Llega a la estación Pacífico. El resultado de la biopsia, ese veredicto que quizá dure en sus manos uno, dos o tres días, hasta transformarse en sentencia, le impide discernir qué está prohibido y qué no en esa ciudad sitiada por el sol. Cruza la avenida Santa Fe con semáforo en rojo. Los autos se detienen respetuosamente, en cámara lenta, como si cruzara un fantasma. Sauri, con la cabeza gacha, pisando cada franja blanca de la senda peatonal, se pregunta cuál será la velocidad de la muerte. Su padre espera en la mesa del bar del Hotel Pacífico, esquina Godoy Cruz y Santa Fe, donde cada día, desde hace cuatro meses, cuando se descubrió enfermo y decidió separarse y mudarse a Buenos Aires, lee los clasificados del diario en busca de oportunidades de trabajo, autos antiguos y, en definitiva, toda clase de excusas que alimenten un espejismo: que tiene toda la vida por delante. (sigue en Verano 12)
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