viernes, abril 22, 2005

Las nubes

The wayward cloud, de Tsai Ming Liang es, entre las películas que vi en el festival, lo mejor. Más allá de que Liang alcanza en cada película una propuesta estética que se interconecta con sus films anteriores -en este caso con The Hole y What time is it there-, The wayward (...) transpone intacto el escenario de ese Taiwan hiperurbano a un tiempo utópico, descalibrado, en el que la escasez de agua infiltra en el género humano dosis animales de autosuficiencia. Sumidos más en una cadena percusiva de ruidos que en las probabilidades de una lengua -esta imposibilidad es la imposibilidad de amar y el fantasma de una sed perpetua-, un hombre y una mujer transitan en distintas secuencias las escaleras de un monoblock. Ella se recluye en su cuarto a mimar sus sandías, ya que el Estado recomienda paliar el encarecimiento del agua con ésta fruta baratísima. Él, en el departamento de arriba, despliega performances pornográficas -hay una actriz y un equipo de filmación- que, bajo el signo de aridez, bordean el nonsense. Aunque no podría decir que es mi película preferida de Liang ya que pasaron unas horas desde que la vi, sí puedo arriesgar lo sigueinte: esa metafísica opresiva que atraviesa las escenas y los rostros, ésta vez es tan alegórica y tan cómica en ese estado de cosas utópico, que por fin la angustia cobra una forma terminante. Y el espectador sale un poco más aliviado...
Samoa no resultó tan extraordinaria como la recordaba. Creo que la película hace una apuesta rítmica, las imágenes en super ocho se suceden a una velocidad sublime que, en la primer versión, cuando el film tenía música electrónica abstracta, abría atmósferas y solucianaba en el sonido la pérdida de sentido que acarrea cualquier velocidad uniforme y cualquier renuncia a la narración. Ernesto se inclinó por música de tablas y cantos devocionales hindúes, y transformó lo que era un montaje visionario en una visión mística con la que podemos disentir. Hizo otro film... También novedoso, sobre todo en contraste con las películas rudimentarias -más en el guión que en lo técnico- de Kazajistán, Armenia y Turkmenistán que, un poco por curiosidad y otro poco por no haber sacado ninguna entrada anticipada, terminé viendo en un festival que parece menos interesante que los anteriores.
Como en sus más recientes films, en Notre Music Godard, a partir de una suma de lugares comunes y citas ejemplares destinadas a despertar a la juventud y a la pequeña burguesía, logra hacer, gracias a una cámara y a su genio narrativo, otra excelente película con los recursos de la ficción documental. Eso sí, ver a Monsieur Goytisolo declamando poemas entre las ruinas Sarajevo fue demasiado...

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