pasado hacia el futuro.
El viaje inmóvil –hacer memoria en un vago presente-, de hecho es en el relato una articulación onírica que sella la apuesta digresiva. Sin embargo, en el pasado –especialmente en un palimpsesto formado por fotos- el narrador reduce la distancia, hace foco. Humaniza personajes, como Marat y Nikolai, una pareja de militares rusos que durante la primera guerra se separan por una mujer, Marja, abuela de Natschenka. No es casual que las mujeres aparezcan dispuestas como mamushkas: no hay descendencia sino inclusión, esto es, una genealogía mítica. Sobre este linaje reacciona la nostalgia de Igor.
En las últimas páginas el sentido del relato se despeja. Tantas historias laterales y planos superpuestos revelan a un escritor atípico y único en el nuevo panorama literario. Devoto de un complejo desguace de la temporalidad narrativa, Levin materializa en una frase el asunto hipnótico de su novela: “Igor está encerrado en un círculo, eso ya lo sabemos: lo suyo son las repeticiones y la vuelta al comienzo (...) Eso es la escritura: un corte que permite que haya pasado”.


* Los inrockuptibles, mayo de 2007.
Sobre Rocanrol, de Osvaldo Aguirre, Beatriz Viterbo editora, 2007.

Desde hace tiempo Osvaldo Aguirre viene desglosando los mitos de la marginalidad en investigaciones periodísticas, crónicas, novelas y libros de cuentos. En el caso de Rocanrol, el mito es el habla, y sobre todo la voz del sobreviviente que aparece desplegada en la mayoría de los relatos y transforma lo verosímil en veraz. La evocación tiene algo expiatorio, y desde el momento en que los personajes, sumidos en una coloquialidad árida y semejante a la que podría graficar un monólogo interior alucinado, refieren un suceso –una merca maldita, un gran fumo, las vicisitudes de un robo absurdo-, muestran la cara neta de la marginalidad: el que habla, el que refiere lo vivido, es siempre un alma en pena. Es alguien que ha sobrevivido por azar y estiliza la violencia en el discurso del testigo. Los hechos extremos son un punto de inflexión en vidas consumidas. No hay personajes libres, todos han quedado apresados en la memoria de una experiencia terrible; salvo el protagonista de Garganta profunda, un periodista que ha tratado a muchos canas y, como solitario acuarelista de cuadros policiales, tiene la distancia suficiente para dar su versión de los hechos agrupando voces y cabos sueltos.
El último relato, Buche, quizás sea junto al épico Rocancol –en el cual un grupo de yonquis pierde a un amigo por sobredosis- el relato más impactante del volumen. Está ambientado en la última dictadura, el tono es seco y se relata, con la ambigüedad y la distancia justa, la siniestra transformación de “el Pollo”, un alto militante de la JP que es secuestrado. En este trance, la prosa de Aguirre no presenta restricciones, es directa y a la vez expansiva, y muestra a un protagonista reducido a lo inhumano por máquinas de torturar. Detrás de la coloquialidad que articula los ocho relatos de Rocanrol, se agazapa un escritor que, atento como pocos al presente de la marginalidad, tamiza de un modo inmejorable esa lengua espontánea –en sí una atmósfera- que tanto ponderaron los beatniks.

* Publicado en Los inrockuptibles, mayo 07.-