1-Existen
distintos modos de componer una ciudad en la memoria. Las anécdotas, que
siempre son falibles, hablan más de uno mismo que de la ciudad. Sitúan un viaje
en una biografía y muchas veces resultan intercambiables a la hora de poner en
escena una aventura. Desde mi punto de vista, existe un modo de componer la
ciudad por fuera de la anecdotización. Este método consiste en recuperar simplemente
sensaciones que acompañaron la visita a un mercado, por ejemplo, pero que no
aparejan imágenes de uno mismo en ese mercado. Esa composición a través de
sensaciones en general importa olores, ruidos, algo de tacto. Los sonidos repuestos
pueden provenir, como en los sueños, de otro paisaje o del presente y pueden
montarse en la memoria de forma arbitraria. Hasta aquí, los consejos para componer una
ciudad más allá del yo.
2- ¿Qué
hacer con una imagen imborrable? ¿Qué pasa si una ciudad se recuerda sólo desde
un punto determinado, un punto de vista panorámico, un plano picado, digamos, y
nada más, y esa imagen persiste, no pierde su luz, se inmortaliza con los años?
De la ciudad de La paz sólo retengo una imagen congelada desde El alto, el sol a
plomo sobre las paredes anaranjadas de las casas. El ladrillo a la vista, a la
distancia, creando un mapa tan homogéneo como el verde cristalino de la pampa.
Es curioso pero ciertas ciudades, en perspectiva, homogeneizadas bajo un color,
parecen más antiguas de lo que realmente son. Incluso tienen el aspecto de un
sitio arqueológico: urbes que fueron arrasadas por alguna catástrofe natural y
encontraron en el paso del tiempo una tranquilidad que las perfeccionó. Si no
fuera porque un manojo de torres descoloridas interrumpen su uniformidad, La
paz sería un prototipo perfecto de sitio arqueológico desde un plano picado. La
misma vista panorámica, en el recuerdo, se me confunde con una imagen fija
desde un cerro de Valparaíso.
3- Aunque
ambas ciudades no tienen relación, las calles en pendiente producen una
simetría espontánea. En realidad estuve en varias ciudades cuya topografía era,
preeminentemente, la cuesta, como Potosí, Lisboa o Guanajuato. Pero Valparaíso
y La Paz, por alguna razón, son complementarias. Es como si la segunda se
prolongara en la primera y logrará así llegar al mar. No es que una contenga algo de la otra y
posibilite un déjà vu en el viajero incauto. La sensación es diferente. Uno siente que está en una misma ciudad con
dos caras, a la manera de Buda y Pest. No las divide un río, sino dos mil
kilómetros de distancia.
4- Como
ya dije, no hay nada, salvo una vista estática desde los cerros, que me permita
esta asociación caprichosa. La arquitectura de Valparaíso, sobre todo en la
zona portuaria, presenta palacios en decadencia y un aire bohemio. Varias fachadas
parecen reflejar en su estilo esos elementos orientales que a los puertos del
Pacífico llegaba boca a boca, con los navegantes. Nada más alejado que La Paz,
donde restos coloniales se fueron mestizando con edificaciones eventuales que
brotaron desordenadamente en el siglo XX, como en todas las grandes urbes
latinoamericanas –Ciudad de México, Sao Pablo-, a las que la ausencia de río o
de mar fue ensimismando.
* Columna publicada en Cultura de Perfil el 12 de julio de 2015
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