lunes, enero 31, 2005
El infierno *
sábado, enero 29, 2005
Miércoles de ceniza
Imagen nocturna
viernes, enero 28, 2005
Addenda
Sin duda la librería ha cambiado de dueño y ha altarerado el criterio de valoración: las ediciones más viejas valen siempre dos pesos, las más recientes -Grandes novelistas de EMECE, libros de autoayuda, cuadernillos de biología- cinco o diez pesos. Un poco abochornado, armo un combo de libros de dos pesos. La religiosa de Diderot, El hijo maldito de Balzac, Orlando de Woolf traducido por Borges, y la edición de los cuentos completos de Piñera por Sudamericana -El que vino a salvarme- con prólogo de Bianco. Durante años rastreé este libro; en un anticuario me lo quisieron cobrar noventa pesos -ahí sí conocían a Aira, tenían Los fantasmas, a un precio también disparatado-.
Me retiro de la librería sigiloso, como si después de mucho tiempo hubiera dado un buen golpe.
miércoles, enero 26, 2005
martes, enero 25, 2005
Cuando la luz argentina...
lunes, enero 24, 2005
Anarquismo ilustrado
domingo, enero 23, 2005
¡Raro e inclasificable!
Madre y mujer plagiada
De mi mayor consideración:
Desde Pringles, atrincherada en un ciber café, sigo con atención blogs tan disímiles como el de Piro, Link, y desde hace poco el suyo, que me parece desparejo y arbitrario -percibo en usted cierta languidez incurable-. Mi preferido es el de linkillo, donde se han ventilado hechos que felizmente me involucran, me sacan del tedioso anonimato de pueblo y me devuelven la preciada voz. Considero que Daniel, a diferencia de usted -mi César lo ha definido en privado como barato conejo de peluche que se hace pasar por perro-, además de inteligencia posee una extraña cualidad: la de no de ser afectado ni pedante, y no empatanarse en los oropeles del "estilo".
Creo que tras esta observación, tengo anuencia para precisar la injusticia que se ha abatido sobre mí, y clausurar así el mayor malentendido de la historia literaria nacional. En mi reciente autobiografía, a cuya presentación en Pringles apenas acudieron mis alumnos de taller, mi amigo Tomás Abraham y mi fiel Arturo, referí paso a paso mi triste destino de madre y mujer plagiada. Naturalmente, intereses oscuros impidieron que el libro trascendiera. El manuscrito que finalmente me decidí a firmar fue rechazado por todas las casas editoriales -estimo que por influencia de mi hijo- y debí resignarme a una edición de autor. Hasta hace poco yo sólo deseaba alimentar con mi genio la celebridad de César. Al considerar el tamaño de su ingratitud filial, he decidido emprender una campaña para reivindicar mis derechos intelectuales. Esta carta sólo es el primer paso.
Desde ya muy atentamente y hasta una próxima aparición,
la madre de Aira.
viernes, enero 21, 2005
Padres sin hijos
Decapante
En el fondo en la explotación capitalista hay un goce correspondido. Las mismas razones que hacen posible un amo exitoso, hacen real un sirviente satisfecho. La genealogía engañosa del liberalismo podría reducirse a eso: cómo anular, según la época, la autoconciencia del trabajador -a esta altura autoconcia del trabajador suena tan paradójico como anaocrónico- e inventar y -en esa misma operación cancelar- las condiciones magras de su satisfacción. Las baratijas televisivas, el fraude de la institución familiar burguesa, ponen al alcance de la mano el alivio de estar alienado "en (la) apariencia" y no apostar el costo subjetivo de una existencia. Lo llamativo es que, a esta altura de la historia, las mismas baratijas crean, en el campo de las pasiones, el mismo tipo de renuncia subjetiva -la renuncia a la apuesta, el constreñimiento general depositado en el ahorro, en pos de una inverificable identidad colectiva- en la clase media, en la baja y en la alta.
lunes, enero 17, 2005
Más Heriberto Yepes
domingo, enero 16, 2005
Harry el sucio
El iluminista infraganti
Heriberto Yepes
sábado, enero 15, 2005
Extranjería
jueves, enero 13, 2005
Apariciones
Rosita está sentada en el centro del patio; alrededor, los bártulos de la mudanza. A ella la hace extrañamente feliz que yo sea el próximo habitante de la casa; no parece importarle dejar el lugar en el que vivió treinta años, la mitad de su vida. Del cuchitril de arriba baja alguien que estaba durmiendo la siesta. Una figura joven... Para pedir presupuestos en lo que ya anticipo como una demencial lucha con plomeros, gasistas y electricistas, visité varias veces la casa y siempre, en algún ambiente, aparecían jóvenes dormitando. Son mis amigos, respondía Rosita cuando le preguntaba si alguno era su hijo.
Esta vez la aparición supera mis expectativas. Al principio la veo de espaldas y detecto su salpicada perfección lumbar, la suavidad de la postura, la manera de moverse como si se deslizara en relación a otro cuerpo. Cuando ella gira, encuentro lo que preveía: la cara de una bailarina. Su expresión desafía. Sonríe, como si supiera... No tiene la higiene expresiva de las bailarinas clásicas; ha llevado una vida agitada; las pasiones paralelas la transportaron a la danza contemporánea, al teatro de la metamorfosis y las marcas. Ha amado, ha sido amada más de la cuenta. Quizás de niña cuando empezó con las clases en un estudio de Boedo, no previó -por suerte- lo que le deparaba un cuerpo que combinó una belleza tan particular -llamativamente, no tiene esa apostura artificial que sí se percibe en muchas bailarinas profesionales- con la decisión femenina de entregarse a todo aquel que sepa descrifrar su tesoro.
Busco palabras. ¿Cómo dirigirse a una mujer que podría ser un fantasma? Ella mira, sabe y sonríe por encima de mi indecisión hasta que enciende un tuca, pita y se la pasa a Rosita, que hace lo mismo. Vos si que sabes vivir, Rosita. Yo miro el techo del patio, hay que sacar el toldo de chapa lo antes posible, y enseguida pienso, en cuanto llegue el primer plomero, ella se va. Entonces digo Vos sos bailarina. Ella, como si hubiera sentido acariciado su tesoro, descarga una sonrisa serena: hoyuelos, labios carnosos, dentadura pálida y equilibrada... Y vos sos músico, responde. Bueno, no tanto, repongo, y enseguida pienso que, considerando mi incapacidad para hacerme pasar por escritor hasta en los papeles de migración, debiera haber contestado que sí, además cuando estoy solo todavía toco el bajo. Pero alguien que improvisa solo no es un músico, es un escritor tratando de hacer música. Ella parece desorientada por haber errado en la predicción. Suena el timbre, los plomeros siempre llegan tarde, pero justo hoy... Nos levantamos, Rosita sale a abrir. Ya me voy, dice ella, y dirigiéndome otra vez los ojos vivaces y la sonrisa sobrenatural, me abraza, por un instante me trasmite todo el peso de su cuerpo -un cuerpo que pesa en relación a un cuerpo paralelo, el que baila y se apasiona-, y me dice al oído: te llamo para que vengas a verme a una exhibición. Desaparece rápido por el pasillo, detrás del plomero y Rosita que ya vienen. ¿A dónde va a llamarme? Te dormiste mal, Oli. Pero enseguida noto que en un par de días esa casa con su juventud encerrada y su pasado va a ser mía...
Al final del día, después de haber parloteado con plomeros, gasistas y electricistas, me siento en el mismo lugar del patio. Le pregunto a Rosita por qué siempre hay tantos jóvenes en su casa. Me gustan los jóvenes, para no estar sola, ellos viven acá. Saben que pueden quedarse. La chica de hoy hace un tiempo vivió acá. Todos me visitan, se quedan, se van, vuelven. No me gusta estar sola con fantasmas. La conversación se extiende, hay confianza y doy rienda al hábito de extraer anécdotas que al final nunca uso en mis novelitas. Me entero de que su hijo, de chico, fue una especie de barón rampante que vivía en las terrazas de la manzana. Hace unos años murió y todos los que de una u otra manera lo conocieron, pasaron etapas de su vida en la casa de Rosita. En esa casa ella perdió temprano a su madre, a su esposo y a su hijo. Durante los últimos años vivió rodeada de jóvenes que aparecían. Terminó su duelo y ahora ha decidido sellar fantasmas y no demorar el olvido. El nuevo habitante heredará un tesoro.
martes, enero 11, 2005
Bambis
lunes, enero 10, 2005
Maníes
intima
miniaturas de hielo
*
En ese árbol
bebía llana
otra muerte
*
De la página
el oído rebana
astas de luz
*
El collar de Goya
sujeta lo oído
por Van Gogh
*
Limpia su raíz
el verdugo
en lo hondo del cuchillo
*
Con su silencio
un orate
te vuelve testigo
domingo, enero 09, 2005
Quinta
Deducir en qué circunstancia fue escrito éste sueño es, una vez más, inútil. Esto piensa Rivas ante una carta cuyo destinatario podría ser cualquier hombre, y cuyo remitente es alguien que se apoda H.H. Es la quinta carta que le llega en las últimas dos semanas de su mes de vacaciones. En todas, H.H detalla un sueño, pero omite siempre la posibilidad de un destinatario. Rivas ha leído cada carta varias veces y ha sentido que era gradualmente sometido a una espía en la que no podía elegir ni predeterminar objetos afines.
Esta vez, como si las palabras hubieran dado en su blanco oculto, percibe que algo emergente del sueño lo ha lastimado. ¿Por qué no preguntarse por el remitente, ahora, en la quinta carta? Probablemente se trate de un malentendido. El típico malentendido que solventan los orates profesionales: gracias a la beneficencia de un pariente, pueden permitirse atormentar a un desconocido. No cualquiera decidiría conservar al remitente en el anonimato de la doble H. Muchos preferirían, más por vanidad que por curiosidad, mortificarse durante un par de días imaginando al progenitor de esas líneas; incluso especularían con la posibilidad de responder o rastrear la dirección apuntada en el dorso de la carta. De cualquier manera a un solitario como Rivas, que en el mes de vacaciones planeaba acopiar coraje y suicidarse, éste ciclo de repeticiones lo mantendrá vivo un año más.
sábado, enero 08, 2005
Ruido, divino tesoro
viernes, enero 07, 2005
Breviario
Una utopía: llegar a la madurez literaria. Tocar el doble fondo de la ironía. Una ironía positiva para afinar sobre el cuello del lector la hoja del perdón.
Sin obviedad, la calidad de un diario, apócrifo o sincero, se echa a perder. La obviedad es su respiración. Si no, el tono confesional o el epigrama abúlico asfixian.
Los diarios se escriben sin que uno los escriba. Un día están ahí, como efectos de la nada, irresistibles efectos personales. Son instantes : en la ansiada precisión, el otro muere arrinconado entre palabras, y uno sobrevive.
De pronto, su propio padre lo sorprende: hereda de él algo insospechado. Algo que lo aleja bruscamente de la persona que siempre creyó haber sido.
Ella, cada vez más atractiva, sólo tiene la ilusión de que vive para la literatura. Pero no escribe. Teme salvarse. Es que si se salva, ¿podrá seguir siendo esa mujer?
jueves, enero 06, 2005
Balanceo
miércoles, enero 05, 2005
César, Taylor, Cecil y Aira
martes, enero 04, 2005
Literatura iraní
Admirado por el surrealismo, Sadeq Hedayat escribió siempre en farsi, y además de "La lechuza ciega" publicó volumenes de relatos y numerosos estudios sobre costumbres y supersticiones persas. Cursó estudios en Francia y volvió a su país, a militar en el partido independentista Tudeh. Decepcionado por los resultados de su militancia y por la inadecuación entre su literatura y el gusto imperante en el Irán de los años cuarenta, regresó a Paris, donde se suicidó a los cuarenta y ocho años.
Pesadilla condicional
Estatua
Domesticación
Después de un gato negro
lunes, enero 03, 2005
Una húngara
Oriente transfigurado
Por más, click aquí.
Además, una entrevista.
Culinaria experimental
Carne de cañón
El libro inesperado
Iain Sinclar es uno de los escritores ingleses más prodigiosos y desconcertantes. Por momentos satírico, por momentos gótico, Sinclair desvanece las fronteras entre el presente y el pasado, descifra el Londres alucinado de Dr. Jekill and Mr. Hyde, y como si escribir consistiera en fugar el sentido y reponer fantasmas temporales, teje y desteje la ficción en torno a tres personajes heridos por las ataduras de una lengua bastarda: una lengua muerta. Heredero de De Quincey, de Stevenson, del primer Beckett y de los primeros policiales ingleses, Iain Sinclair parece un visionario decadentista, abstrae atmósferas únicas detrás de una lengua y una sitaxis irreverente. Si la justicia literaria existiera, figuraría junto a Thomas Pynchon. Acá, dos fragmentos.