Otro día
Un amigo me cuenta que después de dos semanas de encierro, bajó a la
calle para hacer unas compras. Respiró en la ciudad un clima de post guerra y
paranoia, algo sólo imaginable en novelas distópicas. Caminó en una ciudad
extraña. Imagino. Una ciudad onírica.
Cuando dejamos Buenos Aires, la ciudad empezaba a volverse otra. El
elemento paranoico presente en los que salen a la calle –son especies de
sobrevivientes- no está presente en el decorado pampeano. En Salvador María, salvo
por las medidas de precaución que toman en el almacén, el ritmo de vida no ha
cambiado mucho. La cuarentena en realidad sumió al pueblo en una era de siesta
perpetua. En las calles a veces se ven dos personas caminando juntas. En los almacenes,
donde permiten entrar más de tres personas al mismo tiempo, se forman en la puerta colas desordenadas
donde es imposible entrenar la charla. En la primera etapa de la cuarenta había
una patrulla que cada tanto se desplazaba por la zona, sobre todo para
apercibir a los trabajadores que querían seguir con sus rutinas. Ahora no hay
patrullas, como si la policía no pudiera tomarse en serio en el pueblo la
segunda parte de esta cuarentena y hubiera dejado la zona liberada a modo de
protesta.
Cuando algún lejano se levante la cuarentena, creo que extrañaré
esta vida por fuera del capitalismo. Las ciudades, en especial Buenos Aires, ya
se han transformado en motores averiados y recalentados del capitalismo. Un
motor con un millón de kilómetros, que sigue funcionando a la fuerza, después
de haber sido rectificado decenas de veces. No sé cuánta gente, después de la
cuarentena, querrá volver a circular por ese engranaje recalentado. Imagino
jóvenes y abuelos migrando hacia el campo o los pueblos fantasmas, con el NO al
capitalismo pegado en la luneta trasera. Recolonizando la pampa. Migrando hacia
el espejismo del autocultivo.
Lo seguro es que después de este enfriamiento, el planeta va a
estar mejor. Hace años venía pidiendo una tregua.
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