miércoles, diciembre 06, 2006

Ave Virgilio

"Tu no sabes quién eres", escucha Virgilio, mientras agoniza y confunde presente y pasado, en la obra maestra de Hermann Broch. A su manera, Ramiro Quintana confecciona un Virgilio solitario, que naufraga también en la angustia de la memoria, pero en un hotel de pueblo. Nada lo rodea, salvo el recuerdo fastuoso de una mujer, Irupé, a la que tarde o temprano deberá volver. Irupé es la medida de su anonimato, y a espaldas de ella el protagonista arriba a una zona desértica, a esa zona de actos ínfimos, pasividad y éxtasis solitario, en que la soledad tironea y compone a otro hombre. (Sigue en Nación Apache)


Publicada en Los Inrockuptibles diciembre.

viernes, noviembre 24, 2006

Primera persona

Por Juan Becerra

No hay historia argentina ni secretos revelados de praxis política; no es una operación revisionista ni un ensayo audiovisual sobre la arqueología del poder. Yo, presidente se hace singular por todo lo que le falta, y en ese ascetismo programático ofrece sus imágenes más memorables: las de la intimidad ordinaria de varios hombres de Estado en su momento de repliegue personal... (Sigue en Nación Apache)



* Publicado en Los inrockuptibles noviembre.

lunes, octubre 09, 2006

Homenaje

Comienza en la Biblioteca Nacional la semana de homenaje a Antonio Di Benedetto. Acá, las actividades.

martes, septiembre 19, 2006

Y bien, morimos *

Y bien, morimos.
Millones de años
para la muerte, para una dignidad
extraña, en cierto modo
ajena. Pero el tema es más ambicioso
que el pensamiento
y se pudre allí mismo.
Quizás hay un error
de pespectiva en todo esto;
especulaciones, sistemas,
estructuras mentales
y el terror debajo. Pero antes
hemos pedido vino
y marchitas
vimos caer las uvas. Morimos,
algo extraño,
pero siempre después.
Y sin embargo hay hombres,
hombres en todas partes,
sobre todo en la tierra.
Multitudes, máquinas,
cerebros secos al amanecer,
el viento, una rosa en la mesa
y café. Todo esto
consagrado a la luz; la muerte
no es natural.


Joaquín Giannuzzi

* de su primer libro, Nuestros días mortales (1958), incluido en Obra poética, Emecé, Buenos Aires, 2000 (atención: actualmente en saldo en la librería Dickens.)

viernes, septiembre 08, 2006

Jornada

Dediqué la tarde a ver estrenos de cine argentino. Decidí trasladarme hasta las salas del Gaumont. Cuatro mujeres descalzas y Sofocama, dos films bastante buenos -aunque lo más probable es que yo estuviera en un día receptivo para el cine-, en especial el primero, de Santiago Loza, sobre el que me propongo escribir algo para revivir este conejillo olvidado. Si el primer film de Loza, Extraño, resultaba un largometraje fallido, una suerte de ejercicio estirado en el que el tono melancólico se vadeaba hacia el patetismo y recaía en vistosos retruécanos de cámara y primeros planos sobredramatizados (planos que hablaban de un cine que en cada trazo dejaba estela de sus intenciones), en su segundo largo, como si hubiera excavado sobre el primero para corregir sobreentendidos, obtiene con los mismos vicios -o virtudes- un resultado opuesto: una película sólida y enigmática. Si en Extraño predominaba cierta dispersión dramática, cierto esoterismo que en vez de extrañar explicitaba una sed estética, en éste segundo la narración se ajusta a una anécdota desafiante para resolver esa misma sed: cuatro mujeres comunicadas por la angustia en espacios contiguos. El film termina retratando una cosmogonía que alterna intimidad femenina y escoria de paisajes urbanos.

Este modo de ceñirse a un universo, con completa conciencia y dominio estético, sin empantanarse en la particularidad de los actores -que en los primeros planos siempre representan el pasado y no el presente del personaje en cuestión-, hace de Cuatro mujeres... un film nítido, de universo sutil y complejo que justifica con creces un despliegue narrativo moroso. Además asombran diálogos que de tan naturales parecen delirantes y actuaciones logradas.

Ahora pienso que el salto cualitativo entre estos dos film quizás se deba a que en el último, aunque la historia también sea delgada, el guión esté elaborado exhaustivamente y ancle mejor ciertos detalles y recursos que el mismo cineasta manejaba pero quedaban desflecados en el montaje. Los tiempos y las viñetas teatrales de Fassbinder, y las atmósferas despojadas del Pedro Costa de No cuarto da vanda, ahora sí parecen subyacer en el estilo de Loza.

Mientras en el café del Gaumont hacía tiempo para la función de Sofacama, segundo film de Ulises Rosell, hojeé el suplemento espectáculos de Clarín y me topé con una reseña sobre la película que acababa de ver. El crítico de turno pensaba que Cuatro mujeres... no era un filme tan logrado como Extraño. Vaya tipo. Había escuchado al salir a tipicas señoras de matinée renegando del film porque no se entendía, pero ésta vez nada era tan divergente y extraño como la opinión de un calificado.

jueves, agosto 17, 2006

Ciclo

Editorial Norma y Libería Eterna Cadencia invitan a usted al ciclo:
Literatura y realidad: ¿de qué hablan las novelas hoy?

Dialogarán:
Miguel Vitagliano y Matías Serra Bradford
Jueves 17 de agosto a las 19

Carlos Gamerro y Oliverio Coelho
Jueves 31 de agosto a las 19.00

Librería Eterna Cadencia
Honduras 5582
Entrada libre y gratuita

miércoles, agosto 16, 2006

Wells

Hijo de una criada y de un jugador de críquet, con una salud frágil, azotado periódicamente por los coletazos de una tuberculosis que lo llevó a pesar, a los veinte años, apenas cuarenta kilos, H.G. Wells fue educado en un hogar humilde. Se desempeñó en distintos oficios hasta hacerse célebre, por accidente, tras la publicación de La máquina del tiempo, novela en folletín que escribió por encargo para el lanzamiento de una revista. Fue, por sobretodo, un hombre de formación científica, interesado en el socialismo, en la filosofía de Spencer y en Darwin. A diferencia de Dickens, con quien compartió más de una circunstancia biográfica, no tuvo un estilo virtuoso, ni el encanto de un storyteller inglés, ni la porosidad estética de su contemporáneo Oscar Wilde. Pero fue de algún modo el inventor de lo que hoy se conoce como ciencia ficción y de ahí su inscripción en la historia: más un precursor que un genio. Consumó en la literatura su anhelo cientificista, y la humanidad le debe gran parte de la posterior superpoblación de marcianos bizarros y viajes al futuro que tanto enriquecieron las pantallas y los comics. Sus principales libros -La máquina del tiempo, La isla del doctor Moreau, La guerra de los mundos, El hombre invisible- fueron best sellers en su época y se transformaron con el tiempo, al igual que los libros de Julio Verne, en clásicos de iniciación. En la Argentina tuvo la anuencia tortuosa de Borges, y Bioy Casares supo homenajearlo con simetrías leves en sus dos primeras novelas. Pero H.G. Wells fue por sobretodo un humanista: siempre del lado de los desposeídos, como su elegante amigo Bernard Shaw, se enfrentó a la moral victoriana de la época, escribió manifiestos socialistas y en ésta veta política -que siempre estuvo vinculada a las fabulaciones de su inventiva- hasta improvisó ensayos sobre la problemática del progreso sin educación.


(Publicado en Perfil Cultura el 13/08)

lunes, agosto 07, 2006

Animales

"La historia de la humanidad está plagada de traiciones. Una sola traición puede torcer el curso de un Imperio o ser el principio de una guerra. Pero la más exótica de todas las traiciones, la especular, la balbuceó Borges en uno de sus ya incontables volúmenes en colaboración, El libro de los seres imaginarios. (Sigue en nación apache...)"




* Publicada en Los Inrockuptibles de agosto.