Viajar en avión más de treinta horas me predispone a iniciar una vida en
cautiverio. Hay tiempo neto para leer, escribir, dormir, en el estatismo más
absoluto. Es posible inventar
una cotidianidad en esa cápsula que me lleva, transbordos mediante, a la
isla de Jeju en Corea del Sur. Sólo debo renunciar a bañarme en un lapso de un
día y medio. Pese al cambio horario, el dolor de espalda, la comida plástica,
trazó un plan para no mutar o desfigurarme. Un viaje tan largo de alguna manera prepara un estado de hibernación para
la identidad.
Al revés que en otros viajes largos, no me derrumbo en la inercia,
decido proseguir mi rutina. Escribo, leo y hasta improviso una variación en esa
miniatura de vida que me queda por delante: prendo la pantalla. El vuelo de
Aerolíneas argentinas que me lleva a Nueva York para combinar con otro vuelo a
Seúl, tiene un menú de entretenimientos limitado, pero bajo el novedoso ítem TV
Pública aparece Peter Capussuto, además de Paenza y Pigna. Hay tres emisiones y
las veo salteadas. Trato de encontrar una fórmula para definir lo que veo e
imaginar a un yanqui en mi lugar –está la posibilidad de ver el programa en
inglés -. Hay algo intraducible e inaprehensible en la politicidad de
Capussoto. ¿Irreverencia lisérgica? Ahí está violencia Rivas, martirizando
mascotas. Luego las parodias rockeras de siempre, que me salteo porque tengo la
impresión de que ya las vi. Todo en Capusotto produce una sensación agradable
de deja vu. Las carcajadas que suelto comienzan a transformarme en sospechoso
en un avión a oscuras, busco otra alternativa en el menú y me quedo perplejo al
ver que en un vuelo es posible ver a Ricardo Piglia, en la TV Pública,
impartiendo sus clases sobre Borges. “Qué bizarro”, pienso, y luego me digo que
tal vez sea un gran avance para una aerolínea ofrecer esa clase de
programación. Voy más lejos, me corrijo y me digo que es snob creer que para un
escritor es un oprobio estar expuesto a la manipulación de pasajeros
descomprometidos en la pantalla de un avión. Pongo play. Algo en la expresión
de Piglia, la capacidad de unificar divulgación y teoría y sostener una
expresión verosímil –un intelectual moldeado por las problemáticas de la
literatura nacional- a lo largo de una hora, me produce un deja vu parecido al
de Capusotto. Piglia no deja de
replicarse y conserva, sin embargo, una enorme potencia persuasiva. Justamente
esta capacidad de repetirse e introducir una diferencia, le confiere el encanto
torturado de un predicador.
En el segundo tramo del vuelo, Nueva York - Seúl, la programación
presenta todos los patrones convencionales de entretenimiento. No hay
escritores, ni sarcasmo lisérgico. Para ese momento, estar atrapado trece horas
más en un vuelo, junto a una ventana, empieza a ser una pesadilla. Las horas pasan más lentas. Fruto del cautiverio,
el mal sueño, el dolor de espalda y la hinchazón de piernas, resulta imposible
concentrarse en la lectura. Garabateo estos apuntes y me pregunto si habrá acá
alguna forma de escritura pertinente para reproducir la reclusión colectiva de
los pasajeros de un avión. Al final del vuelo sé que voy extrañar esta celda.
Sé que voy a salir con una sensación: al final no fue tanto, podría haber
seguido volando de un lugar a otro, alienado
por sobredosis de entretenimiento para que las horas y la vida pasen, como le
sucede a la mayoría de
la gente en este mundo cuando la inercia se superpone con la
angustia.
* Publicado en Perfil Cultura el 5 de octubre de 2014.
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