sábado, diciembre 31, 2005

Imágenes que hablan a altas horas...

Después de escribir un rato, descanso en la escalera del patio y miro el cielo. De pronto, a través las celosías entreabiertas, veo los ambientes, y el tiempo se detiene: desde lo techos altos la rotación de los ventiladores ilumina el espacio.

miércoles, diciembre 28, 2005

En la vía

En general las navidades pulverizan los riesgos de la fascinación. Uno desaparece, se hunde en sí antes de que lo extraño mimetice y ausente las figuras en la claridad de una forma o de un estilo. Pero la última navidad no fue, felizmente. Fue un día más y tanto el paisaje como Alguien impusieron una marca de estilo por sobre el peso de las figuras y de las concentraciones absurdas de sentido. Al amanecer, de regreso, él percibe en las vías del tren pliegues de una memoria extraña: restos de otra ciudad en el centro de Buenos Aires, restos de otro hombre en el ojo propio. Los colores son excedentes del mundo, y las zonas laterales reservas, disimulados cementerios que ciernen su dominio en susurros mientras el tren no pasa. Él supone que por ese infinito cerrado cursan los recuerdos. Sabe que las fases del paisaje se acentúan por la presencia de Alguien que lo acompaña. Está seguro de que podrían quedarse ahí y el tren no pasaría nunca. Aunque la ciudad al amanecer siempre es espacio nutrido para un ojo anónimo, él intuye que caminando a solas la ciudad sería fragmentación de situaciones temporales -pasarían trenes- y no, como en ese momento, un absoluto atemporal: una ruina cronológica que afirma la escritura dispersa de lo eterno -de una imagen femenina y de ese negativo que retrata el estilo de un cuerpo fuera del cuerpo- donde avanza la fascinación. Mirar, como escribir poesía, es someter la lengua a las causas del brillo y solucionar su defecto retirando del tiempo astillas, objetos y escenas.

lunes, diciembre 26, 2005

La vía de la fascinación

"Alguien está fascinado, puede decirse que no percibe ningún objeto real, ninguna figura real, porque lo que ve no pertenece al mundo de la realidad sino al medio indeterminado de la fascinación. Medio, por así decirlo, absoluto. La distancia no está allí excluida sino que es exorbitante, es la profundidad ilimitada que está detrás de la imagen, profundidad no viviente, no manejable, absolutamente presente aunque no dada, donde se abisman los objetos cuando se alejan de su sentido, cuando se hunden en su imagen. Ese medio de la fascinación, donde lo que se ve se apodera de la vista y la hace interminable, donde la mirada se inmoviliza en luz, donde la luz es el resplandor absoluto de un ojo que no se ve, y que, sin embargo, no deja de ver porque es nuestra propia mirada en espejo, ese medio es por excelencia atrayente, fascinante: luz que también es el abismo, luz horrorosa y atractiva en la que nos abismamos.
Alguien está fascinado, y hablando con exactitud, no ve eso que ve, pero eso lo toca en una proximidad inmediata, se apodera de él y lo acapara, aunque lo deje absolutamente a distancia. La fascinación está profundamente ligada a la presencia neutra, impersonal, el Uno indeterminado, el inmenso Alguien sin rostro. Es la relación que mantiene la mirada -relación neutra e impersonal- con la profundidad sin mirada y sin contorno, la ausencia que se ve porque ciega."

Maurice Blanchot (El espacio literario, Paidos, Barcelona,1992)

jueves, diciembre 22, 2005

Olivia

En el año dos mil dos, recorriendo el norte de Argentina, me encuentro en un bar de la Ciudad de Salta con Leopoldo "Teuco" Castilla. Está con alguien, no recuerdo quién, los vasos de whisky están muy llenos y cuando le cuento que voy hacia Iruya, me recomienda olvidarme de Salta, de Jujuy, de la Argentina. El paisaje real, me dice, está más allá de la frontera. Claro, siempre es así, le contesto. Pero él no está poetizando; me recomienda cruzar a Bolivia, no me voy a arrepentir; me apuesta una botella de JB: habiendo recorrido la mitad del mundo jamás percibió pueblos y tierras y músicas tan auténticas como las del altiplano boliviano. Teuco, hijo de Manuel Castilla, sabe más por viejo que por diablo, recorrió la India, varios países del África negra, el sudeste asiático, Indonesia, se radicó en España y volvió, y todavía sigue siendo uno de los salteños más inconmovibles que conocí en mi vida: uno de los poetas que todavía no han sido valorados en relación a su calidad, y una de esas personas tan involuntariamente misteriosas que, de algún modo, llegan a intimidar como un padre extraño que vuelve después de años.
El viaje por Bolivia, el carnaval de Oruro, las travesías por el salar de Uyuni y los oasis colorados a cinco mil metros de altura, la retahíla de mochileros drogones que alucinaban en el altiplano parajes del Tíbet, deletrearon la sintaxis de lo que en la vida de un joven significa "lo inolvidable". Como en la mayor parte de Bolivia -exceptuando Santa Cruz- no se hablaba castellano sino Quechua o Aymará, según uno se desplazara de oeste a este, y mantenían sus vestimentas tradicionales. Recuerdo que en Potosí, otro lugar memorable, un concejal del MAS me aseguró que tarde o temprano Evo Morales llegaría al poder. Si ningún dirigente indígena hasta ahora había accedido a la presidencia -aún cuando el partido comunista hubiera gobernado esporádicamente, entre interminables revoluciones y golpes de estado-, se debía por un lado a fraudes institucionalizados, y por otro a que muchísimos indígenas -el noventa por ciento de la población- no estaban documentados. Bastaba una lenta campaña de documentación -que está en marcha pero sigue incompleta- para que ese noventa por ciento le encontrara solución a una historia de sobreexplotación de recursos naturales y humanos, fraudes y corrupción por parte de sucesivos gobiernos que, elegidos por minorías, atendían intereses administrativos de grandes transnacionales. El momento de la representación llegó y la Historia, con su mal decir, dirá si Evo Morales fue la figura tardía que Bolivia necesitó en el siglo XX, o si simplemente devino, al igual que Toledo en Perú o Lucio Gutiérrez en Ecuador, dirigente político transformista que, como indicaría la inmanencia capitalista, escenifica la ezquizofrenia de la sociedad mediática.

miércoles, diciembre 21, 2005

Dos poemas de Leopoldo Castilla

   Círculo

   A José Antonio Gabriel y Galán

Concibieron el círculo radiante, su forma
pariendo desde un centro
y en realidad
fue lo exterior, el universo, esa sillla,
un caballo
todo lo externo modulado
para finalizar esa esfera

           tu ojo no emite
           atrae

ese niño con un balón entre las manos
juega
con el último punto de la materia
con el fin del mundo.



    Con los pies en la tierra

       A Mario Trejo

Hay un instante
en que la mesa vuelve en sí
en que el árbol se reúne
y es de nuevo
ramas, hojas y un pájaro lógico

todo recompone la escena
los límites
que hagan verosímil a ese hombre mirando la siesta

él
considera que realmente ha aparecido
que tiene tiempo
y para sobre la sombra del árbol
cree que toca tierra

           dentro de un orden
           el conocimiento
           es eternidad que se pudre

pero el azar absuelve:
el pájaro ya no sostiene
el árbol
torcido por el cielo

III

No hay rosas sin espinas. Al sensato análisis de Quintín en torno a la asepsia que producen ciertas pedagogías literarias para las que la escritura a secas, con su defectuosa potencia -¿no es esa la condición de toda literatura: la vociferación de un defecto perfectible?- resulta un indeseado efecto colateral, se suma esta otra reseña, atendible y debatible, que ignoro de cuando data, cuyo link hace unos días me hizo llegar una lectora del blog (gracias Mariana).

domingo, diciembre 18, 2005

Intuiciones...

Con toda intención, Charlie Feiling, Sudamericana, 288 páginas.

Sin duda C.E. Feiling perteneció a esa casta rara de escritores que reciclan en la lectura prácticas genuinas de la escritura y no estilos bienintencionados. A tono con esta proposición, escribió tres novelas reformulando géneros considerados menores: El agua electrizada -policial-, Un poeta nacional -aventuras-, El mal menor -terror-. Dejó inconclusa una cuarta novela, de corte fantástico, La tierra esmeralda. Por eso, de entrada, no debe sorprender que haya dedicado notas a Stephen King, a P.D. James, a Anthony Burguess, y a la vez haya escrito efusivamente sobre Pepe Bianco, Miguel Briante, Sergio Chejfec, y en un texto que quizás sea el más penetrante de la presente recopilación -junto a sus reflexiones sobre el fantasy-, haya desempolvado la figura de Leopoldo Lugones a través de los capriccios de Borges.
Los artículos de Con toda intención aparecieron entre 1988 y 1997 en distintos medios, y para ésta edición estuvieron al cuidado de Gabriela Esquivada y Alfredo Grieco y Bavio. Feiling se dedicó a la docencia en distintas universidades y en 1990 abandonó la vida académica para consagrarse de lleno a la literatura y al periodismo cultural. Hizo del periodismo un oficio obsesivo y elegante para aprehender las rémoras de la izquierda y las imposturas de la derecha, y sobre todo para pensar la literatura por fuera de las necesidades políticas de la intelligenzia argentina de la época. En su modo de enfocar la literatura soslayando el prestigio de los discursos críticos en boga, eligió discurrir, como Roberto Bolaño, en intuiciones personales y reponer, en una tradición borgeana, un pensamiento intransigente sobre la cultura y la política. Así, con una libertad que pocos se toman a la hora de comentar libros, pudo dirigir una certera crítica ideológica al mesianismo literario de Osvaldo Soriano, o entrar en un verdadero debate de ideas a propósito de un libro de Emeterio Cerro.
En un artículo sobre el crítico literario inglés Frank Kermonde, casi hablando de una postura propia caracterizada por la amabilidad y por el sofisma erudito, escribe: "Kermonde teme que, si el estudio de la literatura en el ámbito académico sigue especializándose y adoptando una jerga que imita vanamente a la de las ciencias, se perderá todo vínculo con el público". Esa preocupación por no perder el vínculo con el público y por apartarse de "la industria de la teoría literaria" es su sello de agua. No faltan pasajes en los que Feiling, al borde de la teoría, opta por un desvío y amolda su prosa a formas coloquiales y humorísticas. Hay crónicas hilarantes, como la que describe un show de David Copperfield en Buenos Aires, o crónicas emocionadas, como esa que refiere en tono de aguafuerte la primera marcha por la muerte de José Luis Cabezas.
Su campo de análisis llegó la crítica de arte, donde su formación a veces lo alejó del motivo conceptual de algunas obras contemporáneas. En este apartado, tanto como en el dedicado a la poesía y al fantasy, puede encontrarse al Feiling más exasperado, el que abjura de la estética corporativa de las vanguardias y de "la jerga profesional", y el que propone un camino afinado en los sonidos del idioma y en la reformulación de los subgéneros literarios.
Uno de los escritos sobre estética, el dedicado al pintor Fernand Léger, finaliza de ésta manera: "No sólo lo que los pintores pintan importa; para entender sus cuadros es bueno averiguar qué piensan." El mismo axioma podría aplicarse a Feiling para comprender empatías -la anglomanía- y discordias -la academia- que a primera vista pueden resultar arbitrarias, y de paso precisar su lugar en la literatura argentina. Ajeno a las coyunturas y a los ascendientes de la historia, Feiling propone una estética sin conveniencias políticas o sociales. Un pensamiento pagano que funciona como el negativo de su obra, esto es, como condición para releer su narrativa y su libro de poemas Amor a Roma. Como todo escritor duradero, es un utopista: de ahí la audacia puesta al servicio del debate, y de ahí su lugar todavía en ciernes, bloqueado en buena medida por las teorías esotéricas de la inteligencia.
A tiempo, Con toda intención le da un marco a esa utopía individual. Cada artículo retrata no sólo a un lector sagaz que sabe destacar en la obra de otros elementos literarios propios, sino a un ateo iluminado que, en el malestar de los noventa, concibió una ética sin azar: esa que proviene de cruzar dos intenciones mayúsculas, la de transferir las pasiones de la lectura, y la de crear un idioma justo, un idioma para infieles.

* Perfil, Suplemento Cultura.

Los fondos

En el aire, El interpretador 21.
Grados de intimidad: grados de estilo y, por ende, estados privativos de la escritura que acompañan con mímica -marcas afásicas del escrito, depradación del sentido de adentro hacia afuera para que el soporte del diario sea la piel-, la banda sonora que en lo íntimo es la animación del pasado.

domingo, diciembre 11, 2005

Rodar y rodar

Por Sergio Julián Monreal (desde Morelia, México, en uno de esos mails colectivos que envía semalmente desde hace cinco años, cada fin de semana, con una artículo o un poema):

Like a rolling stone de Bob Dylan lleva cuatro décadas compitiendo por el título de mejor tema de rock de todos los tiempos. Y aunque semejantes discusiones no llegan a término jamás, no cabe duda que se trata de una canción convertida por derecho propio en importante patrimonio mítico del siglo XX en general, y en específico del espíritu contracultural surgido a la mitad de la pasada centuria.
A partir de los años sesenta, la adolescencia, con todos sus sobreentendidos (rebeldía, desafío, plena disponibilidad energética, amasijo que confunde la más pura inocencia infantil con las más azotadas zozobras existenciales de la edad adulta) pareció adquirir valor en sí misma. El fenómeno ha sido llevado a tal extremo que hoy en día, sin temor a exagerar, bien puede afirmarse que la sociedad de consumo y su salvaje punta de lanza (la publicidad) viven de enarbolar el ser joven como sinónimo automático de ser a secas.
Lo cierto es que, por entonces, la época misma se había vuelto adolescente. La justificada impresión de exilio y desamparo no era cosa de edad, sino sensible expresión de los tiempos. Y tal vez ninguna canción captura tan fielmente la orfandad de esa adolescencia post-bomba atómica (en la que de pronto la humanidad pareciera haberse quedado atrapada pese al fin de la Guerra Fría) como Like a rolling stone.
Resulta curioso, y a la vez inquietante, que los departamentos de publicidad de las grandes empresas vengan convirtiendo los referentes que esta pieza lleva implícitos en emblema de su neoliberal noción de lo cool. Asomémonos a los comerciales; miremos esas parejas de andróginos imberbes que viven en una buhardilla y usan pantalones raídos, pero pagan con Master Card; recordemos la obstinada demanda televisiva de "romper esquemas"; evoquemos el sermón technicolor donde Coca Cola se reivindica ya no refresco sino actitud ante el mundo, representante de los que (¡buena onda!) siempre ven el vaso medio lleno, y donde reduce a música de fondo, para su omnipotente logotipo, precisamente la canción de que estamos hablando.
Curioso e inquietante, decimos, porque si algo revela y hace encarnar Like a rolling stone es el tajante reverso del aliviane cool, tan light, tan soft, tan diet ("el placer al límite y sin complicaciones"). No se trata de una de esas tonadas para las que el mal viento sólo representa un inofensivo pretexto de la buena cara, y donde es casi imperativo esbozarle al término del arco iris un final feliz, así sea como esperanza, utopía o hipótesis. Like a rolling stone no condesciende en ningún resquicio de su horizonte al happy end. Al femenino espíritu que protagoniza su historia, los marginales personajes que la pueblan (los vagabundos, los cirqueros y el Napoleón harapiento) le están vedados incluso en tanto pintoresca decoración para que ejerza el turismo underground, pues tras la caída han dejado de ser excepción idealizada, tan poetizable como desdeñable, y representan la ineludible norma de su cotidianidad. Lo que está diciendo es que te hallas en el fango y no vas a poder ni salir ni apartar la vista, querida.
Dentro de la canción de Dylan, lo cool pertenece en todo caso al pasado; al tiempo en que, como si fuera un juego, de cara al abismo del desamparo cabían las risas, la indiferencia, el coqueteo y las burlas. En Like a rolling stone, y con ella en la médula misma del rock, la disyuntiva entre vasos medio vacíos y medio llenos se vuelve anodina ante la implacable evidencia de vasos, no digamos ya patentemente vacíos, sino irreparablemente rotos.
Hay una distancia infinita entre la demanda de encarar sin disimulos el desastre, lanzada por el maestro Zimmerman y sus músicos cuando hace cuarenta años grabaron esta obra maestra, y la actual invitación de "la chispa de la vida" para que, al domesticado ritmo de sus compases, procedamos a acomodarnos a ciegas y a gusto en medio las ruinas.

martes, diciembre 06, 2005

Estigmas

El pequeño cementerio de Camarones parece terminar en el mar. Es mediodía, lo recorro, inspecciono las lápidas. En casi todas hay un retrato en sepia del difunto, y un epitafio de la familia. Entre sombras, se desliza el sepulturero, podando el perímetro de arbustitos que delimita el camposanto. Las tijeras son antiguas, están oxidadas, se parecen a instrumentos quirúrgicos del año treinta. Espontáneamente, el hombre me saluda, empieza a hablar, pierde edad o en realidad descubre esa vejez etérea que tienen los hombres que han pasado mucho tiempo solos y en silencio. Él es la memoria de los vivos y de los muertos. Conoce la vida de cada uno, y como si encarna la voz de un Spoon River, me habla de quienes habitaron el pueblo, del oficial de correo que enloqueció, del niño ahogado que le habla en sueños a su madre, de la viuda que todas las tardes canta frente a su esposo, del intendente que se hizo construir un panteón lujoso con la fantasía de resucitar. Cuando habla de los vivos, parece referirse a ellos como a muertos del pasado que reencarnaron para que al pueblo no se lo lleve el viento. Todos, de una manera u otra, por lazos familiares, están ligados al territorio que custodia, y todos pasean los secretos de la tristeza bajo su mirada.

Salta de mil nueve noventa a mil ochocientos setenta, menciona a antiguos habitantes indígenas que gracias a una dieta de ñandú y avestruz llegaban a vivir ciento treinta años, hasta llegar Perón, "ese gran hombre que hizo tanto por la Patagonia". Los padres de Perón, entre mil novecientos diez y mil novecientos treinta vivieron en Camarones. Perón paso su infancia acá, ya que su padre era juez de paz, y volvió cada vez que pudo, en Ford T, mientras estudiaba en Buenos Aires. Durante su primera presidencia mandó a construir la titánica escuela desde la que ahora escribo. La casa del padre se transformó en un asilo para alcohólicos, y hace quince años misteriosamente se incendió. El sepulturero dice haber conocido a María Sosa, la madre de Perón, y la recuerda como una mujer paisana, descendiente de Tehuelches, y cuando le hago notar que quizás él, en mil novecientos treinta, no hubiera nacido o fuera muy chico, me contesta que, como buen hijo de inmigrantes, heredó la memoria de su padre galés y su madre rusa, y me guía hacia una lápida. En un daguerrotipo, una pequeña mujer en miriñaque que podría pasar por polaca, y un hombre pálido y con aspecto de campesino protestante, fruncen el ceño y desvían la mirada de ese olvido que ahora arranca un instante imperceptible de la historia.

lunes, diciembre 05, 2005

Camarones

Camarones es un idílico pueblo de pescadores a orillas del mar, en el sur de Chubut. Hay muchas cuestas y desde cualquier punto se tiene una perspectiva de un mar helado y azul. En el colegio del pueblo, donde ahora me encuentro -ya que tienen internet- me sorprende la cantidad de alumnos, todos revoltosos y minúsculos. Por lo menos doscientos, en un patio que debe ocupar media manzana. Aunque sabía en dónde me metía, no esperaba encontrar tantos niños, a ésta altura del año, y me siento un intruso y por ende un monstruo. Hace tiempo que no veo tantos niños juntos, correteando? Si no recuerdo mal, desde hace dieciséis años, cuando terminé la primaria. Juegan como locos en el patio, y da la impresión de que se multiplican mientras intento definir la cantidad, las caras, las edades. Se tiran por un tobogán, uno atrás de otro, sin accidentarse, y gritan, además de improvisar extraños juegos cuyas reglas, en caso de que existan y no sean una determinación del presente puro del juego, no consigo descifrar. Todos llevan sobre los guardapolvos abrigos que los tornan todavía más pequeños. La velocidad íntima del juego es un calco de la velocidad del viento, y una diversión tallada tan honestamente en cuatrocientos o quinientos cuerpitos produce en el que mira una certeza graciosa: la perfección de este mecanismo lúdico sólo puede corresponderse con el de una animación.

domingo, diciembre 04, 2005

Una excursión

En el camino, leo un libro pendiente, Una excursión a los indios ranqueles. Se me ocurre que es un texto ideal para ser leido como diario de lo impropio durante un viaje. Mansilla tiene momentos asombros, un amaneramiento que anticipa las vanguardias, una metafísica del extrañamiento que se ajusta a un idioma retorcido y apocalíptico. Como Hudson, es un extranjero naturalizado en las diagonales del paisaje. Tal es el comienzo del capítulo XIX:

Al día siguiente amaneció la atmósfera turbia y atornasolada.
Las ondulaciones del terreno arenoso, reverberando el sol, formaban caprichosos mirajes, los objetos cercanos se divisaban lejos creciendo sus proporciones.
Veíanse en lontananza grandes lagunas de superficie plateada y quieta; árboles colosales, que eran pequeños arbustos chamuscados por la quemazón; potros alzados que escarceaban y eran aves de rapiña, que aleteando alzaban el polvo sutil.

Pirámides

En Puerto Pirámides, donde quedé hace días varado, donde internet cuesta cinco pesos, donde los personajes pintorescos crecen perfectos y sanos porque se saben alimento de viajeros o de alguna memoria divina, la diversidad de monstruos marinos o la naturaleza a secas representa la metáfora de un deseo incompartible. Se ama la naturaleza porque se encuentra en ella un retorno abstracto, una geometría propia que no es especular sino una superación onírica. Un tajo del futuro. El mar de la Patagonia, tan imperfecto, eterniza. Como todo mar. Manifista la eternidad. Es el estado exacto del tiempo.