domingo, abril 03, 2016

Extraños en paraíso *

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Hace tiempo el espacio de la Patagonia se representa en el imaginario de los extranjeros como mítico, más allá de las historias de Bruce Chatwin y de las anécdotas ampliamente divulgadas sobre jerarcas nazis refugiados después de la segunda guerra. Una vez ahí, uno percibe ese carácter mítico en la naturaleza, en las edades que se apilan en la costura de lagos, bosques y montañas perdiéndose en un horizonte que parece estrellarse contra una frontera. Al borde de un lago como el Nahuel Huapi o el Traful, se percibe, al revés que en la pampa -donde el tiempo no pasa -, huellas de  las edades que pasaron antes del primer hombre.  Puede resultar muy conmovedor, o bajo la garra del turismo puede terminar siendo simplemente un decorado en el que esas fuerzas extrañas previas al humano no se manifiestan sino como decoración.  

Quizás con esa atemporalidad tengan que ver mis pocos recuerdos etnográficos de la Patagonia. En la mayoría de los lugares a los que entraba, detectaba una mueca de recelo. Sospechaba que todos los habitantes de alguna manera habían tenido un pasado en otro lugar y sólo podían vivir en la Patagonia un devenir clandestino. Como los cowboys del lejano oeste, llevaban en las facciones un rictus impertérrito que no se correspondía con una idiosincrasia, sino con un contagio del paisaje ancestral y quizás con la erosión espiritual del viento y las estaciones frías. En ninguna parte de la Argentina tuve la sensación tan patente de ser un extranjero. Y no porque los habitantes tuvieran raíces culturales profundas en el lugar, sino porque algo en la atmósfera, como en Twin Peaks, volvía extraño  a cada individuo que atravesaba el paisaje.

En las últimas semanas, esa misma Patagonia ancestral se volvió un decorado de unas pocas horas para la visita de Obama y la escapada en helicóptero de Macri a la estancia de un magnate inglés en las cercanías de Lago Escondido. A orillas del Nahuel Huapi tuvo lugar la segunda imagen emblemática y desoladora que define la nueva de relación entre Argentina y EEUU. La primera había tenido lugar en la EX EXMA pocas horas antes: Obama y Macri posan en la EX ESMA, camuflan diplomáticamente en su pacto antiterrorista un desplazamiento simbólico que despolitiza la lucha por los derechos humanos al ligarla al discurso de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo global.

La segunda imagen es muy distinta a aquella de Menem, en pantalones cortos, jugando al tenis con Bush, que ilustra la era de las relaciones carnales. En esta se ven dos parejas maduras, partidarias de la comedia del bienestar, vestidas de elegante sport, al borde de un lago. En esa foto hay un premeditado cambio de parejas y todo, desde los gestos, el maquillaje, la ropa, el teatral atardecer con recorte de montañas detrás, cuadra con una foto de campaña publicitaria de ropa. Macri sonríe con esfuerzo hacia Michelle mientras Awada y Obama se abrazan sonrientes. La escenificación, simulacro de amistad y convivencia aunque los cuatro sean extraños en el paraíso, representa muy bien lo que el PRO ha decidido proyectar puertas afuera. Puertas adentro, Macri, en lugar de avocarse gobernar, se obstina en demostraciones de autoridad cotidianas y agota la cuota de poder que le dio ganar elecciones, tal vez sabiendo que en última instancia el único tipo de poder que no se agota –y hasta ahí- en el autoritarismo, es el feudal o el patronal. 

* Columna publicada en Cultura Perfil el 03/04/16

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