martes, agosto 25, 2015

Pacifistas camuflados*


El territorio de la bicisenda puede ser un campo minado. En Ámsterdam son altamente transitadas. Las bicicletas y las motos comparten el mismo carril y, según mi experiencia, casi nadie se toma la libertad de andar en bici como si paseara o papara moscas. Siempre hay un destino, nunca una deriva. Es un medio de transporte de alto riesgo, que exige conocimiento del terreno, profesionalismo. Los ciclistas, pese a cualquier exceso, conservan un aura límpida, a diferencia del conductor, que es visto como un depravado, casi al igual que los fumadores en EEUU.
Hay casos de ciclistas  que chocan contra tranvías o embisten a transeúntes, por lo cual pocos montan una bici sin seguro.  Ámsterdam es la única ciudad en la que vi  una bicisenda doble mano –el tramo sólo se extendía a lo largo de una calle muy ancha por tres cuadras-. De esta generalidad excluyo, por supuesto, a Buenos Aires, donde el sistema de bicisendas está planeado en su noventa y ocho por ciento en doble mano, para ahorrar inversión –lo que se dice matar dos pájaros de un tiro-. Este ahorro innecesario que encubre una forma de clientelismo especulativo genera una ruleta rusa en la que el sujeto A (peatón en babia asoma medio cuerpo y una pierna sobre la bicisenda para cruzar mirando en dirección al tráfico), el B (automovilista que dobla desplazando la mirada de un espejo a otro, persecutoriamente, mientras de frente vienen el sujeto A y D), el C (motociclista que coloniza la ciclovía y avanza a toda velocidad para esquivar los embotellamientos) y el D (finalmente nuestro protagonista, el ciclista que, en dirección en opuesta a los autos, esquiva pozos, transeúntes que cruzan en cualquier momento y trata de no caer en una canaleta producto de la pavimentación desganada), tienen las mismas posibilidades de colapsar en un choque múltiple. Tal vez en la corta historia de las bicisendas porteñas, que por la calidad de sus materiales ya tienen un aspecto vetusto y en varios tramos mutilado, haya existido ese cuádruple choque que vendría ser la versión amarilla del big bang. Un cruce imposible de partículas que la planificación urbana cortoplacista y negligente no hace más que acelerar.
Recuerdo que Ámsterdam fue la única ciudad en la que ciclistas hiperactivos , casi en estado de competencia, estuvieron a punto de embestirme, ajenos precisamente a la existencia del cuádruple choque que aqueja al porteño. Incluso fui objeto de quejas e insultos porque no mantenía una velocidad mínima o regular, según la versión de un amigo escritor que vive en esa ciudad y alguna vez chocó contra un tranvía andando en bici. Los turistas y los voyeurs deben representar un inconveniente para el holandés que para ir al trabajo usa la bici como si fuera una moto. La visión estereotipada del ciclista como pacifista camuflado en este caso cae por la borda. El ciclista del primer mundo suele ser oportunista, inescrupuloso, y usa su vehículo –munido de la vanidad que implica el empleo de un transporte sustentable– con el mismo atropello que un automovilista, para llegar a horario. En ciudades como Ámsterdam, donde el tránsito de bicicletas es intenso y el de autos bastante laxo, un argentino atareado en la observación de parques y canales que interrumpe esa dinámica de autopista, siembra el mismo pánico que un Taunus destartalado en el carril rápido de la Panamericana.




* Publicada el  28 de junio en cultura Perfil.

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