Es sabido que Borges prefería elogiar a escritores de segunda línea. Raramente elogiaba en público a autores vivos, con los que además tenía que compartir premios –Beckett, por ejemplo–. El Borges de Bioy, una obra maestra de la injuria, retrata a un sibarita de la boutade, a un escritor evasivo a la hora de reconocer talento en un par, que sin embargo compensa esa falta de benevolencia gremial con oleadas de erudición.
En el extremo opuesto, Cortázar invirtió parte de su vida en la promoción de autores superlativos como Lezama Lima, y no atendió a autores menores o a profesionales de la adulación. Sus cartas dan testimonio de un hombre acorralado por su propia fascinación. Desde luego, la filantropía o la fascinación documentada no son relevantes a la hora de establecer un juicio de valor acerca de una obra. Son útiles para pensar la posición de un escritor frente a sus contemporáneos. (Sigue en Perfil Cultura)
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