martes, febrero 09, 2016

Modos de cruzar una frontera *

 
Alguna vez escuché a algún amigo decir que si Macri llegaba a presidente, se exiliaba en Uruguay. A lo largo de años, la frase con variaciones la escuché en boca de varias personas y no puedo evitar pensar evitar pensar que por la cabeza de muchos debe estar flotando esta alternativa, aunque ya no gobierne Pepe Mujica. Lo decían con un tono bromista: no creían factible que un cambio de paradigma político tuviera lugar en nuestra historia después de las costumbres instaladas durante doce años de kirchnerismo. Pese a encuestas anticipatorias, hay algo inverosímil en el triunfo de Macri: algo de pesadilla vuelta realidad para una mitad de la población, algo de sueño realizado para la otra mitad.
En una crónica de corte distópico, la victoria de Macri estaría en estas semanas generando una venta anticipada de pasajes y colmando la capacidad de ferries con masas aterradas que han decidido refugiarse en Uruguay por alergia a posibles políticas neoliberales, a las quitas de subsidios, a los estallidos sociales generados por el recorte de asignaciones. En las bodegas de los barcos, además de bártulos de todo tipo, habría animales domésticos –al menos uno por pasajero-, muebles, camas, incluso algún piano de cola. Prueba irrefutable de que los embarcados se irían para no volver por mucho tiempo.
Entre los autoevacuados que a duras penas, en una reventa de pasajes, conseguirían una plaza a Colonia, reverberarían frases que podrían estar en boca de un personaje de Haneke en La hora del lobo o Funny games: “No sabemos lo que viene, pero sabemos que es lo peor.” En esta hipotética situación de fuga colectiva, un hombre, ante la estampida de autoevacuados que agotó incluso los asientos en ómnibus que cruzan por Gualeguaychú y Colón, evaluaría modos inmediatos de huir. Decidiría hacerlo a pie, aprovechando una bajante extrema del río provocada por las ráfagas furiosas del viento norte. La idea proviene de El error, un cuento alucinado de Martín Kohan recientemente publicado en su libro Cuerpo a tierra. En este relato un hombre, cierto día en que las aguas del Río de la Plata bajan extraordinariamente hasta dejar a la vista el lecho del río, se echa andar en busca de la mujer que lo abandonó y cruzó a Uruguay. La boutade es genial por dos razones: cruzar a pie, sin documentos, aniquila la realidad de esa frontera que los argentinos consideran contingente pero los uruguayos necesaria. Luego, termina de fundir nuestro paisaje depredado con esa tierra magnífica –como el amor no correspondido que persigue el protagonista de El error- que para los argentinos es Uruguay. 
Y aunque parezca inverosímil, cruzar a pie una frontera es posible sin el milagro de una bajante. Hace unos años, en la frontera de Villazón-La Quiaca, me sorprendí de la facilidad con que la gente, cargada de bolsos, cruzaba por el costado de las garitas, sin presentar documentos. En cada ida y vuelta entraban y sacaban mercadería de cualquier tipo –desde celulares, computadoras y cámaras a piezas de autos-. Esto sucedió mucho antes de que se restringieran las importaciones, lo cual vendría a demostrar que el contrabando no es una cuestión de coyuntura sino de cultura, y que desde el principio de los tiempos cruzar una frontera clandestinamente podía implicar la posibilidad de una nueva vida, pero también la de un buen negocio a espaldas del rey.

* Columna publica en cultura Perfil el 29/11/15

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