El
territorio de la bicisenda puede ser un campo minado. En Ámsterdam son
altamente transitadas. Las bicicletas y las motos comparten el mismo carril y,
según mi experiencia, casi nadie se toma la libertad de andar en bici como si
paseara o papara moscas. Siempre hay un destino, nunca una deriva. Es un medio
de transporte de alto riesgo, que exige conocimiento del terreno,
profesionalismo. Los ciclistas, pese a cualquier exceso, conservan un aura
límpida, a diferencia del conductor, que es visto como un depravado, casi al
igual que los fumadores en EEUU.
Hay
casos de ciclistas que chocan contra
tranvías o embisten a transeúntes, por lo cual pocos montan una bici sin
seguro. Ámsterdam es la única ciudad en
la que vi una bicisenda doble mano –el
tramo sólo se extendía a lo largo de una calle muy ancha por tres cuadras-. De
esta generalidad excluyo, por supuesto, a Buenos Aires, donde el sistema de
bicisendas está planeado en su noventa y ocho por ciento en doble mano, para
ahorrar inversión –lo que se dice matar dos pájaros de un tiro-. Este ahorro
innecesario que encubre una forma de clientelismo especulativo genera una
ruleta rusa en la que el sujeto A (peatón en babia asoma medio cuerpo y una
pierna sobre la bicisenda para cruzar mirando en dirección al tráfico), el B (automovilista
que dobla desplazando la mirada de un espejo a otro, persecutoriamente,
mientras de frente vienen el sujeto A y D), el C (motociclista que coloniza la
ciclovía y avanza a toda velocidad para esquivar los embotellamientos) y el D
(finalmente nuestro protagonista, el ciclista que, en dirección en opuesta a
los autos, esquiva pozos, transeúntes que cruzan en cualquier momento y trata
de no caer en una canaleta producto de la pavimentación desganada), tienen las
mismas posibilidades de colapsar en un choque múltiple. Tal vez en la corta historia
de las bicisendas porteñas, que por la calidad de sus materiales ya tienen un
aspecto vetusto y en varios tramos mutilado, haya existido ese cuádruple choque
que vendría ser la versión amarilla del big bang. Un cruce imposible de partículas
que la planificación urbana cortoplacista y negligente no hace más que
acelerar.
Recuerdo
que Ámsterdam fue la única ciudad en la que ciclistas hiperactivos , casi en
estado de competencia, estuvieron a punto de embestirme, ajenos precisamente a
la existencia del cuádruple choque que aqueja al porteño. Incluso fui objeto de
quejas e insultos porque no mantenía una velocidad mínima o regular, según la
versión de un amigo escritor que vive en esa ciudad y alguna vez chocó contra
un tranvía andando en bici. Los turistas y los voyeurs deben representar un
inconveniente para el holandés que para ir al trabajo usa la bici como si fuera
una moto. La visión estereotipada del ciclista como pacifista camuflado en este
caso cae por la borda. El ciclista del primer mundo suele ser oportunista,
inescrupuloso, y usa su vehículo –munido de la vanidad que implica el empleo de
un transporte sustentable– con el mismo atropello que un automovilista, para
llegar a horario. En ciudades como Ámsterdam, donde el tránsito de bicicletas
es intenso y el de autos bastante laxo, un argentino atareado en la observación
de parques y canales que interrumpe esa dinámica de autopista, siembra el mismo
pánico que un Taunus destartalado en el carril rápido de la Panamericana.
* Publicada el 28 de junio en cultura Perfil.
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