sábado, octubre 08, 2005

L´infant dans la colline

Si alguien preguntara cómo evitar el encierro perfecto, el artista respondería: mirar hacia atrás, descifrar lo que un niño carga en la ventaja de su inmortalidad. Tal vez sea este el único medio para escindir un nuevo futuro e infiltrar en el arte una nueva generación de imágenes. Ni la predeterminación del arte conceptual, ni las prescripciones de la figuración o de la abstracción, alcanzarían para tasar Enfant dans la colline en una definición.
Responder también es plantar un pie fuera de la abstracción. Asumir la carga de experiencias previas a la representación, plantear un ritmo, sembrar un cuerpo nuevo e inquietar con un lenguaje en el que reverbera la esencia primitiva:
una danza que es teatro de la vida. Para Bonamín se trata de recrear lo humano a través de la infancia, hacer funcionar una cosmogonía en el lugar de un esquema conceptual, y luego conferir a los personajes de su danza un destino: el de dinamitar el banquete de la madurez. Si se quiere, la respuesta de Bonamín es a la vez una contestación al hombre actual, devastado por la memoria ajena del consumo, como un desafío a los problemas sistematizados del arte contemporáneo.
Esa respuesta tiene su propio tono y determina su altura en una combinatoria mínima de elementos: barnices y carbonilla sobre tela cruda; calcos trabajados con parafina. Estos elementos, al potenciarse en el vacío, descubren los resultados de un arte paradójico. La línea es más que un trazo medular que sujeta el sentido de la obra. La blancura no invoca los beneficios del suprematismo: a la vez es síntesis del color e indicio de luz.
Los recursos, específicos y exiguos, contrastan con la intensidad ritual de los efectos. Existe un archivo de figuras del cual una subjetividad implícita extrae personajes informes, en evolución. Desde luego, hay tensión: la voluntad del artista y el anhelo del niño. Cuando la historia de estos dos deseos se superpone, la narración y el movimiento transforman el vacío en origen. En los términos plásticos de Bonamín, experimentación, memoria y movimiento son elementos primordiales para captar, reproducir y atravesar una subjetividad previa al lenguaje.
En definitiva,
Enfant dans colline exhibe temprano la ambición de toda una vida dedicada al arte: una genealogía propia. Primero una memoria que no es descriptiva y evoca, en un soporte etéreo como el calco, un tiempo anónimo. Luego recreaciones de figuras afásicas que espiamos desde el ojo sobrenatural de un Boeing. Más adelante, representaciones simultáneas de personajes que el artista-niño invoca para preparar las condiciones de la experimentación. Finalmente, en el políptico, la composición se acelera, la potencia del vacío cerca al artista, el tiempo de los personajes cava el espacio de la tela cruda y la línea pesa doblemente en los cuerpos superpuestos.
En la última figura, la mano da la vida y a la vez enseña una humanidad hasta entonces desapercibida entre nosotros, los espectadores.
(Texto escrito por el responsable de este blog para una exposición de Hugo Bonamín. Acá imágenes de la mentada exposición, realizada en Buenos Aires en 2004)

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