jueves, julio 27, 2006
Microbios 2
Dos o tres catástrofes menores
Ficciones de la infección
(Nación apache)
miércoles, julio 19, 2006
viernes, julio 14, 2006
Brando por sí mismo
"En una corrida de toros, me gustaría ser el toro pero con mi cerebro. Primero, me enfrento al picador. Y luego persigo al matador. No, camino hacia él hasta que se cague en los pantalones. Después le clavo un cuerno en medio del culo y lo hago desfilar por todo el ruedo". (Sigue acá)
(Radar, Pagina 12)
martes, julio 11, 2006
Money talks
viernes, julio 07, 2006
Lo inhumano
jueves, julio 06, 2006
lunes, julio 03, 2006
Paraisos perdidos *
La literatura producida en la década del sesenta, se ha vuelto, con el tiempo, terreno fértil para ciertas paradojas. Puesta sobre el blanco de la improvisación extrema, la prosa de Néstor Sánchez, en su fraseo alucinado, muestra obstinadamente una grieta ritual. En ese ritual se omite la tradición y la historia. Siberia blues, como sucede con las master sessions del mejor free jazz, es el registro de la improvisación en estado puro, esto es, de un pasado sin historia, proyectado en un futuro imperfecto. El presente del texto deviene tiempo pretérito en las posibilidades de un relato que, entre tanta ida y vuelta de los modos condicionales a los potenciales, es ante todo el registro de un narrador ausente o, lo que es lo mismo, en trance. Por momentos la novela parece una composición montada sobre la memoria de un oído amnésico, ansioso de una identidad y, sobre todo, de pasado.
En Siberia Blues, tanto como en El amhor, los orsinis y la muerte, las posibilidades del relato, diseminadas en una combinatoria de acciones improbables, hablan de un discurso repleto de sí, de una suerte de lenguaje coloquial que frasea, carraspea poesía y en la longitud de sus asociaciones libres conspira contra una eventual narración: interrumpe cualquier serie de acontecimientos para que un oído dentado monologue y mastique restos sonoros.
Todo es condicional y posible en un presente narrativo que intercala a discreción la primera persona y la segunda. Pero la anécdota de Siberia blues es mínima y se ilumina en los recuerdos fragmentados de la infancia, en el mito de una zona y de una barra, la de Tomasol. Ahí se origina la novela: en el último descampado de Villa Urquiza, la Siberia, una quinta en la que transcurre una juventud que en el recuerdo es clandestina y paradisíaca. A partir de ese momento, las mujeres, las carreras de caballos, el escolaso, un robo frustrado, la cárcel, la amistad con un joven de la barra apodado el Obispo, rondan el texto como partes de un relato que nunca llega. Algunos fragmentos, perneados por el desorden de los sentidos y la sintaxis machacada, presentan el único tono sostenido del libro: la melancolía del tiempo perdido.
Pero menos que un blues, Néstor Sánchez compone una suerte de acelerado cadáver exquisito que, en el campo artístico de su época, tiene medio hermanos en Ornette Coleman y en el cineasta norteamericano Stan Brakhage. Si éste último rescata imágenes del fondo de la mente e interviene el contenido de los negativos en busca de un lenguaje ácido y primitivo, algo similar improvisa Sánchez con las voces que flotan en el recuerdo: las retira de la conciencia y las inhuma en una suerte de ritual burroughsiano que involucra, ante todo, la experiencia del escritor.
Los rasgos extremos de experimentación literaria, los tópicos barriales y el empleo original del lunfardo, aunque hacen de Néstor Sánchez un escritor menos vetusto y aparatoso que el Cortázar novelista, alimentan esa temible paradoja también aplicable a algunas novelas sesentistas innovadoras por su técnica, como Los albañiles de Vicente Leñero, Conversación en la catedral de Vargas Llosa y la misma Rayuela. Cada uno de estos libros fue una pieza esencial en la historia de la literatura latinoamericana, pero mucho tiempo después, sin la bonanza del Boom, por esa misma particularidad que retrataba las travesías estéticas de una época, son obras que en el presente quedaron fuera de foco.
* Los Inrockuptibles, julio de 2006