domingo, diciembre 18, 2005

Intuiciones...

Con toda intención, Charlie Feiling, Sudamericana, 288 páginas.

Sin duda C.E. Feiling perteneció a esa casta rara de escritores que reciclan en la lectura prácticas genuinas de la escritura y no estilos bienintencionados. A tono con esta proposición, escribió tres novelas reformulando géneros considerados menores: El agua electrizada -policial-, Un poeta nacional -aventuras-, El mal menor -terror-. Dejó inconclusa una cuarta novela, de corte fantástico, La tierra esmeralda. Por eso, de entrada, no debe sorprender que haya dedicado notas a Stephen King, a P.D. James, a Anthony Burguess, y a la vez haya escrito efusivamente sobre Pepe Bianco, Miguel Briante, Sergio Chejfec, y en un texto que quizás sea el más penetrante de la presente recopilación -junto a sus reflexiones sobre el fantasy-, haya desempolvado la figura de Leopoldo Lugones a través de los capriccios de Borges.
Los artículos de Con toda intención aparecieron entre 1988 y 1997 en distintos medios, y para ésta edición estuvieron al cuidado de Gabriela Esquivada y Alfredo Grieco y Bavio. Feiling se dedicó a la docencia en distintas universidades y en 1990 abandonó la vida académica para consagrarse de lleno a la literatura y al periodismo cultural. Hizo del periodismo un oficio obsesivo y elegante para aprehender las rémoras de la izquierda y las imposturas de la derecha, y sobre todo para pensar la literatura por fuera de las necesidades políticas de la intelligenzia argentina de la época. En su modo de enfocar la literatura soslayando el prestigio de los discursos críticos en boga, eligió discurrir, como Roberto Bolaño, en intuiciones personales y reponer, en una tradición borgeana, un pensamiento intransigente sobre la cultura y la política. Así, con una libertad que pocos se toman a la hora de comentar libros, pudo dirigir una certera crítica ideológica al mesianismo literario de Osvaldo Soriano, o entrar en un verdadero debate de ideas a propósito de un libro de Emeterio Cerro.
En un artículo sobre el crítico literario inglés Frank Kermonde, casi hablando de una postura propia caracterizada por la amabilidad y por el sofisma erudito, escribe: "Kermonde teme que, si el estudio de la literatura en el ámbito académico sigue especializándose y adoptando una jerga que imita vanamente a la de las ciencias, se perderá todo vínculo con el público". Esa preocupación por no perder el vínculo con el público y por apartarse de "la industria de la teoría literaria" es su sello de agua. No faltan pasajes en los que Feiling, al borde de la teoría, opta por un desvío y amolda su prosa a formas coloquiales y humorísticas. Hay crónicas hilarantes, como la que describe un show de David Copperfield en Buenos Aires, o crónicas emocionadas, como esa que refiere en tono de aguafuerte la primera marcha por la muerte de José Luis Cabezas.
Su campo de análisis llegó la crítica de arte, donde su formación a veces lo alejó del motivo conceptual de algunas obras contemporáneas. En este apartado, tanto como en el dedicado a la poesía y al fantasy, puede encontrarse al Feiling más exasperado, el que abjura de la estética corporativa de las vanguardias y de "la jerga profesional", y el que propone un camino afinado en los sonidos del idioma y en la reformulación de los subgéneros literarios.
Uno de los escritos sobre estética, el dedicado al pintor Fernand Léger, finaliza de ésta manera: "No sólo lo que los pintores pintan importa; para entender sus cuadros es bueno averiguar qué piensan." El mismo axioma podría aplicarse a Feiling para comprender empatías -la anglomanía- y discordias -la academia- que a primera vista pueden resultar arbitrarias, y de paso precisar su lugar en la literatura argentina. Ajeno a las coyunturas y a los ascendientes de la historia, Feiling propone una estética sin conveniencias políticas o sociales. Un pensamiento pagano que funciona como el negativo de su obra, esto es, como condición para releer su narrativa y su libro de poemas Amor a Roma. Como todo escritor duradero, es un utopista: de ahí la audacia puesta al servicio del debate, y de ahí su lugar todavía en ciernes, bloqueado en buena medida por las teorías esotéricas de la inteligencia.
A tiempo, Con toda intención le da un marco a esa utopía individual. Cada artículo retrata no sólo a un lector sagaz que sabe destacar en la obra de otros elementos literarios propios, sino a un ateo iluminado que, en el malestar de los noventa, concibió una ética sin azar: esa que proviene de cruzar dos intenciones mayúsculas, la de transferir las pasiones de la lectura, y la de crear un idioma justo, un idioma para infieles.

* Perfil, Suplemento Cultura.

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