El director, Gustavo Ferreyra, Losada, Buenos Aires, 419 pgs.
Si se determinara la calidad de un novelista por la ambición de articular en sucesivos libros un universo sin fisuras, Gustavo Ferreyra podría ser considerado por excelencia el narrador argentino contemporáneo que más lejos ha llevado tal tentativa. Desde su primera novela, El amparo (1994), ha construido una suma narrativa que tiene rasgos de la novela decimonónica y a la vez recupera, gracias a un repertorio de personajes ligados por pintorescas obsesiones y raptos de paranoia, atmósferas de la mejor novela psicológica moderna.
En Vértice, la novela anterior del autor, tres historias rotaban en el espacio hasta confluir en un punto de fuga. En El director Ferreyra retoma una de estas tres historias y la amplifica, pero trabajando la fragmentación temporal de la anécdota y privilegiando el montaje narrativo: el vértice ahora es la conciencia atormentada del protagonista, el director de un colegio primario. El autor intercala con total libertad monólogos interiores fechados en distintas épocas: desde la década del sesenta, pasando por la última dictadura militar, el mundial del ochenta y seis, la década del noventa, los cacerolazos del dos mil uno, hasta llegar al año dos mil nueve. Al igual que cualquier relato lindante con el diario íntimo, el monólogo acá es, por un lado, un salto cualitativo hacia el olvido, y por el otro un ejercicio de afinación literaria que ofrece, tangencialmente, una panorámica de los últimos cuarenta años de política en la Argentina.
Más que disputarse con el lector la memoria del relato, Ferreyra propone una forma de amnesia narrativa en la que causas y efectos se funden en un tono uniforme. La espiral de monólogos -en la que incluso el futuro y el pasado tienen voz propia- contienen tópicos de toda clase: la experiencia pedagógica del protagonista, su divorcio, el fracaso de sus aventuras amorosas posteriores, su cáncer y la inesperada cura, la vida al lado de su madre tras el divorcio. Sin embargo el eje del libro descansa en los fragmentos de una novela que el director ha escrito a hurtadillas tras su separación.
A medida que la narración rota de forma impredecible, esta segunda historia se transforma en el corazón del libro. Se trata de la trascripción parcial de la novela incestuosa que el director escribió y creyó perdida durante años. En el juego magistral de disuasiones que recorre El director, el recurso de la novela dentro la novela está tan logrado que incluye al lector y al protagonista devenido escritor en el mismo círculo enrarecido de felicidad. Así, Gustavo Ferreyra se afirma como uno de los pocos escritores argentinos que en cada nuevo libro mueve piezas, amplía un proyecto de alcances insospechados y desafía la naturaleza entera del realismo.
(Perfil, Suplemento Oh!)
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