No hay rosas sin espinas. Al
sensato análisis de Quintín en torno a la asepsia que producen ciertas pedagogías literarias para las que la
escritura a secas, con su defectuosa potencia -¿no es esa la condición de toda literatura: la vociferación de un
defecto perfectible?-
resulta un indeseado efecto colateral, se suma
esta otra reseña, atendible y debatible, que ignoro de cuando data, cuyo link hace unos días me hizo llegar una lectora del blog (
gracias Mariana).
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