Querido lector:
Es de noche en
Corea. Nieva. Fantaseo con un viaje. Trazo rutas y calculo presupuestos en mi
cuadernito. Me digo: tengo que hacer algo con este pequeño exilio, con la
memoria aquilatada por exilios previos. Y tengo un plan. La memoria de mis
exilios está relacionada con los trenes. En ese lugar ambiguo, de extroversión e
introversión simultánea, los humanos, mientras disminuyen en el paisaje
exterior, parecen reproducirse en el interior de los compartimentos hasta
volverse parientes transitorios.
Podríamos situar el
origen del hombre en un tren. Podríamos decir que no hay mejor lugar para
escribir y leer que un tren. Es el lugar del olvido. La lectura y la escritura
en un tren son dobles, suceden en el
presente y en el pasado. Llevé muchos diarios en trenes, en tren fui joven y,
aunque suene romántico, en la ruta de tren más larga del mundo planeo sellar mi
juventud.
No tengo recuerdos
especiales de los trenes europeos. Pero de los trenes indios –especialmente del
que une Madras con Varanasi, el Ganga Kaveri Express-, guardo muchas anotaciones.
Luego, de algunos otros, como del que hace la ruta Chiang Mai- Bangkok o
Tanger-Fez-Marraquesh, retengo imágenes y anécdotas dispersas que podría
referirte. Una de las cosas que lamento de México es que tenga tan pocos trenes
y que mi memoria esté ligada a la promiscuidad esperpéntica de los autobuses.
Para hacer unas
memorias de viajes en tren, además de un último viaje, necesito un confidente. Ningún
acto me resulta tan natural como mirar por la ventana en movimiento. Voy a
volver a abordar de nuevo la yegua del viajero moderno e ir del futuro al
pasado en estas memorias. Primero voy a
marchar en un tren bala hacia el sur de la península –Busan-. Luego en ferry a
Japón. Desde el puerto de Fukuoka, voy a tomar un tren hacia Hiroshima,
Nagasaki, Osaka, Kyoto, Tokio y Fushiki. Probablemente de Fushiki cruce en
Ferry a Vladivostok y ahí aborde el Transiberiano y el Transmongoliano.
No creo que nadie,
además de sentir un amor ciego por los trenes, vaya a hacer un libro más
completo de memorias locomotivas en Asia. Un libro de esta clase podría
articularse en tres niveles: el del ensayo –el tren como espacio o refugio del
extranjero-, el de la memoria –recuerdos de otros trenes y experiencias en
pueblos perdidos y ciudades invisibles- y el del diario –donde están
apuntaladas mis lecturas en los trenes y las impresiones más frescas-. Esta
carta podría encuadrarse en el tercer nivel.
Espero que me comentes
con crudeza qué te parece todo esto. Para escribir es indispensable tener a priori detractores fieles. Lo más
probable es que este libro una vez terminado no resulte atractivo en ninguna editorial,
o que el perfil fantasmagórico del autor genere dudas entre editores: es uno el
que escribe y otro el que publica. De manera que tengo muchas ganas de hacer
esto sólo para mí y transmitirlo de forma epistolar. Todo este asunto esconde
la necesidad de “volver a escribir con la libertad de un condenado a muerte”
(Levrero), desarrollar una escritura fugitiva y ensayística que siempre pospuse
por las labores de reseñador que me atosigaron estos últimos años. Sin pensar
en un solo lector, tal vez ni siquiera necesite tomar un tren y pueda describir
las arterias de Japón y esa zanja infinita que es el transiberiano, quieto
frente a una ventana en Buenos Aires.
- Publicado en Cultura Perfil el 26/01/2014
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