martes, octubre 15, 2013

Peligro de derrumbe *

Si hubo en Latinoamérica una Grecia antigua, ésta fue Cuba. La Habana, una Atenas roja incrustada en el caribe. Camino a lo de A, veo en las calles lo antiguo vuelto ruina, indicio de nostalgia o trinchera deshabitada. La Habana es o fue la ciudad más hermosa del mundo y su condena está escrita en la inercia subtropical. Hay en cada zona marcas de movimientos tectónicos que de tan evidentes pasan desapercibidos: son parte de la naturaleza urbana. Toda la ciudad es un gran insecto preso en una gota de ámbar. Tengo la sospecha de que esa inercia atmosférica se origina en una máquina aparatosa de control de la especie: el Estado. La ruina está, como el amor, a la vuelta de la esquina. Por momentos identifico, entre los restos, espectros de esa Atenas roja.
Llego a lo de A. Subo a un quinto piso por escalera. “Todo este derrumbe no podrá ser reparado en muchos años”, me dice A un rato después, señalando el horizonte desde la azotea de su departamento, “pero mis hijos van a ver la reconstrucción”. “Es casi una ciudad bombardeada”, pienso en voz alta, y A me comenta que un fotógrafo español, desde esa misma azotea, hace unas semanas, le dijo que sólo vio algo semejante en Beirut. La corrosión milimétrica, ejecutada durante años de periodo especial, equivale a un bombardeo. “No hay materiales para la reconstrucción, las casas se derrumban… El salitre, las lluvias… imagínate que hay que levantar una nueva Habana, todo está podrido desde los cimientos”, agrega, y me invita a caminar mientras habla de los jóvenes que escriben en la isla. Se me ocurre que esas novelas saldrán de Cuba pero como ejemplares únicos, casi a la manera de cartas.
En las calles de Habana Centro, la ciudad es fantasma. Vendedores con carros que contienen racimos discretos de frutas. Trazos de veredas careadas desde hace tiempo. Boquetes abiertos en el centro de la calle como trincheras. Caños y desagües que chorrean mientras la ciudad se hunde y proliferan mercados ilegales en una legalidad vacía desde la caída del Muro. Le digo a A que es evidente, incluso ahí, en ese comunismo hecho trizas, que el humano crea mercados y vive a través de la cotización de casi todo lo que existe. El remanente de este comunismo disfuncional ha inflado, en las últimas dos décadas, una extraña libido capitalista. A asiente y analiza: existe un capitalismo en negro, con injusticias y diferencias de clase, aunque sin pobreza extrema, sin analfabetismo y sin inanición, pero paradójicamente en Cuba toda tentativa de consumo se hace “por izquierda”.
El Estado, mientras tanto, sostiene un colosal sistema de salud pública que funciona aunque esté desbordado –la Institución Médica es la encarnación actual de Patria o Muerte-. Pone al alcance de la mano un servicio médico apto para las somatizaciones más extrañas del mal insular. La mayoría de los cubanos tiene agendado un turno con algún especialista. A cambio cede libertad. Los médicos son, en el fondo, agentes encubiertos, el último eslabón en un sistema de control social, acá y en cualquier lugar. No debo decir en voz alta esto, pienso, ya que mi paranoia podría también pasar por somatización.
Después de caminar bajo el sol, con A llegamos a una encrucijada. Un cartel pintado a mano sobre madera versa “peligro de derrumbe”. Acá se termina La Habana. Sería ideal que las ciudades, como los cuentos, encontraran en una frase un comienzo y un final. A se rié: “Peligro de derrumbe, así podría titularse la biografía de cualquier escritor cubano”.


*Publicado el 6/10 en el Suplemento Cultura Perfil.

No hay comentarios.: