miércoles, febrero 18, 2015

mujeres clandestina

Siempre pensé que Egipto, en apariencia el más progresista de los países árabes, era una excepción en el mundo islámico en cuanto a libertades civiles, pero cuando hace unos meses estuvimos por ahí con mi mujer, nos topamos con un ecosistema cultural estricto. Las mujeres, sea cual fuera su edad, atravesaban la vida cotidiana como fantasmas. Hacían todo para pasar desapercibidas. La mayoría arrastraba su propia feminidad clandestinamente. No opinaban, y menos sobre tabúes culturales, algo que sí hizo Valentina durante nuestra estadía en Marsa Allam, un centro de buceo a orillas del Mar Rojo.
Ahí conocimos a Hosam. Para Hosam hablar con una mujer, atender a sus opiniones, resultó una experiencia inusual. Más cuando su vida consistía en una larga espera –y un duro ahorro teñido de privaciones- para poder esposar a una mujer que ni siquiera conocía. Una vez que la mujer era esposada, nos explicó, pertenecía al hombre que había pagado por ella a través de una dote. Aunque le parecía tortuoso, consideraba que su familia y Alá lo querían así.  
En esas zonas turísticas los egipcios, montados en una lascivia fraterna frente a mujeres occidentales, experimentaban cabalmente la tensión entre la mujer sumisa y la insumisa y no salían del todo ilesos, aunque para reconvenirse tenían al alcance de la mano las cinco oraciones diarias que tornan omnipresente a Alá.
Tal vez Hosam, en ese diálogo frontal, se haya dado cuenta de algo que nosotros sospechamos tarde: que un hombre, si tuviera la posibilidad de decidir y no someterse a una religión que importa preceptos culturales patriarcales, podría optar por el Islam, pero ninguna mujer, teniendo la posibilidad de decidir, lo elegiría. Convertirse al Islam, para un hombre, no depara en apariencia desventajas, y en última instancia compensa con misticismo activo libertades perdidas a manos de exigencias religiosas.
Hoy, más que nunca, es obvio que el mundo musulmán no sabe qué hacer con la mujer. Representa una bomba de tiempo. El Islam funciona con autonomía en una sociedad patriarcal y restrictiva. Pero si la mujer tiene un mínimo de libertad y los hombres, en general, libre albedrío, sus pilares tiemblan. Es el gran problema y el desafío musulmán de nuestra época en occidente: la libertad del otro. No se representa como un problema todavía en el mundo árabe porque la ley muchas veces coincide con los preceptos religiosos y existe un estado de sumisión a través del par tradición/terror que el mundo cristiano atravesó en sus épocas más oscuras. A nadie se le escapa que con la globalización lo que antes era entrega ritual o tradición, ahora es sumisión consciente e indeseado.

En otro viajes, en distintos puntos de Europa, me topé con mujeres árabes que tenían conciencia de sus derechos, pero en su tierra no los podían ejercer, no por falta de voluntad, sino porque la ley no era igualitaria ante la mujer. Lo siguiente va a sonar reduccionista -pero los límites espaciales del periodismo llevan a esto-: la mujer es el eslabón más bajo en una sociedad con dos castas, la masculina y la femenina. Así como en la India, aún hoy, la casta en la que uno nace predetermina un tipo de vida, un karma y un oficio, el género en los países del mundo árabe también predetermina un destino, o la anulación de un destino personal para entrar en una especie de servidumbre institucional. 


- Columna publicada el 24 de enero, en Cultura Perfil.

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