jueves, agosto 18, 2005
A woman on a table
Te acercas. En el oído de la reina diques de ansiedad templan la conspiración. La naturaleza se degrada en el pueblo, en los hombres continuos que respiran una única selva, la misma materia animal. En las rodillas del sirviente está prendada la amenaza más exacta. Sólo ojos más limpios que los del ruego pueden atraer tu triángulo hacia un bosque que habla. El desierto. Frotas en el pecho la savia marrón de una limosna. Giras su suavidad negativa hacia el sur. Mana. El desierto es el lugar del error. La caricia anima óvalos. La limosna da vanidad, una madre. El miedo cabe en una aguja y toda la carne en el goce de una libra punzada de tu pie. Pero el lugar del mal es otro. El de la fiera, estricta como una reina sin huella, que puede deponer su olor porque alguna vez fue poderosa. Ella lame su propia sombra, engarra el hueso junto a las tres astillas de tu trono.
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