Footing sostenido, de Santiago Stura, 233 páginas, Beatriz Viterbo editora, 2005.
¿Por qué un aristócrata, tras heredar una fortuna, podría desaparecer de la faz de la tierra sin dejar rastros? Con la inscripción de este interrogante comienza Footing sostenido. Al modo de Leo Perutz, donde la intriga pende de la resolución imposible de una ausencia, y donde la presencia del absurdo dice más que la lógica de cualquier pesquisa, el detective Barreiro y el mayordomo Bonnemaison intentan resolver el enigma.
En esa suerte de introducción la novela transita elegantemente sendas familiares. Lo que ignoran los investigadores es que Valentín Boyard, el protagonista, no ha heredado una fortuna sino la bancarrota de su abuela. A partir de ese momento el narrador le da al relato un golpe de timón, y refiere la serie de acontecimientos que entonan la huída de Boyard y su adoptivo amor, Marisela, una sirvienta paraguaya. Poseen una fortuna secreta, y a bordo de El recuerdo triste, en busca de una tierra convertida en mito, el Paraguay, viven una travesía alucinante por el río Paraná. En el trayecto, podría decirse, la literatura deviene atemporal. Con insolencia gombrowicziana, Santiago Stura resuelve una rica profusión de incidentes, crímenes y catástrofes encadenando los acontecimientos al infinito, de tal modo que la aventura parece producirse por una alocada intervención del azar en el mundo.
En el barco fantasma circulan personajes que improvisan farsas: entre otros, una escritora uruguaya que siembra a bordo crímenes bufos, dos monjas aterradas, el lúbrico capitán Mackeena y su único empleado, Claudinho, mezcla de cotorra y esclavo. Se trata de un elenco extravagante que superpone El recuerdo triste a la nave de los locos -esa reliquia medieval destinada a naufragar ad eternum-, a la nave de Fellini, y sobre todo a la nave de Odiseo, sobre la que, en el desenlace del libro, el pasado retorna, como esencia monstruosa y divina, para poner a prueba a Boyard. Sólo que en este caso la evidencia de que los dioses reencarnan en un pathos físico, es decir, en la escuela de la carne inaugurada por Virgilio Piñera y reinventada de forma brillante en su versión apolínea por Santiago Stura, conduce la aventura hacia el mejor de los recuerdos: el que funde el paso de un libro con la experiencia inolvidable de la lectura.
Publicado en Perfil, Cultura, 04-06
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