lunes, enero 31, 2005

El infierno *

"Cuando somos niños, el infierno es nada más que el nombre del diablo puesto en la boca de nuestros padres. Después, esa noción se complica, y entonces nos revolcamos en el lecho, en las interminables noches de la adolescencia, tratando de apagar las llamas que nos quemas -¡las llamas de la imaginación! Más tarde, cuando ya no nos miramos en los espejos porque nuestras caras emnpiezan a parecerse a la del diablo, la noción del infierno se resuelve en un temor intelectual, de manera que para escapar a tanta angustia nos ponemos describirlo, Ya en la vejez, el infierno se encuentra tan a mano que lo aceptamos como un mal necesario y hasta dejamos ver nuestra ansiedad por sufrirlo. Más tarde aun (y ahora sí estamos en sus llamas), mientras nos quemamos, empezamos a entrever que acaso podríamos aclimatarnos. Pasados mil años, un diablo nos pregunta con cara de circunstancia si sufrimos todavía. Le contestamos que la parte de rutina es mucho mayor que la parte de sufrimiento. Por fin llega el en que podríamos abandonar el infierno, pero enérgicamente rechazamos tal ofrecimiento, pues, ¿quién renuncia a una querida costumbre?"
Virgilio Piñera
* minirelato extraído del libro "El que vino a salvarme".

sábado, enero 29, 2005

Miércoles de ceniza

Quevedo en la literatura, Goya en las artes plásticas (por citar dos antecedentes españoles), nos han familiarizado con las visiones barrocas que abundan en los cuentos de Piñera: mujeres que no pueden besarse porque antes se comieron los labios, hombres que se prestan a devorarse entre sí, en cadena, haciendo las veces de Acteón y los perros, o que no vacilan en saltarse los ojos para evitar la perniciosa seducción de una cara. A pesar de todo, los personajes de Piñera imponen su voluntad. Salen vencedores -a costa de sí mismos. De igual modo que reemplazan la falta de carne por una antropofagia sui generis, transforman sus pestilencias en el olor de las viandas que apetecen, o su ceguera en un jovial Miércoles de ceniza.
(José Bianco, fragmento del prólogo a El que vino a salvarme)

Imagen nocturna

Dos de la mañana. Bar El santo. Boedo e Independencia. Hombres solos y anchos toman cerveza y de una mesa a otra intercambian balbuceos. Tienen algo obsceno. La mayoría ha encanecido y extraña la presencia de una mujer. Como si repararan la incansable falta, se atusan la vegetación de algún orificio. "Conocí a un hombre que ordeñó a su perra". "¿Ah sí?, yo conocí a alguien que ordeñó un travestí". El lugar es angosto y decrépito. La pantalla de una televisión sombrea las caras fláccidas y ojerosas. Arriba, los baños hieden; al acercarse al mingitorio uno oye, del otro lado, ahí donde yace la inmemorial letrina, una cadena de resoplidos. En Buenos Aires el infierno tan temido todavía es real.

viernes, enero 28, 2005

Addenda

Después de años, mecánicamente entro a la galería del Disco de Santa Fé y Anchorena. Recuerdo una librería de usados en la que de joven compré la primera edición de Ema, la cautiva. Supongo que después de tanto tiempo, algún incunable me espera. La librería sigue existiendo, pero en otro piso. Paso y por si acaso pregunto por Ema, la cautiva. La empleada me interroga por el autor. ¿Aira? No, ese autor no me suena, y hace una búsqueda vana en una computadora que parece apagada. Poco después, charlando un poco, intuyo que en el fondo a la empleada ningún autor le suena y trabaja ahí por conveniencia. Sólo sabe que desde hace mucho tiempo los innumerables ejemplares de un tal Asis y un tal Mallea están en el mismo lugar. No ha conseguido vender un solo ejemplar y le llama la atención que autores con tantos títulos sean tan poco leídos. ¿Deben ser muy malos?, conjetura.
Sin duda la librería ha cambiado de dueño y ha altarerado el criterio de valoración: las ediciones más viejas valen siempre dos pesos, las más recientes -Grandes novelistas de EMECE, libros de autoayuda, cuadernillos de biología- cinco o diez pesos. Un poco abochornado, armo un combo de libros de dos pesos. La religiosa de Diderot, El hijo maldito de Balzac, Orlando de Woolf traducido por Borges, y la edición de los cuentos completos de Piñera por Sudamericana -El que vino a salvarme- con prólogo de Bianco. Durante años rastreé este libro; en un anticuario me lo quisieron cobrar noventa pesos -ahí sí conocían a Aira, tenían Los fantasmas, a un precio también disparatado-.
Me retiro de la librería sigiloso, como si después de mucho tiempo hubiera dado un buen golpe.

martes, enero 25, 2005

Cuando la luz argentina...

Algo se ha paralizado. Presiento que ha habido un corte de luz. Necesito averiguar. Levanto el portero eléctrico. Una voz femenina habla en francés, sin pausas y sin interlocutores. Salgo al palier. Una mujer, de espaldas, introduce por la puerta enrejada del ascensor un paraguas colorado, y lo empuja con un golpecito. Como si hubiera sido sorprendida infranganti, ella se vuelve. Descubro que es A. El hecho me parece de una naturaleza macabra, casi como si en lugar de un paraguas ella hubiera arrojado al vacío un bebé. Está borrando las pruebas, pienso. A. me da la espalda y... arroja al vacío el mismo paraguas. Entro. Algo se ha paralizado. Presiento que ha habido un corte de luz. Levanto el portero eléctrico. Una voz femenina habla en francés, sin pausas y sin interlocutores. Salgo al palier. Una mujer, de espaldas, introduce por la puerta enrejada del ascensor un paraguas colorado, y lo arroja al vacío. Enseguida se vuelve, como si hubiera sido sorprendida en medio de una tarea comprometedora. A. está borrando las pruebas, pienso, las pruebas terribles del corte. Me da la espalda... y arroja al vacío el mismo paraguas. Entro. Algo se ha paralizado. Presiento que ha habido un corte de luz. Tomo el portero eléctrico, escucho. Una voz femenina relata en francés, sin pausas y sin interlocutores. Salgo al palier. Una mujer, inclinada de espaldas, introduce por la puerta enrejada del ascensor un paraguas, y en cuanto lo arroja al vacío se vuelve hacia mí, como si hubiera sido sorprendida mientras borraba las evidencias del corte. De inmediato me da la espalda... y arroja al vacío el mismo paraguas. Entro. Algo se ha paralizado. Presiento que ha habido un corte. Se ha roto la cadena temporal, se ha quebrado el ciclo de los acontecimientos. Ya no es necesario levantar el portero eléctrico. Estoy resignado, no hay salida. Esta vez sí Dios ha muerto, pienso. La temporalidad ahora es regresiva y circular, barre el recuerdo. Es el vacío el que vuelve hacia el paraguas, hacia A. y hacia mí. Es hora de despertar. Lo intento, pero despierto en el sueño, una y otra vez: sueño que despierto, sueño que escribo el sueño, sueño que vuelvo a dormirme, pero retorno, indefectiblemente, a un mundo en el que la temporalidad abolida es la pesadilla y el paraiso del inmortal .

lunes, enero 24, 2005

Anarquismo ilustrado

Sobre la sociedad anarquista, una larga entrevista al pensador norteamericano Noam Chomsky. Luego una simpática página sobre el anarco primitivista John Zerzan.

domingo, enero 23, 2005

¡Raro e inclasificable!

"A pesar de su proximidad con ciertas zonas de Cortázar, fue raro e inclasificable, como un Cortázar demasiado borgeado o un Cortázar sólo cuentista", "... el lector ya lo ve venir. Ve el momento en que la situación derrapa, en el que asoma la punta del absurdo, la punzada del delirio abriéndose paso." Todo esto suena bastante inverosímil si el autor aludido es Isidoro Blaisten. En sintonía -tardía- con el suplemento Cultura de La Nación del 5/9/04, Radar libros hoy lo homenajea en su nota principal.

Madre y mujer plagiada

Estimado Señor Coelho
De mi mayor consideración:

Desde Pringles, atrincherada en un ciber café, sigo con atención blogs tan disímiles como el de Piro, Link, y desde hace poco el suyo, que me parece desparejo y arbitrario -percibo en usted cierta languidez incurable-. Mi preferido es el de linkillo, donde se han ventilado hechos que felizmente me involucran, me sacan del tedioso anonimato de pueblo y me devuelven la preciada voz. Considero que Daniel, a diferencia de usted -mi César lo ha definido en privado como barato conejo de peluche que se hace pasar por perro-, además de inteligencia posee una extraña cualidad: la de no de ser afectado ni pedante, y no empatanarse en los oropeles del "estilo".
Pero antes de perderme en los dorados ramajes del elogio, voy al grano... Se rumorea que yo fui la autora de El niño proletario, y que la confección de esas páginas se habría originado gracias a un secuestro instrumentado por Osvaldito. Algo cierto hay en esa hipótesis. En realidad fue un secuestro simulado para huir del insaciable y juvenil Arturito. Sucedió un fin de semana. Nos escondimos en el sótano de una pulpería. Con tranquilidad y estímulos suficientes, escribí un borrador intitulado La niña proletaria. Osvaldito, caminando de un lado a otro con un candelabro en la mano, coordinó la escritura. Silbaba, bailoteaba y leía a un tal Gombrowicz en voz alta. Al día siguiente, como había ocurrido años antes con El fiord, hizo "suyas mis páginas", amancebó el texto con correcciones francamente inútiles, como la de alterar el género de mi protagonista ¡Estropeada! -operación que César repetiría sobre el borrador de mi novela más lograda, Cómo me hice monja-. Desde entonces, lo plagios consentidos no cesan. Aprovecho la ocasión para hacer publica esta situación intolerable.
Creo que tras esta observación, tengo anuencia para precisar la injusticia que se ha abatido sobre mí, y clausurar así el mayor malentendido de la historia literaria nacional. En mi reciente autobiografía, a cuya presentación en Pringles apenas acudieron mis alumnos de taller, mi amigo Tomás Abraham y mi fiel Arturo, referí paso a paso mi triste destino de madre y mujer plagiada. Naturalmente, intereses oscuros impidieron que el libro trascendiera. El manuscrito que finalmente me decidí a firmar fue rechazado por todas las casas editoriales -estimo que por influencia de mi hijo- y debí resignarme a una edición de autor. Hasta hace poco yo sólo deseaba alimentar con mi genio la celebridad de César. Al considerar el tamaño de su ingratitud filial, he decidido emprender una campaña para reivindicar mis derechos intelectuales. Esta carta sólo es el primer paso.
Desde ya muy atentamente y hasta una próxima aparición,

la madre de Aira.

viernes, enero 21, 2005

Padres sin hijos

Lo que le faltaba a Hannibal para completar su performance grotesca. Además de montar un circo de clausuras para atenuar culpas y simular una reacción que no convence ni a sus hijos y menos a su pícara abuelita, ahora agrega a su prontuario un pesado símbolo: el que se ordena en torno a un cuerpo desaparecido. ¿Qué inventará para reponer el cuerpo traspapelado? En una vuelta de tuerca a la tragedia clásica, hay un padre que creyó sepultar a su hijo, ahora debe retirarlo de su tumba, traspasarlo a otra familia, y enfrentarse a un dilema que el rito de la sepultura había resuelto: ¿dónde yace la identidad de un hijo muerto? Una hebra del pasado argentino dilatándose en el presente.

Decapante

De una semana para otra, por efecto del decapante, me transformo en una nueva persona. Después de largas jornadas despintando puertas, desde hace tres días me siento incapaz de cualquier observación atractiva y me abstengo de postear algo en el blog. Al volver a mi transitoria casa literalmente demolido, sólo pienso en tomar una cerveza y mirar partidos de tenis. ¿Y mis pretensiones literarias y/o sentimentales? Tan simple es la vida... ¿Pero es eso vida? Si en vez de una semana pasara despintando años, ya no puertas mías, si no puertas ajenas -las puertas y las compuertas del patrón-, ¿diría lo mismo?
En el fondo en la explotación capitalista hay un goce correspondido. Las mismas razones que hacen posible un amo exitoso, hacen real un sirviente satisfecho. La genealogía engañosa del liberalismo podría reducirse a eso: cómo anular, según la época, la autoconciencia del trabajador -a esta altura autoconcia del trabajador suena tan paradójico como anaocrónico- e inventar y -en esa misma operación cancelar- las condiciones magras de su satisfacción. Las baratijas televisivas, el fraude de la institución familiar burguesa, ponen al alcance de la mano el alivio de estar alienado "en (la) apariencia" y no apostar el costo subjetivo de una existencia. Lo llamativo es que, a esta altura de la historia, las mismas baratijas crean, en el campo de las pasiones, el mismo tipo de renuncia subjetiva -la renuncia a la apuesta, el constreñimiento general depositado en el ahorro, en pos de una inverificable identidad colectiva- en la clase media, en la baja y en la alta.

lunes, enero 17, 2005

Más Heriberto Yepes

Heriberto, además de ser un lúcido teórico de los weblogs -"probablemente el género literario más novedoso...; "la blogósfera es la fantasía del escritor hecha monitor; "el blog incita superávits de redacción"; "desde el dumping hasta la sobrexposición, estas conductas blogosféricas son parte de un ataque posible al carácter mercantil de la escritura (sobre todo la dirigida contra el libro)" , ha publicado una novela que parece muy tentadora -acá un comentario-...
Además, un (inolvidable) texto: Lo memorable de un mal escritor ("Tener estilo es parodiarse sin malicia, pero con ahínco. Un escritor que posee un estilo se convierte en su propio modelo, y los modelos sólo se pueden seguir para parodiarse; sólo que su aspirante lo hace con tanto fervor como incredulidad. Tener estilo es un defecto que únicamente en unos pocos perseverantes resulta estéticamente provechoso. En el resto resulta masturbatorio, cómico."
Un día más con Heriberto.

domingo, enero 16, 2005

Harry el sucio

El príncipe Harry, ¿se disfrazó realmente? Mmmm... Más bien delató a la corona. Como buen borrachín y perseguidor de actrices porno, en sus años mozos ha preferido ignorar las convenciones que regulan el ejercicio de poder. El disfraz, aquello que soporta el sentido de una imagen pública, es primordial y cumple una función: no la de mostrar ni repetir lo que hay debajo, sino la de velar aquello que sólo puede exhibirse en privado. Harry ha transgredido todas las apariencias y los pactos de amabilidad, embarazó la intimidad de la corona: la disfrazó de sí misma.

El iluminista infraganti

Sabemos que José Pablo Feimann tiene una privilegiada sensibilidad social. Cada domingo lo demuestra en un artículo servil. Esta vez nos confirma lo que sospechábamos: "Hay cosas a las que uno no se acostumbra; otros tampoco, pero muchos sí. Lo grave es cuando los que se "acostumbran" a lo "repugnante" son mayoría, una mayoría apática (...) Han decidido no ver el horror y han triunfado." Más adelante, Feinmann, al momento de posicionarse, no elude el compromiso: "Es así: hay gente que no puede evitar ver la miseria. Hay gente que no puede ser feliz entre hambrientos y carenciados. Entre mendigos. Hay gente que no puede ser feliz en una sociedad de desdichados." Ergo, para Feinmann la felicidad personal es importante. Es un valor que la pobreza generalizada, en su caso, irrealiza cada día en sus caminatas por Barrio Norte. Por eso -y no por razones éticas- aconseja combatir el hambre: para que pobres un poco menos pobres, pero pobres al fin y al cabo, dejen vivir sin culpas a la clase media.
Como una prueba más de hipocresía, este discípulo de Asis se propone clarividente y ubica la cuestión Urgente en Argentina: redistribuir el capital. El modo más eficiente: la demagogia. "K lleva una gestión exitosa. Su ministro Lavagna le entrega números primorosos. Se discute la deuda con firmeza. Hay plata. El Estado tiene plata. Hay superávit. (...)Propongamos la demagogia. (...) Presidente K, si usted tiene un superávit de 1600 millones de dólares haga populismo. Si hoy se puede cambiar algo y si ese algo es comida y proteínas cambie, por favor. Nuestros hambrientos tienen hambre; nuestros pibes tan pocas proteínas; nos resulta tan intolerable vivir en medio de esta desigualdad... que aceptaremos lo que venga. Aunque venga en nombre de la demagogia."
No hace falta aclarar a dónde nos ha conducido la institución de la demagogia. Feinmann argumenta desde un lugar común: ese cómodo lugar -subsidiario magro del sentido común- desde el que cualquier político impulsa la apariencia de su candidatura. La hipocresía, la capacidad de apropiarse del dicho popular y darle un tono que incluya al oyente o al lector en el círculo mágico de quien lo enuncia, es la condición del ser político actual. Feimann la tiene. Es un hombre de apariencias. Vive de transacciones discursivas: cuando muestra oculta, y viceversa. Sólo quiere que lo dejen ser feliz: como para Menem, la demagogia es un atajo para que los pobres no estorben en su afelpada conciencia política.

Heriberto Yepes

Joven, escritor y mexicano, Heriberto tiene un notable blog y tres páginas que son un hallazgo: latienelarga , latienecorta y esgay. Acá un fragmento de una entrevista publicada recientemente en su blog.
- ¿Qué opinas de la literatura escrita por jóvenes en México?
La mayoría de la literatura escrita por jóvenes en México la lee una minoría, y de viejos. Como lector me defino como gay, gerontofílico y masoquista. El gran amor de mi vida ha sido Borges. Si no hubiera sido por Borges, hubiera terminado enamorado de García Márquez, Octavio Paz o Vargas Llosa y eso sí hubiese sido un fracaso. Afortunadamente la juventud es un proceso degenerativo que se acaba pronto y lo único bueno que le debemos al narcotráfico es que presta grandes servicios plaguicidas.

sábado, enero 15, 2005

Extranjería

Cuando conocí a Denny Yang en Lisboa los dos éramos todavía adolescentes. Ambos viajábamos hacia el sur de Portugal y coincidimos en la idea de cruzar a Marruecos. Había alguien más, un canadiense bizarro, de apellido Duarte; tenía aspecto de liliputiense y llevaba en la frente la marca de una lobotomía. Yo fantaseaba con un mundo exótico, y en busca de espectros beatniks, del cual Paul Bowles entonces era resto vivo, me sumé al viaje. Cruzamos desde la ciudad muerta de Algeciras. En cuanto pisamos Tánger, me percaté de que mi juventud y mi inexperiencia tornaban imposible rastrear fantasmas beatniks -muchos años después los encontré en el extraordinario film de Cozarinsky, Fantômes de Tanger-. Seguí a mis dos compañeros -aunque a esa altura ya éramos cuatro, con un tal Albert Kaye, el único descendiente de apaches que conocí en mi vida- hacia Fez y Marraquesh. De las dos ciudades no recuerdo nada especial salvo sus zocalos, el ajedrez en cafés que no servían alcohol y los albergues precarios en los que compartíamos enormes dormitorios con viajeros extravagantes. En Denny, que era todavía más joven que yo, percibí una figura melancólica e inquieta: una simetría que me resultó amable. Sus padres eran cantoneses asentados en Sao Pablo, donde él había nacido y vivía ligado a dos culturas que le resultaban insoportablemente ajenas. Él era un extranjero consuetudinario y quería ser escritor. Yo escribía y cargaba en la mochila inútiles manuscritos que le transferí -Denny, por cortesía, dice guardarlos-. De regreso, al despedirnos en el puerto de Algeciras, tuve la sensación de que el viaje en algún punto había fracasado: no había falsificado ningún recuerdo, no había respetado la presencia del desierto, no había estado solo y por consiguiente no me había sentido un extranjero. Después de perder contacto durante años, Denny Yang me escribió. Entonces descubrí que él representaba para mí el recuerdo perfecto de aquel viaje. Me envió su primera novela publicada, Isabelle, un logrado diario que combina el tono confesional-humorístico con percepciones sociológicas que en un primer momento me remontaron al cine de Nani Moretti y más adelante, cuando deriva hacia las superficies de la terapia, a las manías de Woody Allen. Denny tiene tres blogs: O pedante, y dos en los que ha posteado las novelas inéditas: Sirous y Esbozo.

jueves, enero 13, 2005

Apariciones

Rosita está sentada en el centro del patio; alrededor, los bártulos de la mudanza. A ella la hace extrañamente feliz que yo sea el próximo habitante de la casa; no parece importarle dejar el lugar en el que vivió treinta años, la mitad de su vida. Del cuchitril de arriba baja alguien que estaba durmiendo la siesta. Una figura joven... Para pedir presupuestos en lo que ya anticipo como una demencial lucha con plomeros, gasistas y electricistas, visité varias veces la casa y siempre, en algún ambiente, aparecían jóvenes dormitando. Son mis amigos, respondía Rosita cuando le preguntaba si alguno era su hijo.

Esta vez la aparición supera mis expectativas. Al principio la veo de espaldas y detecto su salpicada perfección lumbar, la suavidad de la postura, la manera de moverse como si se deslizara en relación a otro cuerpo. Cuando ella gira, encuentro lo que preveía: la cara de una bailarina. Su expresión desafía. Sonríe, como si supiera... No tiene la higiene expresiva de las bailarinas clásicas; ha llevado una vida agitada; las pasiones paralelas la transportaron a la danza contemporánea, al teatro de la metamorfosis y las marcas. Ha amado, ha sido amada más de la cuenta. Quizás de niña cuando empezó con las clases en un estudio de Boedo, no previó -por suerte- lo que le deparaba un cuerpo que combinó una belleza tan particular -llamativamente, no tiene esa apostura artificial que sí se percibe en muchas bailarinas profesionales- con la decisión femenina de entregarse a todo aquel que sepa descrifrar su tesoro.

Busco palabras. ¿Cómo dirigirse a una mujer que podría ser un fantasma? Ella mira, sabe y sonríe por encima de mi indecisión hasta que enciende un tuca, pita y se la pasa a Rosita, que hace lo mismo. Vos si que sabes vivir, Rosita. Yo miro el techo del patio, hay que sacar el toldo de chapa lo antes posible, y enseguida pienso, en cuanto llegue el primer plomero, ella se va. Entonces digo Vos sos bailarina. Ella, como si hubiera sentido acariciado su tesoro, descarga una sonrisa serena: hoyuelos, labios carnosos, dentadura pálida y equilibrada... Y vos sos músico, responde. Bueno, no tanto, repongo, y enseguida pienso que, considerando mi incapacidad para hacerme pasar por escritor hasta en los papeles de migración, debiera haber contestado que sí, además cuando estoy solo todavía toco el bajo. Pero alguien que improvisa solo no es un músico, es un escritor tratando de hacer música. Ella parece desorientada por haber errado en la predicción. Suena el timbre, los plomeros siempre llegan tarde, pero justo hoy... Nos levantamos, Rosita sale a abrir. Ya me voy, dice ella, y dirigiéndome otra vez los ojos vivaces y la sonrisa sobrenatural, me abraza, por un instante me trasmite todo el peso de su cuerpo -un cuerpo que pesa en relación a un cuerpo paralelo, el que baila y se apasiona-, y me dice al oído: te llamo para que vengas a verme a una exhibición. Desaparece rápido por el pasillo, detrás del plomero y Rosita que ya vienen. ¿A dónde va a llamarme? Te dormiste mal, Oli. Pero enseguida noto que en un par de días esa casa con su juventud encerrada y su pasado va a ser mía...

Al final del día, después de haber parloteado con plomeros, gasistas y electricistas, me siento en el mismo lugar del patio. Le pregunto a Rosita por qué siempre hay tantos jóvenes en su casa. Me gustan los jóvenes, para no estar sola, ellos viven acá. Saben que pueden quedarse. La chica de hoy hace un tiempo vivió acá. Todos me visitan, se quedan, se van, vuelven. No me gusta estar sola con fantasmas. La conversación se extiende, hay confianza y doy rienda al hábito de extraer anécdotas que al final nunca uso en mis novelitas. Me entero de que su hijo, de chico, fue una especie de barón rampante que vivía en las terrazas de la manzana. Hace unos años murió y todos los que de una u otra manera lo conocieron, pasaron etapas de su vida en la casa de Rosita. En esa casa ella perdió temprano a su madre, a su esposo y a su hijo. Durante los últimos años vivió rodeada de jóvenes que aparecían. Terminó su duelo y ahora ha decidido sellar fantasmas y no demorar el olvido. El nuevo habitante heredará un tesoro.

martes, enero 11, 2005

Bambis

El escritor futurista debe luchar contra el empalago, identificar y suprimir cuerpos barrocos. En una primera escritura nacen -por la boca o por cesárea- los monstruos más infames. El ser de la criatura ya está en marcha y parece la razón de la escritura: en cuanto uno intenta desactivar ese motor reproductivo, la presión de los monstruos crece. La novela engorda y tapa al narrador. En la correción, el escritor futurista ordena su propia taxonomía, afina su equilibrio, cobra coraje, duda, extrae algunos monstruos fallados, monstruos que no renuncian -como Ibarra- a su propia excepción. Antes de entregarlos al anonimato, prefiere seguir dudando y ofrecerlos en holocausto a los amigos de conejillo de indias. Aquí, un pequeño adelanto.

lunes, enero 10, 2005

Maníes

Tu suerte beata
intima
miniaturas de hielo
*
En ese árbol
bebía llana
otra muerte
*
De la página
el oído rebana
astas de luz
*
El collar de Goya
sujeta lo oído
por Van Gogh
*
Limpia su raíz
el verdugo
en lo hondo del cuchillo
*
Con su silencio
un orate
te vuelve testigo

domingo, enero 09, 2005

Quinta

"Me detenía ante una vidriera, trataba de hacer tiempo porque paradójicamente una mujer que aún no había aparecido en escena me atraía. Estaba decidido a amarla, y a medida que esperaba comprendía mejor que mi aspiración no se correspondía con un cuerpo inmediato. Convencido de que ella no aparecería hasta que yo no cumpliera con un ritual amable, me volvía hacia la vidriera para inspeccionar con atención las prendas ahí exhibidas. Sólo había un pálido maniquí, en el medio de una tarima. Yo fijaba los ojos en esa piel desamparada y sentía un eco avanzando a mis espaldas. El eco era en realidad la presencia de un nombre que no terminaba de asentarse en el anillo de una voz. Daba la impresión de que un humano rugiera. De pronto alguien pasó caminando, y como si pidiera una limosna susurró usted no conoce la desventaja de estar muerto y hablar con una mujer: ellas ya saben que uno no cree en lo que dice."

Deducir en qué circunstancia fue escrito éste sueño es, una vez más, inútil. Esto piensa Rivas ante una carta cuyo destinatario podría ser cualquier hombre, y cuyo remitente es alguien que se apoda H.H. Es la quinta carta que le llega en las últimas dos semanas de su mes de vacaciones. En todas, H.H detalla un sueño, pero omite siempre la posibilidad de un destinatario. Rivas ha leído cada carta varias veces y ha sentido que era gradualmente sometido a una espía en la que no podía elegir ni predeterminar objetos afines.
Esta vez, como si las palabras hubieran dado en su blanco oculto, percibe que algo emergente del sueño lo ha lastimado. ¿Por qué no preguntarse por el remitente, ahora, en la quinta carta? Probablemente se trate de un malentendido. El típico malentendido que solventan los orates profesionales: gracias a la beneficencia de un pariente, pueden permitirse atormentar a un desconocido.
No cualquiera decidiría conservar al remitente en el anonimato de la doble H. Muchos preferirían, más por vanidad que por curiosidad, mortificarse durante un par de días imaginando al progenitor de esas líneas; incluso especularían con la posibilidad de responder o rastrear la dirección apuntada en el dorso de la carta.
De cualquier manera a un solitario como Rivas, que en el mes de vacaciones planeaba acopiar coraje y suicidarse, éste ciclo de repeticiones lo mantendrá vivo un año más.

sábado, enero 08, 2005

Ruido, divino tesoro

Quizás no haya tendencia musical más difícil de enfocar e historizar que aquella vinculada a la exploración del ruido. Infiltrado, disfrazado y enaltecido por infinitas variantes, la transformación del ruido en sonido ha sido emblema, amenaza y motor musical del siglo XX. Con los matices de esta transformación, cambiaron década a década los modos de percibir todo el arte y precipitar su destino conceptual. Desde el Manifiesto de la Música futurista en Italia (1910), pasando por los norteamericano Henry Cowell, John Cage y Edgar Varese y la electroacústica de Stockhausen, hasta los exponentes de la música industrial, el punk y el noise japonés, el ruidismo, visto desde afuera, siempre pareció consagrado a cuestionar los valores de la sociedad y la tradición. Sin embargo las tendencias ruidistas propusieron mucho más: le confirieron a la música un destino teórico-reflexivo -la manera de escuchar, al fin y al cabo, define un modo de posicionarse en el mundo- y camuflaron un arma cargada y todavía activa en la marchita escena del espectáculo diario.
Acá, un artículo totalizador de Daniel Varela, una reflexión poemática del polifacético amigo de Asunción Cristino Bogado, y la página del ruidista argentino Pablo Reche.

viernes, enero 07, 2005

Breviario

Durante una tarde lluviosa descubre que de su más lejana infancia sólo persiste el hábito de arrojar cosas hacia arriba y capturarlas. Extrañado, piensa que quizás sea un gesto que las mujeres conservan con más frecuencia.

Una utopía: llegar a la madurez literaria. Tocar el doble fondo de la ironía. Una ironía positiva para afinar sobre el cuello del lector la hoja del perdón.

Sin obviedad, la calidad de un diario, apócrifo o sincero, se echa a perder. La obviedad es su respiración. Si no, el tono confesional o el epigrama abúlico asfixian.

Los diarios se escriben sin que uno los escriba. Un día están ahí, como efectos de la nada, irresistibles efectos personales. Son instantes : en la ansiada precisión, el otro muere arrinconado entre palabras, y uno sobrevive.

De pronto, su propio padre lo sorprende: hereda de él algo insospechado. Algo que lo aleja bruscamente de la persona que siempre creyó haber sido.

Ella, cada vez más atractiva, sólo tiene la ilusión de que vive para la literatura. Pero no escribe. Teme salvarse. Es que si se salva, ¿podrá seguir siendo esa mujer?

jueves, enero 06, 2005

Balanceo

En el andarivel rápido, un nadador manco avanza como una figura mitológica, un minotauro contemporáneo. La parte ausente conserva su función y sólo en esto reside la perfección de su desplazamiento. A fin de preservar el balanceo del crawl, traza la parábola de la brazada con el brazo ausente. La respiración, puro tiempo, sella los intersticios: todo un dispositivo para vencer la asimetría y tornar eficiente la impertinencia de un cuerpo que se ha encaprichado con la ficción de un deporte ideado, precisamente, para que todas las partes operen en simetría. La parte ausente zurce la atmósfera, y el zurcido no es un soplo escatológico, sino una virtud, un pecado derivando en el agua. Él nada, rema de manera imperceptible: ignora que en cada brazada hace trizas la naturaleza. Ahora bien, ¿qué recuerda el nadador cuando proyecta la brazada y emerge el vacío y la respiración aquilatada....? En cada brazada pone tanta voluntad que parece que de un momento a otro algo se va completar. Algo va a suceder. La nada: desde una empinada cúpula de vidrio, la tarde enciende el natatorio.

miércoles, enero 05, 2005

César, Taylor, Cecil y Aira

Cada gran escritor, como un padre primitivo con su prole, detecta en su producción un texto marcado y renegado. En este texto suele estar expuesta una clave para leer (o tergiversar) la totalidad de una obra. César Aira, en sus escasas entrevistas, se ha encargado de señalar ese texto y dilucidar su diferencia: la indeseada perfección de su estilo. Sin embargo, "Cecil Taylor" conserva la deseada imperfección de "La luz argentina", y el desdén que genera en el autor forma parte de una celada autoreferencial: su texto renegado representa el borde más sensible, el perímetro (y en ese sentido sí, por la fuerza, el sedimento de un estilo) de su escritura. Acá el relato completo.

martes, enero 04, 2005

Literatura iraní

Sadeq Hedayat (Teherán, 1903- París, 1951) escribió una de las obras más misteriosas y perfectas del siglo XX : "La lechuza ciega". En esta novela, el narrador disecciona el ojo maldito de un fumador de opio, proyecta sobre objetos y personajes fantásticos fragmentos de una identidad perdida en un Irán atemporal. Las anécdotas se encadenan y mutan como en Las mil y una noches. En vez de Sherezada, acá es un ojo alucinado -una máquina que invierte y miniaturiza el mundo- el centro de un procemiento inquietante: el de perforar el ojo, vaciar el sentido de la mirada, y explorar el fluido interno de la alucinación. En ese espejo líquido ha quedado suspendida para siempre una imagen femenina. Como en Kafka, en la obra de Hedayat lo alucinado no retorna desde lo real y no se hace eco en la mirada. Es tan sólo lo que el ojo no ha podido borrar de la superficie.
Admirado por el surrealismo, Sadeq Hedayat escribió siempre en farsi, y además de "La lechuza ciega" publicó volumenes de relatos y numerosos estudios sobre costumbres y supersticiones persas. Cursó estudios en Francia y volvió a su país, a militar en el partido independentista Tudeh. Decepcionado por los resultados de su militancia y por la inadecuación entre su literatura y el gusto imperante en el Irán de los años cuarenta, regresó a Paris, donde se suicidó a los cuarenta y ocho años.
Acá, una versión en inglés de La lechuza ciega -en castellano fue editada por Siruela-, y una breve semblanza.

Pesadilla condicional

La condición de su pesadilla residía en la imposibilidad de despertar en el tiempo. Soñaba siempre con un vecino. Y en ese vecino estaba cifrada su muerte: un corazón extraido del tiempo. ¿Qué otro fenómeno más sobrenatural que la vecindad? Verificaba en la vecindad no la continuidad, sino la simultaneidad. La posibilidad de que el tiempo, y por ende el amor y la mortalidad, fracasaran en el espacio.

Estatua

Cada día más le parece que escribir es saltar de una nervadura a otra nervadura más angosta. En algún momento la nervadura va a ser tan imperceptible que ya nadie podrá leerla. La escritura será pura astilla y lo que hasta entonces era pocilga de la lengua se transformará en cristalería sintáctica.

Domesticación

Un animal doméstico: todo el peso devenido de un disfraz. ¿Puede alguien sobrevivir a la sensación de que otro humano mira desde los ojos escindidos del animal? Sí, pero sólo la alergia podría salvarlo: interrumpir ese "desde" antes de ser criado de esa mirada.

Después de un gato negro

La muerte de un gato negro. Este es el hecho que atormenta a un hombre durante toda su vida. La muerte de un gato negro en sus narices. Llegado cierto momento, empieza a recoger de la calle no animales si no humanos moribundos. Niños, ancianas, mendigos. En un hospital de curas doméstico, montado en la cochera, los alienta, los trata, sí, pero les transfiere una siniestra marca personal para privarlos por siempre de su propia particularidad.

lunes, enero 03, 2005

Una húngara

Es sabido: el húngaro Bela Tarr, junto al ruso Alexander Sokurov, el portugués Pedro Costa y el alemán Alexander Kluge, figura entre los cineastas contemporáneos más brillantes y provocadores. Acá, una entrevista al enigmático director que alguna vez estuvo perdido en Buenos Aires, en el esperpéntico shopping Abasto, y que fue agasajado periódicamente por una de las cinéfilas confesas más sagaces de nuestro tiempo: Susan Sontag. También, un ensayo de Jonhatan Rosenbaum sobre su filmografí­a.

Oriente transfigurado

Conceptualista, precursor del minimalismo y la música concreta, La Monte Young sigue vivo en New York y trabaja en su laboratorio. Tonalidades fijas y perfectas, tiempos extendidos, experimentación extrema con los timbres, lo convierten en el primer animista sonoro occidental. Su música estática, espesa, despliega un paisaje tan natural como infernal en el que millones de chisporroteos, emparejados por el pulso sagrado de un solo hombre, trazan la frontera visual de la música contemporánea.

Por más, click aquí.

Además, una entrevista.

Culinaria experimental

David Tudor, discí­pulo y cómplice infatigable de John Cage, no sólo fue un genio de la música experimental. Fue un gran viajero, y fruto de sus peripecias por Asia, se convirtió en un especialista en currys y hongos de toda clase. Esbozó su propio libro de recetas. Aquí sus manuscritos culinarios

Carne de cañón

Exponente aparatoso de la actual literatura argentina junto a Antonio Dal Masetto y Juan Forn, Guillermo Saccomano cosecha, cosecha cada año pero no siembra elogios. Su última novela es pasto tierno para las fieras de la crítica.

El libro inesperado

Suelen escucharse nostálgicas quejas cuando se habla de traducción en la Argentina. "White Chapel, trazos rojos" una novela traducida y editada acá, ha pasado desapercibida para suplementos que, en un mismo fin de semana, rellenaron tapas o interiores con entrevistas al más prestigioso indigente literario de la lengua italiana.

Iain Sinclar es uno de los escritores ingleses más prodigiosos y desconcertantes. Por momentos satí­rico, por momentos gótico, Sinclair desvanece las fronteras entre el presente y el pasado, descifra el Londres alucinado de Dr. Jekill and Mr. Hyde, y como si escribir consistiera en fugar el sentido y reponer fantasmas temporales, teje y desteje la ficción en torno a tres personajes heridos por las ataduras de una lengua bastarda: una lengua muerta. Heredero de De Quincey, de Stevenson, del primer Beckett y de los primeros policiales ingleses, Iain Sinclair parece un visionario decadentista, abstrae atmósferas únicas detrás de una lengua y una sitaxis irreverente. Si la justicia literaria existiera, figurarí­a junto a Thomas Pynchon. Acá, dos fragmentos.

Descubrimiento en Borneo

Cristino ha escrito:
"Los enanos son de la isla de Flores, antigua isla de posesión portuguesa, en la indonesia antes de la posesión holandesa por medio de la Compañía de las Indias Orientales...El homo floreciensis es de ahí, son los primeros homínidos que se enanizan, nunca antes se había podido probar que los sapiens fueran como cualquier hijo de vecino de la naturaleza y que en circunstancias especiales de aislamiento y/o alimentación pudieran involucionar hacia el enanismo. Son los hobbit de la arqueología."

Escribir, por Ingmar Bergman

"De pronto descubrí que estaba esperando un niño otra vez. Igual que Sara en la Biblia, yo estaba, para mi sorpresa, embarazado a una edad avanzada. Al principio eso me hizo sentir bastante enfermo, pero luego resultó a la vez divertido y sorprendente sentir el deseo de regresar. Lo cierto es que el deseo volvió y reservé tres meses para mi nuevo embarazo, para concentrarme en escribir."