sábado, febrero 15, 2014

Memorias invertidas

Querido lector:
Es de noche en Corea. Nieva. Fantaseo con un viaje. Trazo rutas y calculo presupuestos en mi cuadernito. Me digo: tengo que hacer algo con este pequeño exilio, con la memoria aquilatada por exilios previos. Y tengo un plan. La memoria de mis exilios está relacionada con los trenes. En ese lugar ambiguo, de extroversión e introversión simultánea, los humanos, mientras disminuyen en el paisaje exterior, parecen reproducirse en el interior de los compartimentos hasta volverse parientes transitorios.
Podríamos situar el origen del hombre en un tren. Podríamos decir que no hay mejor lugar para escribir y leer que un tren. Es el lugar del olvido. La lectura y la escritura en un tren  son dobles, suceden en el presente y en el pasado. Llevé muchos diarios en trenes, en tren fui joven y, aunque suene romántico, en la ruta de tren más larga del mundo planeo sellar mi juventud.
No tengo recuerdos especiales de los trenes europeos. Pero de los trenes indios –especialmente del que une Madras con Varanasi, el Ganga Kaveri Express-, guardo muchas anotaciones. Luego, de algunos otros, como del que hace la ruta Chiang Mai- Bangkok o Tanger-Fez-Marraquesh, retengo imágenes y anécdotas dispersas que podría referirte. Una de las cosas que lamento de México es que tenga tan pocos trenes y que mi memoria esté ligada a la promiscuidad esperpéntica de los autobuses.
Para hacer unas memorias de viajes en tren, además de un último viaje, necesito un confidente. Ningún acto me resulta tan natural como mirar por la ventana en movimiento. Voy a volver a abordar de nuevo la yegua del viajero moderno e ir del futuro al pasado en  estas memorias. Primero voy a marchar en un tren bala hacia el sur de la península –Busan-. Luego en ferry a Japón. Desde el puerto de Fukuoka, voy a tomar un tren hacia Hiroshima, Nagasaki, Osaka, Kyoto, Tokio y Fushiki. Probablemente de Fushiki cruce en Ferry a Vladivostok y ahí aborde el Transiberiano y el Transmongoliano.   
No creo que nadie, además de sentir un amor ciego por los trenes, vaya a hacer un libro más completo de memorias locomotivas en Asia. Un libro de esta clase podría articularse en tres niveles: el del ensayo –el tren como espacio o refugio del extranjero-, el de la memoria –recuerdos de otros trenes y experiencias en pueblos perdidos y ciudades invisibles- y el del diario –donde están apuntaladas mis lecturas en los trenes y las impresiones más frescas-. Esta carta podría encuadrarse en el tercer nivel.

Espero que me comentes con crudeza qué te parece todo esto. Para escribir es indispensable tener a priori detractores fieles. Lo más probable es que este libro una vez terminado no resulte atractivo en ninguna editorial, o que el perfil fantasmagórico del autor genere dudas entre editores: es uno el que escribe y otro el que publica. De manera que tengo muchas ganas de hacer esto sólo para mí y transmitirlo de forma epistolar. Todo este asunto esconde la necesidad de “volver a escribir con la libertad de un condenado a muerte” (Levrero), desarrollar una escritura fugitiva y ensayística que siempre pospuse por las labores de reseñador que me atosigaron estos últimos años. Sin pensar en un solo lector, tal vez ni siquiera necesite tomar un tren y pueda describir las arterias de Japón y esa zanja infinita que es el transiberiano, quieto frente a una ventana en Buenos Aires. 

- Publicado en Cultura Perfil el 26/01/2014

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