martes, octubre 21, 2014

Prisión perpetua *


Viajar en avión más de treinta horas me predispone a iniciar una vida en cautiverio. Hay tiempo neto para leer, escribir, dormir, en el estatismo más absoluto. Es posible inventar
una cotidianidad en esa cápsula que me lleva, transbordos mediante, a la isla de Jeju en Corea del Sur. Sólo debo renunciar a bañarme en un lapso de un día y medio. Pese al cambio horario, el dolor de espalda, la comida plástica, trazó un plan para no mutar o desfigurarme. Un viaje tan largo de alguna  manera prepara un estado de hibernación para la identidad.
Al revés que en otros viajes largos, no me derrumbo en la inercia, decido proseguir mi rutina. Escribo, leo y hasta improviso una variación en esa miniatura de vida que me queda por delante: prendo la pantalla. El vuelo de Aerolíneas argentinas que me lleva a Nueva York para combinar con otro vuelo a Seúl, tiene un menú de entretenimientos limitado, pero bajo el novedoso ítem TV Pública aparece Peter Capussuto, además de Paenza y Pigna. Hay tres emisiones y las veo salteadas. Trato de encontrar una fórmula para definir lo que veo e imaginar a un yanqui en mi lugar –está la posibilidad de ver el programa en inglés -. Hay algo intraducible e inaprehensible en la politicidad de Capussoto. ¿Irreverencia lisérgica? Ahí está violencia Rivas, martirizando mascotas. Luego las parodias rockeras de siempre, que me salteo porque tengo la impresión de que ya las vi. Todo en Capusotto produce una sensación agradable de deja vu. Las carcajadas que suelto comienzan a transformarme en sospechoso en un avión a oscuras, busco otra alternativa en el menú y me quedo perplejo al ver que en un vuelo es posible ver a Ricardo Piglia, en la TV Pública, impartiendo sus clases sobre Borges. “Qué bizarro”, pienso, y luego me digo que tal vez sea un gran avance para una aerolínea ofrecer esa clase de programación. Voy más lejos, me corrijo y me digo que es snob creer que para un escritor es un oprobio estar expuesto a la manipulación de pasajeros descomprometidos en la pantalla de un avión. Pongo play. Algo en la expresión de Piglia, la capacidad de unificar divulgación y teoría y sostener una expresión verosímil –un intelectual moldeado por las problemáticas de la literatura nacional- a lo largo de una hora, me produce un deja vu parecido al de Capusotto.  Piglia no deja de replicarse y conserva, sin embargo, una enorme potencia persuasiva. Justamente esta capacidad de repetirse e introducir una diferencia, le confiere el encanto torturado de un predicador. 
En el segundo tramo del vuelo, Nueva York - Seúl, la programación presenta todos los patrones convencionales de entretenimiento. No hay escritores, ni sarcasmo lisérgico. Para ese momento, estar atrapado trece horas más en un vuelo, junto a una ventana, empieza a ser una pesadilla. Las  horas pasan más lentas. Fruto del cautiverio, el mal sueño, el dolor de espalda y la hinchazón de piernas, resulta imposible concentrarse en la lectura. Garabateo estos apuntes y me pregunto si habrá acá alguna forma de escritura pertinente para reproducir la reclusión colectiva de los pasajeros de un avión. Al final del vuelo sé que voy extrañar esta celda. Sé que voy a salir con una sensación: al final no fue tanto, podría haber seguido volando de un lugar a otro,  alienado por sobredosis de entretenimiento para que las horas y la vida pasen, como le sucede a la mayoría de
la gente en este mundo cuando la inercia se superpone con la angustia.   

* Publicado en Perfil Cultura el 5 de octubre de 2014. 

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