martes, agosto 25, 2015

Continuidad de las ciudades


1-Existen distintos modos de componer una ciudad en la memoria. Las anécdotas, que siempre son falibles, hablan más de uno mismo que de la ciudad. Sitúan un viaje en una biografía y muchas veces resultan intercambiables a la hora de poner en escena una aventura. Desde mi punto de vista, existe un modo de componer la ciudad por fuera de la anecdotización. Este método consiste en recuperar simplemente sensaciones que acompañaron la visita a un mercado, por ejemplo, pero que no aparejan imágenes de uno mismo en ese mercado. Esa composición a través de sensaciones en general importa olores, ruidos, algo de tacto. Los sonidos repuestos pueden provenir, como en los sueños, de otro paisaje o del presente y pueden montarse en la memoria de forma arbitraria.  Hasta aquí, los consejos para componer una ciudad más allá del yo.

2- ¿Qué hacer con una imagen imborrable? ¿Qué pasa si una ciudad se recuerda sólo desde un punto determinado, un punto de vista panorámico, un plano picado, digamos, y nada más, y esa imagen persiste, no pierde su luz, se inmortaliza con los años? De la ciudad de La paz sólo retengo una imagen congelada desde El alto, el sol a plomo sobre las paredes anaranjadas de las casas. El ladrillo a la vista, a la distancia, creando un mapa tan homogéneo como el verde cristalino de la pampa. Es curioso pero ciertas ciudades, en perspectiva, homogeneizadas bajo un color, parecen más antiguas de lo que realmente son. Incluso tienen el aspecto de un sitio arqueológico: urbes que fueron arrasadas por alguna catástrofe natural y encontraron en el paso del tiempo una tranquilidad que las perfeccionó. Si no fuera porque un manojo de torres descoloridas interrumpen su uniformidad, La paz sería un prototipo perfecto de sitio arqueológico desde un plano picado. La misma vista panorámica, en el recuerdo, se me confunde con una imagen fija desde un cerro de Valparaíso.

3- Aunque ambas ciudades no tienen relación, las calles en pendiente producen una simetría espontánea. En realidad estuve en varias ciudades cuya topografía era, preeminentemente, la cuesta, como Potosí, Lisboa o Guanajuato. Pero Valparaíso y La Paz, por alguna razón, son complementarias. Es como si la segunda se prolongara en la primera y logrará así llegar al mar.  No es que una contenga algo de la otra y posibilite un déjà vu en el viajero incauto. La sensación es diferente. Uno siente que está en una misma ciudad con dos caras, a la manera de Buda y Pest. No las divide un río, sino dos mil kilómetros de distancia.

4- Como ya dije, no hay nada, salvo una vista estática desde los cerros, que me permita esta asociación caprichosa. La arquitectura de Valparaíso, sobre todo en la zona portuaria, presenta palacios en decadencia y un aire bohemio. Varias fachadas parecen reflejar en su estilo esos elementos orientales que a los puertos del Pacífico llegaba boca a boca, con los navegantes. Nada más alejado que La Paz, donde restos coloniales se fueron mestizando con edificaciones eventuales que brotaron desordenadamente en el siglo XX, como en todas las grandes urbes latinoamericanas –Ciudad de México, Sao Pablo-, a las que la ausencia de río o de mar fue ensimismando.

* Columna publicada en Cultura de Perfil el 12 de julio de 2015

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